jueves, 22 de septiembre de 2011

EL PARTIDO COMUNISTA DE ITALIA FRENTE A LA OFENSIVA FASCISTA(1921-1924)-progamme comuniste-1970-0400

EL PARTIDO COMUNISTA DE ITALIA FRENTE A LA OFENSIVA FASCISTA(1921-1924)
El lector encontrará el resto del estudio cuya última parte publicamos
aquí en los números 45, 46, 47 y 48-49 de esta revista progamme comuniste

EL AÑO 1924

Hemos consagrado este estudio a la acción práctica del P.C. de Italia frente al fascismo bajo la dirección de su corriente dominante, la Izquierda, así como a los orígenes y al carácter histórico del fascismo mismo. La última parte, que publicamos aquí, puede parecer salirse de este marco, pero eso es sólo una apariencia. En 1924, año crucial, la Internacional comunista había quitado ya a la Izquierda la dirección del Partido desde hacía un año y la había reemplazado por una dirección “centrista” orientada cada vez más a derecha, pero precisamente no se puede poner mejor de relieve la validez teórica y la eficacia práctica de las directivas del Partido en los años gloriosos 1921-1922, más que comparándolas con la actitud tomada por la nueva dirección durante la crisis Matteoti bajo la influencia conjugada de la Internacional y de Gramsci, inspirador de la “nueva línea” del P.C. de Italia.
Hemos visto ya que, contrariamente a las afirmaciones de historiografía oficial, la Izquierda había juzgado de manera en absoluto optimista (y en todo caso, más pesimista que la Internacional) el giro histórico marcado por la llegada del fascismo al poder. Pero, al mismo tiempo, había rehusado sac?? de su opinión sobre la duración probable del nuevo régimen la conclusión de que la partida estaba perdida y, con más razón que había que adaptarse a la situación modificando los objetivos de lucha y los métodos de acción. Para la Izquierda, el fascismo era un esfuerzo de toda la clase dominante para superar sus propios antagonismos internos y para unificar sus fuerzas (de la misma manera que el proletariado unificaba las suyas, o era llevado a hacerlo, alrededor de su partido de clase), utilizando alternativamente respecto de éste y aún de sus propias fracciones indóciles la cachiporra totalitaria y el engaño reformista. De éste análisis se deducía que, una vez llegado al poder en medio de los aplausos de todos los partidos burgueses, con la neutralidad impotente del reformismo y del centrismo socialistas y la neutralidad benevolente de la C.G.L., el fascismo debía, según todas las probabilidades, convertirse en una “cosa seria”, una fuerza bien decidida a no soltar las riendas e instalada de modo duradero a la cabeza del Estado. Si la Izquierda, no obstante, miraba el futuro con serenidad y rehusaba con firmeza cambiar de programa, es porque estaba convencida de que este esfuerzo de la burguesía estaba destinado, a la larga, al fracaso, como todas sus pretensiones a superar sus contradicciones, pues incluso si lograba esto momentáneamente en el interior, no podría superar las contradicciones internacionales ni temperar la “repulsión recíproca” de los capitalismos nacionales. Manifestación superestructural típica del imperialismo, el fascismo debía sufrir inevitablemente el mismo destino que este último – como, efectivamente, se producirá al final de los años 30 – sin contar las fricciones y los desgarramientos interiores que se manifestaron solamente unos meses después de la toma del poder. Por otra parte, la Izquierda juzgaba que la impotencia y la complicidad manifiestas del P.S.I. y del reciente P.S.U. y, con más razón, de la C.G.T. (1) unidas al hecho de que todas las fuerzas burguesas habían arrojado abiertamente la máscara refugiándose bajo la protección de los camisas negras, debían contribuir cada vez más a orientar hacia el único partido obrero fiel a una línea de conducta revolucionaria y en el que la burguesía reconocía unánimemente a su enemigo, un proletariado que de ninguna manera era “traído a razones”.
La lucha constante de la Izquierda del P.C. de Italia tenía, pues, todas las posibilidades y todas las razones para reanudarse con más vigor y dureza que jamás, a pesar de los golpes dados por la reacción. En vano el fascismo en el poder ejercía una furiosa represión contra la organización del Partido: es un hecho reconocido incluso por la derecha de Tasca y Graziadei, no obstante muy hostil, que la organización ilegal creada por el C.E. de Liorna y de Roma no sólo resistió la violenta ofensiva estatal y no estatal de noviembre de 1922 – febrero de 1923, sino que “permitió después de febrero una rápida reconstrucción del aparato del Partido y de su funcionamiento normal en medio de las peores dificultades” (Tesis presentada por la minoría de derecha en la Conferencia nacional de 1924 y que pone este resultado “enteramente en el activo” de la Izquierda, a la que aquélla detestaba y hacía burla, por otra parte).
No obstante, la ofensiva había sido de una violencia extrema: las sedes de “IL Comunista” y del “Ordine Nuovo” habían sido saqueadas y los dos periódicos del Partido suprimidos, así como “IL Lavoratore” de Trieste, cuya publicación se reanudó, no obstante, a principios de 1923; el último bastión proletario, Turín, que hasta entonces había permanecido indemne, fue asediado y devastado en diciembre, los militantes comunistas de la base y de la dirección fueron aporreados, las comunicaciones entre el centro y las secciones se hicieron extremadamente difíciles y se desencadenó una caza al hombre (¿¿ más todavía, a las armas escondidas). A pesar de todo, en su carta al C.E. de la Internacional después de su regreso del IVº Congreso Internacional, el 8 de enero de 1923, Bordiga observaba: “A pesar de todo, los sentimientos de la masa obrera siguen vivaces, y la organización del Partido resiste: la Central está constantemente en conexión con todo el país”. Estas primeras dificultades internas del régimen, de una parte y, de la otra, el modo abierto como se desenmascaraba el P.S.I. (2), ofrecían al Partido materias de polémica muy eficaces y ocasiones preciosas para tocar a las masas y conquistar no sólo su simpatía, sino su solidaridad activa.
