sábado, 17 de septiembre de 2011

DEL GOBIERNO-1921-1202

DEL GOBIERNO


“La posición de los comunistas sobre todas las necedades que profieren en la Cámara los demócratas, los socialdemócratas y los socialistas que se preparan a comenzar de nuevo la vieja farsa del bloque de izquierda es extremadamente simple.
No es cierto de ninguna manera que el fascismo existe porque no hay un gobierno capaz de reprimirlo. Es una mentira hacer creer que la formación de un gobierno de esta naturaleza y, en general, el desarrollo de las relaciones entre la acción del Estado y la del fascismo pueda depender de la marcha de las cosas en el Parlamento. Si se constituyese un gobierno fuerte – es decir, un gobierno capaz de imponer la ley actual – el fascismo entraría por sí mismo en sueño, puesto que no tiene otro fin que hacer respetar realmente la ley burguesa, la ley que el proletariado tiende a demoler, que ha comenzado a demoler y que continuará demoliendo desde el momento en que se relajen las resistencias conservadoras. Para el proletariado, los efectos del gobierno fuerte son los mismos que los del fascismo: el máximo de engaño.
Hagamos algunas aclaraciones a estas tres afirmaciones que oponemos al juego nauseabundo de esa “izquierda” política que se forma en los contactos y regateos obscenos del Parlamento y a la que renovamos de todo corazón la expresión de asco que nos inspira y que es mil veces superior al que merecen todos los reacionarismos, clericalismos y nacional-fascismos de ayer y de hoy.
El Estado burgués, cuya potencia efectiva no reside en el parlamento, sino en la burocracia, la policía, el ejército, la magistratura, no se ve mortificado de ningún modo por ser suplantado por la acción salvaje de las bandas fascistas. No se puede estar contra algo que se ha preparado y que se defiende. Cualesquiera que sea el grupo de payasos instalado en el poder, la burocracia, la policía, el ejército y la magistratura están, pues, por el fascismo, que es su aliado natural.
Para eliminar al fascismo, no hay necesidad de un gobierno más fuerte que el actual: bastaría que el aparato de Estado dejase de apoyarle. Ahora bien, el aparato de Estado prefiere emplear contra el proletariado la fuerza del fascismo, al que sostiene indirectamente, antes que su propia fuerza, y hay razones profundas para ello.
Nosotros los comunistas no somos tontos hasta tal punto que reclamemos un “gobierno fuerte”. Si creyésemos que basta pedir para obtener, reclamaríamos, por el contrario, un gobierno verdaderamente débil: así el Estado y su formidable organización serían impotentes para intervenir en el duelo entre blancos y rojos. Entonces, los demócratas a la Labriola verían bien que se trata de una verdadera guerra civil y el Duce, que no es cierto que sus victorias sean debidas al “bajo materialismo” de los trabajadores. Nosotros los comunistas somos los que les daríamos enseguida “gobierno fuerte”, tanto a los unos como al otro. Pero la hipótesis es absurda.
El fascismo ha nacido de la situación revolucionaria. Revolucionaria porque la barraca burguesa ya no funciona, porque el proletariado se ha puesto a darle los primeros golpes. La demagogia vulgar y la incomparable bajeza de los falsos jefes proletarios de diversos matices que hay en el partido socialista han saboteado la marcha adelante del proletariado. Pero esto no cambia nada al hecho que la clase obrera revolucionaria de Italia ha tomado audazmente la iniciativa del ataque contra el Estado burgués, el gobierno, el orden capitalista, es decir, contra la ley que preside la explotación de los trabajadores.