Más tarde, en perfecta coherencia con la célebre frase de Gramsci:”la escisión de Liorna ha sido sin ninguna duda el triunfo más grande de la reacción”, se convertirá en regla entre los historiadores oficiales del Partido presentar el terrible “vacío” de 1923 como una funesta consecuencia del “esquematismo” pasado y persistente del P.C. de Italia y de su testarudez en dirigir sus baterías tanto contra los maximalistas y los socialdemócratas puros como contra los fascistas. Como resalta de todo nuestro estudio, la verdad es muy otra, es propiamente el equívoco maximalista, desgraciadamente mantenido por Moscú, el que ha frenado la defensa y la contra-ofensiva proletaria en 1922; y se puede demostrar fácilmente que fue él el que la paró completamente en 1923, no tanto porque el maximalismo hubiese desarrollado una acción propia (3) sino porque Moscú eligió precisamente este momento – a pesar de toda lógica e incluso de todo “realismo concreto”, para recoger los términos que le eran queridos – para arrojarse a cuerpo descubierto en un intento laborioso y sobre todo inútil de “recuperar” a los maximalistas, sufriendo sus innobles chantajes y regulando su propia línea de conducta en Italia a tenor de la de ellos, es decir, sobre una…nada.
En realidad, el “punctum dolens” es la situación en la que la I.C. había puesto al Partido Comunista urgiéndole para que acosase al P.S.I. con vistas a la fusión. En la carta citada más arriba, Bordiga escribía: “Para resistir mejor al fascismo, habría que dar más signos de vida al proletariado y expresarse más claramente delante de él. Si esto fuese posible, el problema técnico de la resistencia a la represión policíaca del fascismo estaría resuelto, incluso por un largo período. Haría falta poder contar con una disciplina absoluta y ciega como la que nuestra Central había instaurado en el Partido. Desgraciadamente (yo no hago mas que constatar los hechos), la política aplicada por el Partido desde hace algunos meses nos priva cada día más de este recurso…No pudiendo seguir la línea que, según toda la preparación que ha recibido desde hace dos años, nuestro Partido debía adoptar, nosotros nos callamos, y el Partido pierde su prestigio. Finalmente, después de lo que ha pasado y dado nuestro silencio ante los ataques que nos dirigen desde todas partes, el sentido de la disciplina, la autoridad de los jefes del Partido, la confianza respecto de ellos bajan cada día. Todo esto contribuye a acentuar los efectos de la reacción fascista sobre el movimiento. A pesar de todo, el Partido podrá sufrir todavía duras pruebas sin abandonar la lucha ni renunciar a cumplir con su deber”.
La carta alude a una ofensiva de los reformistas y de los centristas de la dirección del P.S.I: y del ¡Avanti! (Nenni en primer lugar) que se había desencadenado contra el Partido Comunista y que no estaba sino demasiado alimentada por las vacilaciones y los zigzags imprevisibles de la I.C. El chantaje socialista hacia la fusión manifiestamente imposible, pero el Partido estaba constreñido a callarse acerca de las maniobras vergonzosas y de la docilidad cobarde de los politicastros y de los jefes sindicales para no poner trabas a la obra (completamente nula y vana, por lo demás) de la “comisión de fusión”. Unos meses más tarde, viendo desvanecerse toda esperanza de fusión, la I.C. sugerirá un “bloque” entre el P.S.I. y el P.C. de Italia, sin siquiera consultar a éste último, a fin de permitirles a ambos… ¡”ponerse de acuerdo”! Pedirá a los “terzini” (4) que salgan del viejo partido y después les ordenará bruscamente que permanezcan en él para realizar un trabajo de infiltración y éstos no serán sino demasiado felices en obedecer. La I.C. proseguirá su sueño de “recuperación” incluso después del congreso socialista del 15-17 de abril en Milán que, no obstante, había proclamado sin equívoco su voluntad de no sufrir ninguna condición de adhesión y de dictarlas él mismo. Por esta razón, las sesiones del Ejecutivo ampliado de junio consagradas a la cuestión italiana serán empleadas en un proceso interminable contra la antigua dirección de izquierda del Partido Comunista, en el momento preciso en que habrían hecho falta directivas firmes y coherentes contra la creciente ofensiva fascista (5) y contra la C.G.T., que tendía nuevos puentes (congreso de agosto) hacia Mussolini. La I.C. modificará las condiciones de fusión que ella misma había propuesto, lo que no impedirá al P.S.I. rechazarlas regularmente. Mantendrá relaciones directas con la derecha de Tasca y Graziadei, privada de homogeneidad, pero dócil. Financiará al grupo minúsculo y confuso de los “terzini”; en una palabra, dejará solo y desarmado al Partido Comunista de Italia, que luchaba desesperadamente no sólo por sobrevivir, sino para actuar.
El 3 de febrero de 1923, Mussolini había hecho un gran servicio a la I.C. al detener a Bordiga, Grieco y otros numerosos dirigentes y militantes, y reduciendo así el C.E. a la impotencia. Sin embargo, el Partido no depuso las armas sino que cerró filas alrededor de los miembros del Ejecutivo que había escapado a la detención y continuó batiéndose para que la I.C. lo pusiese finalmente en condiciones de escapar a la parálisis artificial provocada por su manía de la maniobra astuta y de regateo. En sus cartas a la I.C. Terracini e incluso Togliati pidieron que el Partido tuviese una línea de acción independiente y combativa, y lo hicieron con tanta insistencia dolorosa, indignada y enérgica como anteriormente Bordiga. Pero seis meses más tarde, el desgaste de esta lucha en todos los frentes (comprendido el frente de la I.C.), no podían dejar de influir sobre los hombres, tanto más cuanto que eran de formación ordinovista y maximalista y que estaban ya malparados por una batalla desigual. En el Ejecutivo de junio, la I.C. decidió reemplazar “provisionalmente” el C.E. del Partido Comunista de Italia en espera del desenlace del proceso que debía celebrarse en octubre y que será ocasión de un batalla valerosa y de un triunfo de los acusados. Los miembros todavía libres de la mayoría de izquierda defendieron en Moscú la línea del partido y pidieron que la derecha se encargase de la responsabilidad de modificarla según sus propios puntos de vista y los del Komintern; pero finalmente cedieron y aceptaron sin discusión el enésimo giro de la I.C. – el del “gobierno obrero y campesino” – así como nuevas ofertas de fusión al P.S, y guardaron silencio sobre las extravagancias de la política alemana de Moscú: exaltación del “nacional-bolchevismo” orientación hacia un gobierno común con los socialdemócratas análisis de la ola nazi como manifestación del desplazamiento …de la pequeña burguesía hacia posiciones tendencialmente anticapitalistas, etc. La nueva dirección será mantenida a la cabeza del Partido incluso después de la liberación de Bordiga, Grieco y los otros dirigentes comunistas en octubre - ¡y con razón! Poco a poco, se plegará a una disciplina que al principio no había soportado sino de mala gana, aceptándola incluso como un honor.
Tales son las raíces del “vacío” de 1923, y los frutos que dará en 1924 serán la desorientación y la decepción en las filas comunistas, una vez desvanecida la esperanza de crecimiento numérico, la incapacidad del Partido para la acción o, al contrario, las iniciativas contradictorias y desordenadas a propósito de la crisis Matteoti. Ahora bien, esta crisis, que había sido precedida por disensiones en el partido sedicente “monolítico” en el poder, ofrecía posibilidades de reanudación e incluso de ofensiva proletaria, tanto más cuanto que los dos ramales del P.S.I. estaban en plena crisis y que, a pesar de todo, el Partido Comunista compartía todavía en su mayoría las posiciones claras y sin equívocos de la Izquierda, como pronto lo demostraría la Conferencia ilegal de Como en mayo de 1924.
Así, a principios de 1924 – año de gran tensión social, como lo había previsto el delegado de la Izquierda en su informe al Vº Congreso de la I.C. – el Partido oscila entre su apego a un pasado de coherencia programática y práctica y las presiones cada vez más insistentes de la Internacional por una política “nueva” en el exterior y, en el interior, la de un “ala derecha” extremadamente confusa, pero bien protegida en su zaga. Es esta última vía la que se verá obligado a seguir, a pesar de sus oscilaciones, no sin perder el prestigio y la influencia real que había conquistado en el seno de las masas en el período precedente; y precisamente cuando la siguió es cuando echó las bases del “nuevo” partido, no ya comunista, sino nacional y democrático.
Sería estúpido atribuir este giro fatal a la intervención de un individuo – Gramsci, en este caso – como lo hace la historiografía resueltamente antimaterialista de hoy: evidentemente, el proceso tuvo raíces mucho más profundas. Todo lo que se puede decir es que Gramsci fue el instrumento de un curso internacional hacia el que le llevaban su propia formación de “último ideólogo de la democracia italiana” y una concepción sin duda ecléctica, pero destinada a tener el mismo fin que toda otra forma de democratismo y de idealismo. El ordinovismo resucitará por la buena razón de que el curso de la Internacional le volverá a abrir la puerta y le dará carta blanca, pero será un ordinovismo…de tipo nuevo, modificado por las “experiencias” pretendidamente leninistas acumuladas en Moscú, es decir, el ordinovismo más el mito del “partido fuerte”, del “gran partido” de base proletaria pero con misión nacional-popular, del partido centralista en su organización interna pero federalista en su programa (6), “hegemónico” pero entregado a los compromisos, en una palabra, del partido colocado bajo el signo de “l´Unità”, título del nuevo periódico que publicará a partir del 12 de febrero de 1924.
Sin embargo, esta evolución fatal no se realizará sin trabajo, por el hecho de que las directivas de Moscú se cruzará con otras directivas de origen muy diferente y mucho más lejano, como vamos a ver. De todos modos, es en Italia, donde, de grado o por la fuerza, la dirección hace, salvo error, la primera experiencia de la nueva política que, no limitándose ya a las “cartas abiertas” a la socialdemocracia para tales o cuales reivindicaciones sindicales o incluso políticas comunes, va hasta la invitación a un bloque electoral. Es así como con ocasión de las elecciones políticas de 1924, en que los fascistas se aliaron a la enorme mayoría de los liberales sobre lo que se llamó “la gran lista”, la Central comunista decide: “proponer a los partidos proletarios (Nd.R. :!!) de Italia una lista común de unidad proletaria con vistas a una acción de la que la lucha electoral no debe ser más que el principio”. Para ella se trata, pues realizar un acuerdo electoral “de carácter programático, susceptible de constituir la base de un frente único permanente de acción” con miras a una lucha que “en el curso del desarrollos sucesivos debe conducir a la substitución de la dictadura burguesa por un gobierno obrero y campesino”. El llamamiento está dirigido tanto al P.S.U. como al P.S.I. y, como de costumbre, lo está en la espera de un rechazo que “nos dará la ocasión de una campaña contra el partido reformista” y, por supuesto, también contra los maximalistas. El rechazo será inmediato, pero los militantes apegados todavía sólidamente a la tradición de Liorna (que, entretanto, se ha convertido para Gramsci ¡en la victoria más grande de la reacción!) y las masas, impresionadas favorablemente al principio por las firmeza con la que el Partido había decidido afrontar todos los riesgos de esta experiencia de “parlamentarismo revolucionario”, no habrán visto sin estupor que la Central comunista tendía la mano a aquéllos cuya cobardía y, para expresarse mejor, cuya traición, habían experimentado duramente. La montaña dará a luz un ratón, no habiendo recibido la lista de Unidad proletaria más adhesión que la ¿??? pequeño grupo de los “terzini”, con todas las confusiones que comportaba el acercamiento a un revoltijo tan equívoco de viejos zorros parlamentarios. Pero esta lista común corresponde a la “nueva” orientación de la Internacional para el frente único por abajo y para el gobierno obrero como casi sinónimo de dictadura del proletariado: “La alianza para la unidad proletaria afirma que las fuerzas y las capacidades necesarias para dirigir la lucha que abatirá la dictadura fascista que se encuentran exclusivamente en las clases obrera y campesina. Invita a los obreros y campesinos a unirse en el terreno revolucionario de clase para dar a esta lucha la base necesaria. Lanza la única consigna que hoy es históricamente actual y eficaz: la de la unidad de todas las fuerzas revolucionarias que están en el terreno de clase”.
El valor de los resultados electorales es nulo, pero es significativo que, a pesar del clima de intimidación y aún de terror, los votos que se fueron a la lista comunista no fueron inferiores a los de 1921 más que en una décima parte, mientras que los reformistas y los maximalistas perdían los tres quintos de los suyos; en los grandes centros industriales del Norte, se produjo incluso una inversión de las posiciones respectivas, yendo los comunistas en cabeza delante de todos los otros partidos “obreros”.