La situación puede cambiar, la crisis capitalista agravarse o arreglarse momentáneamente, el proletariado hacerse más agresivo o sucumbir a los golpes del enemigo y dejarse dispersar por los infames socialistas, otras tantas hipótesis de las que no tenemos que decir aquí cuál es la más probable. Es de estas modificaciones, en todo caso, de las que depende el cambio de las funciones del fascismo en relación a la organización estatal. Si el proletariado es batido, cualquier gobierno hará automáticamente el papel de “gobierno fuerte”, y las bandas fascistas podrán dedicarse al fútbol o a la adoración de los códigos sagrados del derecho en vigor. Si el proletariado replica al ataque, el jueguecito de la alianza secreta entre los liberales del gobierno y las formaciones fascistas continuará durante algún tiempo, con un ministerio Nitti o Modigliani, poco importa; pero el momento en que los fascistas y los demócratas del bloque de izquierda se pondrán de acuerdo sobre el hecho – perfectamente exacto – de que el único enemigo del orden actual es el proletariado revolucionario, no tardará y entonces actuarán abiertamente juntos para el triunfo de la contrarrevolución.
La evolución de estos fenómenos sociales e históricos no tiene nada que ver con la exhibición actual de los idiotas y de los pillos del Parlamento. La constitución de la “izquierda burguesa”, que de 150 diputados cuenta con 145 candidatos a puestos de ministros, no tendrá ninguna influencia sobre esta evolución, y es por el contrario ésta la que podría conducir al poder a un cualquiera Dugoni, un Vavirca u otros personajes de la misma calaña, derrotistas hasta la médula cuando se trata de los intereses proletarios y que los trabajadores cometen el error de elegir y tomar en serio cuando prorrumpen en jeremiadas acerca de las violencias fascistas.
Para pretender, como el crítico sutil que es Labriola, que se puede llegar a un gobierno capaz de desarmar al fascismo y devolver al Estado su función de único defensor del orden, a través de simples maniobras parlamentarias, hay que estar empujado por el arribismo político más vulgar, hasta tal punto es estúpida la afirmación. Sin embargo, admitamos por un instante que sea cierto, ¿qué resultaría de ello para el proletariado? Un engaño, repitámoslo. El más solemne de los engaños.
Hubo un tiempo en que el juego de la izquierda se oponía al de la derecha burguesa porque ésta última empleaba medios coercitivos para mantener el orden, mientras que ella pretendía mantenerlo por medios liberales. Hoy, la época de los medios liberales está cerrada y el programa de la izquierda consiste en mantener el orden con más “energía” que la derecha. Se hace tragar esta píldora a los trabajadores bajo el pretexto de que son los “reaccionarios” los que perturban el orden y que son las bandas armadas de Mussolini las que pagarían la “energía” del gobierno de la izquierda.
Pero como el proletariado tiene por misión destruir vuestro orden maldito para instaurar el suyo, no tiene peor enemigo que aquellos que proponen defenderlo con el máximo de energía.
Si se pudiese creer al liberalismo, el proletariado exigiría de la burguesía un gobierno liberal a fin de poder instaurar su dictadura con un sacrificio menor. Pero sería culpable de dar a las masas una tal ilusión. Los comunistas, pues, denuncian el programa de la “izquierda” como un fraude, tanto cuando ésta gime acerca de las libertades públicas violadas como cuando se lamenta de que el gobierno no es suficientemente fuerte. La única cosa de que se puede uno regocijar es que a medida que este fraude se desvela más netamente, el liberal aparece más como un gendarme; incluso si se pone el uniforme para arrestar a Mussolini, sigue siendo siempre un gendarme. No arrestará, ciertamente, a Mussolini pero montará la guardia para proteger el enemigo de la clase obrera: el Estado actual.
Nosotros no estamos, pues, ni por el gobierno débil ni por el gobierno fuerte; ni por el de la derecha, ni por el de la izquierda. No se nos hace tragar estas distinciones de efecto puramente parlamentario. Nosotros sabemos que la fuerza del Estado burgués no depende de las maniobras de pasillo de los diputados y estamos por un solo gobierno: el gobierno revolucionario del proletariado. No se lo pedimos a nadie, lo preparamos contra todos, en el seno mismo del proletariado.

¡Viva el gobierno fuerte de la revolución!


AMADEO BORDIGA

DE “IL COMUNISTA” DEL 2 DE DICIEMBRE DE 1921

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