Sin embargo, no estamos más que al principio del gran giro. En la conferencia de Como, en mayo, la Izquierda tiene todavía una neta mayoría en el partido. Es cierto que la reunión no tiene más que un carácter consultivo y que la Izquierda no tiene la intención de exigir cambios de dirección en el plano nacional, estimando con toda razón que la cuestión concierne al conjunto del movimiento internacional y que toda decisión “local” depende de su solución correcta. Entre la Central creada autoritariamente por Moscú y la Izquierda, la diferencia parece escasa, y si decimos “parece” es, porque en las intervenciones de Togliatti o de Scoccimarro se puede leer fácilmente entre líneas, tras el velo de una aversión común hacia la derecha, el comienzo de una orientación hacia soluciones que serán otras tantas traiciones manifiestas. La doctrina de la “revolución por etapas” con “consignas adaptadas a la situación”, que había sido expulsada por la puerta volverá a entrar por la ventana de los “eslabones sucesivos” de la cadena de la Historia que supuestamente habría que forjar “para llegar a la revolución y a la dictadura proletaria”. Sin embargo, se necesitará el asesinato de Matteotti para dar cuerpo al democratismo todavía difuso del P.C. de Italia, ya en ruptura con las directivas de Liorna, bajo los auspicios de la Internacional y, a su manera, de Gramsci.
No es este el lugar para detenerse sobre este episodio trágico. Bástenos subrayar que él marcó la cima del “descontento que se desarrollaba desde hacía ya un cierto tiempo en las clases medias y de la valerosa reanudación de la lucha de clase abierta de las masas obreras”, como dirá la Izquierda en el “Programa de acción del P.C.I.” presentado en el mismo momento en el IVº Congreso de la I.C. Por el contrario, es interesante seguir la reacción del partido pasado a la dirección del centrismo en el curso histórico así abierto. Tan limpio de todo derrotismo de clase como de optimismo fácil en todas las situaciones, el representante de la Izquierda, Amadeo Bordiga, había hecho observar en su informe sobre el fascismo en el Vº Congreso que existían posibilidades objetivas en Italia para una vigorosa iniciativa proletaria, justamente a causa del desconcierto que se había producido en los medios gubernamentales, de una parte, y, de la otra, a causa de las violentas reacciones pasionales tanto de la clase obrera como de la pequeña burguesía. Aunque acusada de…terrorismo, la Izquierda no pedía que se organizasen golpes de mano, ni pretendía, de ningún modo que se estuviese en la víspera de la revolución, pero insistía para que se abandonase toda posición derrotista respecto a la preparación revolucionaria de las masas. Quería que el Partido Comunista se presentase claramente a los proletarios con su fisonomía propia, su propio programa revolucionario, sus propias armas teóricas y prácticas a la vez contra el fascismo y el antifascismo, como única fuerza capaz de aportar tarde o temprano una salida a una situación gangrenada. Aunque abstencionista, había aprobado la participación en las elecciones pues si el “parlamentarismo revolucionario” tenía un sentido, aquél era el momento de aplicarlo, o jamás. Pero había que aplicar la decisión hasta el final y batirse para que las masas proletarias no cayesen en la trampa de una “oposición constitucional” como la de los partidos que, por “indignación moral”, habían abandonado Montecitorio para retirarse al Aventino.
La línea de la Central fue exactamente la opuesta a la de la Izquierda. El 14 de junio, los “oponentes”, desde el Partido Popular hasta los maximalistas, decidieron no participar más en los trabajos de la Cámara y, en espera de que “se aclarase plenamente el asesinato”, constituyeron un comité de las oposiciones. No solamente los comunistas abandonaron la Cámara con ellas, sino que se adhirieron al comité mismo, al cual Gramsci propuso el mismo día que proclamase la huelga general bajo la consigna: “! Abajo el gobierno de los asesinos! ¡Desarme de las bandas fascistas!” La proposición era absurda, ya que estaba dirigida a burgueses y a reformistas y, naturalmente, fue rechazada. Sin embargo, los comunistas esperaron hasta el 18 para salir del comité de las oposiciones, lanzando un “llamamiento a los obreros maximalistas y reformistas” para que obligasen a “sus jefes oportunistas a romper con la burguesía y a unirse al proletariado revolucionario a fin de realizar la unidad de la clase obrera”. Para la jornada del 27, la C.G.T. invitó a las masas a una huelga de diez minutos; el 23 el P.C.I. propuso que la huelga durase toda la jornada; pero frente a este laberinto de actitudes contradictorias la masa no se movilizará más que en parte y el gobierno, habiendo superado su desconcierto inicial, volverá a tomar las riendas de la situación que ciertamente había parecido que debía escapársele.
Lo que choca en la actitud de la Central del P.C.I. no es tanto el eclectismo como la teorización del conjunto de sus maniobras contradictorias (mano tendida – ruptura – y de nuevo mano tendida, más espectacular todavía) que poco a poco se abre paso. De hecho, no había dejado de oscilar entre dos apreciaciones de la crisis, comprendida primeramente como un síntoma de la tendencia de la pequeña burguesía a desligarse del fascismo y a actuar con una relativa independencia política y, después, de manera exactamente opuesta, como la prueba de la impotencia de la pequeña burguesía a colocarse de modo autónomo en el terreno de la guerra civil, y por consiguiente, como prueba de la necesidad para el proletariado y su partido de afirmar su completa independencia y desenmascarar sin piedad a todos los partidos encerrados en el dilema fascismo-antifascismo. Esto resalta claramente aunque sólo sea de la reunión del C.C. del 17 de julio y de la moción que hablaba de lucha sin cuartel contra los reformistas y los maximalistas, después que la Central hubo fracasado en su intento de devolverles una virginidad de clase, e incluso de convertir a liberales y populistas… ¡a la huelga general!
En la reunión del C.C. de 25 de agosto (cuyo texto íntegro fue publicado en la “Unità” del 26 de agosto) Gramsci no sólo justifica la adhesión inicial del P.C.I. al comité de las oposiciones en los términos queridos por la Internacional de los años 1924-25, que siempre encontraba “perfectamente justo” cada giro, lista a condenarlo a continuación como erróneo…en su aplicación práctica, sino que la teoriza del modo siguiente: la crisis Matteotti ha provocado “una ola de democracia” en todo el país; las masas proletarias se han orientado ellas mismas en gran mayoría hacia las oposiciones, la situación era y continúa siendo “democrática”; nuestro deber como comunistas era no dejarnos sumergir por esta ola, perdiendo el contacto con las masas y “quedando aislados”; por esta razón nos hemos adherido al comité de las oposiciones. Mucho más, “la crisis que ha estallado en el país ha revestido un carácter netamente institucional; un Estado se ha creado dentro del Estado, un gobierno antifascista se ha levantado contra el gobierno fascista”. En el momento en que Gramsci habla, en agosto, “continúan existiendo, según él, dos gobiernos de hecho en el país, y luchan el uno contra el otro para disputarse las fuerzas reales del aparato de Estado burgués”. El fascismo había logrado constituir una organización de más de la pequeña burguesía; su originalidad consistía precisamente “en haber encontrado en la milicia fascista la forma adecuada de organización para una clase social que siempre ha sido incapaz de darse una organización y una ideología unitarias”. Ahora, esta organización se ha descompuesto, las masas pequeñoburguesas han entrado en lucha y son ellas las que dan el tono a la situación. Pero ¿pueden las capas pequeñoburguesas conquistar el Estado? La respuesta es típicamente ordinovista; no, porque “en Italia, como en todos los países capitalistas, conquistar el Estado significa ante todo conquistar la fábrica, tener la capacidad de superar a los capitalistas en el gobierno de las fuerzas productivas del país. Pero esto no puede ser hecho más que por la clase obrera y no por la pequeña burguesía, que no tiene ninguna función esencial en la producción, que en la fábrica, como categoría industrial, ejerce una función sobre todo política, y no productiva”. ¿Conclusión? La situación es democrática y ve a la pequeña burguesía en vanguardia; pero la solución no puede ser aportada más que por el proletariado: “la pequeña burguesía no puede conquistar el Estado más que aliándose a la clase obrera, más que aceptando su programa: sistema soviético y no parlamentario en la organización estatal; comunismo y ya no capitalismo en la organización de la economía nacional e internacional”.
En otros términos, según Gramsci, la clase obrera debía administrar el poder conquistado por la pequeña burguesía que (esta perspectiva fantasista debe resaltarse) habría adoptado el programa del proletariado. A su vez, éste debía ser ganado en su mayoría para el Partido Comunista, mientras que por el momento estaba “desorganizado, dispersado, pulverizado en la masa indistinta del pueblo”. Para conquistarlo, el Partido debía “desarrollar un amplio movimiento en las fábricas susceptible de desembocar en la organización de comités proletarios de ciudad elegidos directamente por las masas que, en la crisis social que se anuncia, puedan presidir los intereses generales de todo el pueblo trabajador”. Al mismo tiempo, esta acción en la fábrica y en el pueblo debía “revalorizar el sindicato, devolviéndole su contenido y su eficacia”. Conclusión general: “la medida en la que el conjunto del Partido…logre cumplir su tarea, es decir, conquistar la mayoría de los trabajadores y realizar la transformación molecular de las bases del Estado democrático, será la medida de sus progresos en el camino de la revolución, y es de ella de la que dependerá el paso a una fase ulterior del desarrollo”. Ahí tenemos una nueva versión de la revolución por etapas, consistente en una mezcla de directivas de la Internacional y de de la tradición ordinovista: ¡conquista molecular (¡) del Estado democrático (¡), organización de la mayoría y, de una cosa en otra, victoria revolucionaria de la alianza del proletariado con los campesinos y la pequeña burguesía!
El carácter extremadamente nebuloso de un tal programa (cuyas desviaciones en relación con el marxismo no nos detendremos a subrayar aquí) no escapó al conjunto del partido: de un lado, la derecha estimaba, y con ella la Internacional, que se corría el riesgo “de quedarse en la ventana” y que, de todos modos, la alternación de los abrazos y las rupturas con las oposiciones desorientaba a los militantes e introducía la confusión en las ideas de las masas; de otro, la Izquierda se levantaba contra toda la política dictada por la Central que consistía en criticar las oposiciones después de haberlas cortejado, en abandonar el parlamento en el momento preciso en que habría podido dar una aplicación concreta a la consigna del parlamentarismo revolucionario que ella había aprobado, en correr detrás del sueño de una pequeña burguesía susceptible de “conquistar el Estado” en alianza con el proletariado y, en definitiva, en concentrarse enteramente en problemas de “organización” precisamente porque no tenía ninguna continuidad práctica. No hay que extrañarse, pues, si, cuando esta Central tomó finalmente una iniciativa, ésta fue todavía peor que las precedentes.
Como hemos visto, Gramsci justificaba en agosto la presencia de los comunistas en el comité del Aventino so pretexto de que había que empujar las oposiciones, a las que consideraba como un “Estado dentro del Estado”, a cumplir con su deber (8), tal como las masas en movimiento se lo prescribían (¡), es decir, a “dar una forma política definida al estado de cosas existentes” lanzando “un llamamiento al proletariado, que es el único en medida de dar cuerpo a un régimen democrático” y esforzándose en “profundizar el movimiento espontáneo de huelga que se está preparando”. A continuación, justificó de igual modo la salida del comité bajo pretexto de que “era imposible, por su parte, aceptar una desconfianza de principio respecto de la acción proletaria”. Pero para acabar, hizo a estas mismas oposiciones (que, entretanto, se habían hundido en el sueño de una intervención del Rey, o de un compromiso cualquiera) una proposición inesperada, pero perfectamente coherente con todo el resto del análisis del C.C. en agosto: ¡constituir un organismo representativo de todas las corrientes antifascistas llamando a la acción directa del pueblo italiano, mientras que el partido trabajaría, por su parte, en constituir comités de obreros y campesinos!
Esta invitación tomó la forma siguiente: “El P.C.I. considera que la reunión de los grupos parlamentarios de oposición en una asamblea convocada sobre la base del reglamento parlamentario como Parlamento opuesto al Parlamento fascista tendría un valor muy distinto al de la abstención pasiva, pues profundizaría la crisis y pondría las masas en movimiento: el P.C.I. invita, pues, las oposiciones a convocar esta asamblea”. El texto añadía que, en el seno de ésta, el P.C.I. continuar agitando su propio programa de desarme de los camisas negras de derrocamiento del gobierno, de armamento del proletariado de gobierno obrero y campesino y de huelga antifiscal.
Es inútil decir que la respuesta de los parlamentarios retirados al Aventino fue inmediata y netamente negativa. La Central del P.C.I. se lo esperaba, por otro lado, pero como de costumbre, no veía que esta respuesta, cualquiera que fuese, no podía más que desorientar a las masas y que una proposición que apuntaba a crear un doble aparato de Estado y un doble gobierno y que implicaba la posibilidad de victoria revolucionaria por medio del parlamento y…de sus reglas, no podía dejar de ser desastrosa para su educación revolucionaria. De hecho, se trataba de una edición agravada del “gobierno obrero de 1922, que había conocido una realización tan lamentable en Sajonia y en Turingia. ¿Qué decir, además, del hecho que en el mismo momento el P.C.I. lanzaba la consigna de constituir comités obreros y campesinos “en cada pueblo” y comisiones internas “en cada fábrica” como “bases para la creación de los Soviets”, “células embrionarias del Estado obrero”? Desde el antiparlamento a los Soviets, el P.C.I. saltaba desde una perspectiva ultrademocrática a otra completamente opuesta, al menos en apariencia, puesto que se trataba, como hemos visto de realizar “una conquista molecular del Estado”. En una confusión semejante, las masas, tan cortejadas por el Partido, no podían comprender nada.
Después del rechazo del Antiparlamento por las oposiciones y bajo la vigorosa presión de la Izquierda, el P.C.I. decidió volver a la Cámara para denunciar en ella al fascismo con estrépito. Pero la Internacional vino una vez más a embrollar la situación, decretando el 22 de octubre: “En el caso en que las oposiciones rechazasen la proposición comunista, el grupo comunista no debe volver al Parlamento: un tal chantaje no sería justo, a nuestro parecer”. Después de un laborioso intercambio de telegramas, Moscú cedió: se podría volver al Parlamento, pero enviando un solo camarada para leer en él una declaración, después de la cual se retiraría; una declaración análoga debía hacerse en el comité de las oposiciones. El 10 de noviembre, una delegación comunista pidió a este comité que escuchase una vez más su proposición de Antiparlamento, pero, por supuesto, aquél rehusó incluso simplemente discutirla. Solamente entonces y después de que los parlamentarios del Aventino hubiesen tomado una vez más una posición ultraconstitucional, es cuando el P.C.I. decidió volver al Parlamento o, al menos, enviar a él un delegado para leer una breve declaración. Ironía del destino (puramente aparente, por otro lado) será un militante de la izquierda, Luigi Repossi, el que descenderá solo a la fosa de los leones, en donde será insultado y cubierto de escupitajos.
Reproducimos su discurso, muchas veces interrumpido:
“…Si yo hubiese estado en la sesión del 13 de junio habría debido resaltar…que una Cámara compuesta de fascistas y de cómplices del fascismo…no puede conmemorar a Giacomo Matteotti sin cometer una vergonzosa profanación…No puedo mas que repetir la misma cosa hoy. Lo que está en cuestión, no son las responsabilidades políticas del régimen que hoy no tiene ya apoyo fuera de los camisas negras que gritan”! Viva Dumini!” (9); no son sólo las responsabilidades morales de aquéllos que consideran como legítimas las violencias ejercidas cotidianamente contra los trabajadores. Son responsabilidades personales directas que no se pueden eludir exigiendo la dimisión de un subsecretario o renunciando al Ministerio del Interior…Desde que el mundo es mundo, jamás ha sido reconocido a los asesinos y a sus cómplices el derecho de conmemorar a las víctimas. Esta asamblea lleva el peso de su complicidad en el crimen. Si los comunistas volvemos a ella para tomar asiento hoy, es únicamente para acusaros; nada nos impedirá volver a ella cada vez que juzguemos útil servirnos de esta tribuna para indicar a los obreros y a los campesinos de Italia el camino que deberán seguir para liberarse del régimen de reacción capitalista que Uds. representan. Si hubiésemos estado presentes aquí el 13 de junio, nos habríamos empeñado en decir que (¿si?) el asesinato de Matteotti parecía haber creado una situación, era precisamente porque en realidad aquél era un índice espantoso de ésta. El asesinato de Matteotti ha sido un síntoma agudo de la bancarrota del fascismo…Desde ese momento, ha estado muy claro que se puede romper momentáneamente una organización proletaria, pero que no se puede quebrantar de un modo duradero al proletariado, porque esto significa esclavizar a todo el país…
Desde el 13 de junio, nosotros podíamos decir – y repetir hoy – que el proletariado no olvida lo más mínimo las responsabilidades de cualquiera que haya preparado y sostenido al fascismo, de cualquiera que haya favorecido su ascensión, aunque ese “cualquiera” sea el Quirinal del que tanto se reclaman ¿??? (10). Desde aquel momento, nosotros preveíamos que no se podía llegar a ningún resultado positivo limitando la lucha contra el fascismo a un compromiso parlamentario que no podía más que dejar intacta la naturaleza reaccionaria del régimen que sufren y que maldicen millones de obreros y de campesinos de toda Italia. Por el contrario, (actuando así), se aporta ayuda al fascismo. Los comunistas no vivimos en la espera de un compromiso por el que la burguesía reclama hoy la intervención del rey mientras la socialdemocracia reformista y maximalista, arrojando por la borda la lucha de clase, llama con todos sus votos a una “administración superior y extraña a los intereses de todos los colores”, es decir, una dictadura militar destinada a impedir el advenimiento inexorable de la dictadura del proletariado.
El centro de nuestra acción está situado fuera de esta Cámara, entre las masas trabajadoras cada vez más profundamente convencidas de que únicamente su fuerza organizada puede acabar con la situación vergonzosa en la que Uds. mantienen el país, ustedes, los pro-fascistas y los demócratas liberales que son los aliados y los auxiliares de ustedes, entrando en escena y aplastándoles. En esta tribuna, así como en todas partes, nosotros indicamos a los trabajadores el camino a seguir: es el camino de la resistencia, de la defensa física contra vuestra violencia, la lucha incesante por las conquistas sindicales, la intervención organizada contra el aumento del coste de la vida y la crisis económica, es decir, el camino de la constitución de Consejos obreros y campesinos. Alrededor de estos Consejos deben agruparse todos aquéllos que quieren luchar contra ustedes con las armas apropiadas. De los Consejos obreros deben venir las únicas consignas que aporten una solución radical a la situación presente: ¡Abajo el gobierno de los asesinos y de los que hacen pasar hambre al pueblo! ¡Desarme de los camisas negras! ¡Armamento del proletariado! ¡Instauración de un gobierno de obreros y de campesinos! Los Consejos obreros y campesinos serán la base de este gobierno y de la dictadura de la clase trabajadora.
Y ahora, conmemoran a su gusto a Giacomo Matteotti, pero recuerden que el grito de la madre del mártir se ha convertido en el grito de millones de trabajadores:”¡Asesinos! ¡Asesinos!”
(Declaración de Luigi Repossi en nombre del P.C. de Italia en la Cámara de los Diputados el 12 de noviembre de 1924).
L´”Unitá” será la primera en lamentarse a continuación del descrédito y de la desconfianza que esta media-solución valió al Partido, pero únicamente el 3 de enero es cuando todo el grupo parlamentario volvió a la Cámara, en donde una vez más será un militante de izquierda, Grieco, el que hará el discurso de acusación contra los fascistas. Todo esto no impedirá a la Central hablar de su proposición de antiparlamento como de un anillo importante en la cadena de iniciativas sucesivas con vistas a la toma del poder en las Tesis que presentó en Lyon (1926). Dirá incluso más: “El Partido puede proponer, con el fin de facilitar su propio desarrollo, soluciones intermedias a los problemas políticos generales y agitar estas soluciones entre las masas que todavía se adhieren a partidos y formaciones contrarrevolucionarias. La presentación y la agitación de estas soluciones intermedias…permite agrupar tras el partido a fuerzas más numerosas, mostrar la contradicción existente entre las palabras de los dirigentes contrarrevolucionarios de los partidos de masa y sus intenciones, empujar las masas hacia soluciones revolucionarias y extender nuestra influencia (ejemplo: el antiparlamento) Estas soluciones intermedias no son todas previsibles porque, en todos los casos, deben adherirse a la realidad. Pero deben también estar encaminadas a poder constituir un puente que permita pasar a las consignas del partido”. Además, en caso de “peligro reaccionario inminente y grave” (las tesis recuerdan a Kornilov, denunciando así implícitamente al fascismo como una…reacción feudal), se supone, según ellos, que el P.C.I. “obtendrá los mejores resultados al agitar las soluciones propias de los partidos sedicentes democráticos que, colocados así al pie del muro, se desenmascaran ante las masas y pierden su influencia sobre ellas”. De esta manera es como, de una cosa en otra, se llegará a los frentes populares, a las alianzas de guerra, a las coaliciones gubernamentales y, a fin de cuentas, a las vías nacionales y parlamentarias. He ahí porqué nosotros decíamos más arriba que el año 1924, que habría podido estar marcado si no por la victoria revolucionaria, al menos por una reanudación proletaria después de dos años consecutivos de derrotas en la lucha armada, fue, por el contrario, el puente de partida de las mil vías nacionales al…antisocialismo a que finalmente han llegado los partidos de la difunta Internacional de Lenin.
El juicio de la Izquierda acerca de las múltiples tácticas eclécticamente seguidas aquel año por la central centrista, ¿ el siguiente y se lo encuentra en las Tesis de Lyon de enero de 1926:
“Aún teniendo en cuenta la situación difícil en la que la dirección del partido ha debido actuar, se puede decir que el de 1923 ha cometido los errores que hemos destacado a propósito de las cuestiones internacionales, pero agravándolas bajo el efecto de las desviaciones propias del “ordinovismo”.
La participación en las elecciones de 1924 fue un acto político muy afortunado, pero no se puede decir otro tanto de la proposición de acción común hecha a los partidos socialistas, ni de la etiqueta de “unidad proletaria” que tomó. Igualmente deplorable fue la tolerancia excesiva respecto de ciertas maniobras electorales de los “Terzini”. Pero los problemas más graves se han planteado a propósito de la crisis abierta por el asesinato de Matteotti.
La política de la dirección reposaba sobre la idea absurda de que el debilitamiento del fascismo habría puesto en movimiento primeramente a las clases medias, después al proletariado. Esto significaba, de un lado, una falta de confianza en las capacidades de clase del proletariado, que había permanecido vigilante incluso bajo el aparato aplastante del fascismo, y, de otro, una sobrestimación de la iniciativa de las clases medias. Además de la claridad de las posiciones marxistas en la materia, la enseñanza central sacada de la experiencia italiana prueba que las capas intermedias se dejan arrastrar de un lado o del otro y siguen pasivamente al más fuerte: al proletariado en 1919-20, al fascismo en 1921-22-23, y tras un período de agitación ruidosa, siguen de nuevo al fascismo.
La dirección cometió un error al abandonar el Parlamento participando en las primeras reuniones del Aventino, cuando habría tenido que seguir en el Parlamento y hacer en él una declaración de lucha política contra el gobierno y tomar posición también inmediatamente contra la condición previa constitucional y moral del Aventino, que determinará el desenlace de la crisis con ventaja para el fascismo. No está excluido que los comunistas hubiesen podido llegar a abandonar el Parlamento. Pero lo habrían hecho dando a este paso su fisonomía propia y en el único caso en que la situación les hubiese permitido llamar las masas a la acción directa. Entonces era un momento en que se deciden los desarrollos ulteriores de una situación. El error, pues, fue fundamental y decisivo para apreciar las capacidades de un grupo dirigente. Y condujo a una utilización muy desfavorable para la clase obrera del debilitamiento del fascismo, primeramente, después, de la bancarrota estrepitosa del Aventino.
La vuelta al Parlamento en noviembre de 1924 y la declaración de Repossi fueron benéficas, como lo ha mostrado el movimiento de aprobación del proletariado. Pero se han producido demasiado tarde. Durante largo tiempo, la dirección vaciló y no llegó a decidirse más que bajo la presión del partido y de la Izquierda. La preparación del partido se apoyó en instrucciones incoloras y una apreciación fantásticamente equivocada de las perspectivas (informe Gramsci al comité central en agosto de 1924). La preparación de las masas, basada completamente no sobre la bancarrota del Aventino sino sobre su victoria, fue la más mala posible con la oferta de constituirse en Antiparlamento que el partido hizo a la oposición. Una táctica semejante volvía la espalda ante todo a las decisiones de la Internacional, que jamás ha considerado el hacer propuestas a partidos netamente burgueses; y además, estaba encaminada a hacernos salir del dominio de los principios y de la política comunistas, como, en general, de la concepción marxista de la historia. Independientemente de las explicaciones que los dirigentes podían dar sobre sus fines y sus intenciones (que jamás habrían tenido más que repercusiones muy limitadas), lo cierto es que esta táctica presentaba a las masas la ilusión de un Anti-Estado luchando contra el aparato de Estado tradicional, mientras que en la perspectiva histórica de nuestro programa no hay otra base para un Anti-Estado más que la representación de la única clase productora: el Soviet.
Lanzar la consigna de un Anti-Parlamento apoyándose en el país los comités obreros y campesinos, era confiar el estado mayor del proletariado a representantes de grupos sociales capitalistas, como Améndola, Agnelli, Albertini.
Además de la certidumbre de que no se llegaría a una situación semejante, que no podría ser caracterizada más que como una traición, el solo hecho de presentarla como perspectiva de una oferta comunista significa violar nuestros principios y debilitar la preparación revolucionaria del proletariado.
La obra de la dirección presta el flanco a otras críticas. Hemos asistido a un verdadero desfile de consignas que, no solamente no correspondían a ninguna posibilidad de realización pero ni siquiera a una agitación apreciable fuera del aparato del partido. La consigna central sobre los comités obreros y campesinos, justificada de manera contradictoria y confusa, no ha sido comprendida ni seguida”.
Este juicio había sido formulado ya en el fuego de los acontecimientos, no sólo en el Vº Congreso, sino en las reuniones de partido, como por ejemplo, en el congreso federal de Nápoles el 14 de octubre de 1924, al que asistían Gramsci y Bordiga. Puede resumirse en los puntos siguientes: 1) “frente a las oposiciones, el P.C.I. debía elegir entre dos tácticas: o entrar en el Comité para permanecer en él, o no entrar de ninguna manera; al elegir la vía intermedia, se ha dado a las masas la impresión de que la táctica del Partido era incierta”; 2) no es cierto que “las masas, e incluso las capas pequeñoburguesas, estuviesen por la táctica cobarde de legalismo pacifista de los jefes de las oposiciones; si es cierto que la situación es democrática para los ambientes capitalistas, significa, por el contrario, una inversión de las antiguas relaciones para las capas obreras y campesinos más bajas”; 3) nuestra crítica de la oposición no debe limitarse a decir que no hace nada serio contra el fascismo, sino que cuando “haga algo serio será con un fin de conservación burgués y que se aliará con las fuerzas fascistas al menor intento revolucionario del proletariado”; 4) “El dilema: o hacéis la revolución, o hacéis bloques políticos, no existe: es un viejo tópico maximalista. El bloque tradicional de los diversos partidos es una coartada que sirve a sus jefes para disimular su insignificancia y su incapacidad. Existe una tercera vía dirigir a las masas sobre posiciones de lucha que sean un progreso sin consistir obligatoriamente en la victoria final. Así como nosotros hemos orientado toda la campaña por la huelga general de agosto de 1922”.
No comprender estas posiciones no significaba solamente dejar escapar un momento precioso, sino emprender el camino que hará del Partido Comunista, convertido en partido nacional, heredero no sólo de la democracia, sino del…fascismo. Solo la vía trazada en 1922 por la Izquierda y que era clara y recta, aún cuando las resistencias de la Internacional la han hecho difícil, se podía, incluso batido, seguir siendo fiel a sí mismo. Por la vía oportunista, se ha perdido todo – no solamente la batalla de 1924, después la de 1925 y la de 1926, que fueron su coronamiento, sino algo mucho más que el honor el programa, la visión histórica y la fisonomía propias del Comunismo. Es así como los adversarios de entonces de la Izquierda han acabado no en el antiparlamento, sino en el gobierno o, cuando están en la oposición, en el parlamento pura y exclusivamente.

NOTAS
(1) Un coloquio había tenido lugar entre Buozzi y Mussolini en diciembre de 1922. En previsión de la proclamación del estado de sitio, el Partido Comunista había lanzado un llamamiento a la huelga general (Ver ILComunista del 26 de octubre) pero la C.G.T. la había desaprobado en estos términos: “¡¡ En el momento en que las pasiones políticas se exacerban y en que dos fuerzas extrañas a los sindicatos se disputan ásperamente el poder, la C.G.T. siente que es su deber poner a los trabajadores en guardia contra las especulaciones de partidos o de grupos políticos que tienden a arrastrar al proletariado a una lucha a la que debe permanecer totalmente extraño si no quiere comprometer su independencia”!!! Durante el verano de 1923, hubo un nuevo encuentro, esta vez entre d´Aragona y Mussolini. El clima era de tolerancia recíproca, siendo la ambición secreta de las dos partes llegar hasta la colaboración.
(2) La dirección del P.S.I. desaprobaba ya la obra de su delegación vuelta de Moscú y por la pluma de Nenni acusaba a ésta de querer “liquidar a precio vil” al partido, que en realidad ya no era más que la sombra de sí mismo.
(3) Prácticamente se había disuelto ya como fuerza política y ya no era más que un cadáver.
(4) Es decir, a los socialistas partidarios de adherirse a la IIIa. Internacional.
(5) 2.000 militantes estaban en prisión: “IL Lavoratore ”, único órgano que quedaba del P.C. de Italia, había sido suprimido el 3 de junio y solamente en agosto es cuando el semanal “Stato Operaio” comenzará a aparecer con mucha dificultad.
(6) La fórmula gramsciana de “República federal italiana de los obreros y los campesinos”, receta para resolver lo que se llamaba la “cuestión meridional”, data del otoño de 1923.
(7) Había decidido participar en la campaña electoral, mientras que reformistas y maximalistas preconizaban la abstención para protestar contra una “ley electoral injusta”, acabando, por otro lado, por decidir intervenir para no dejarse batir en su competencia…por los comunistas.
(8) Bien entendido, después del pretendido giro de izquierda del Vº Congreso, la Internacional animará al Partido a hacer suya esta concepción; aún en septiembre, aquélla sugerirá “hacer presión sobre el bloque de oposición para empujarlo cada vez más a realizar su programa por la vía revolucionaria” (carta del ejecutivo del Komintern, publicado de nuevo en Rinascita el 8 de septiembre de 1962).
(9) Dumini es el miliciano fascista acusado de haber asesinado a Matteotti.
(10) Es decir, el Rey.

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