sábado, 17 de septiembre de 2011

EL PROGRAMA FASCISTA-1921-1127

EL PROGRAMA FASCISTA

“Al mismo tiempo que el manifiesto del partido, el diario fascista ha publicado un artículo destinado (así como una serie de otros) a defender el movimiento contra la acusación de no tener ni programa, ni ideología ni doctrina, acusación que ha sido formulada desde todas partes contra él. El líder fascista responde a este coro de reproches con una cierta irritación: ¿Ustedes reclaman de nosotros un programa? ¿Ustedes lo reclaman de mí? ¿Les parece a ustedes que no he logrado formularlo en mi discurso de Roma? y encuentra un quite no desprovisto de valor polémico: ¿es que los movimientos políticos que dicen haber sido decepcionados en su espera tendrían ellos mismos un programa? Después de lo cual, establece dos cosas: en primer lugar, es justamente porque los partidos burgueses y pequeñoburgueses no tienen programa por lo que esperaban uno del fascismo; en segundo lugar, no debe reprocharse al fascismo su falta de programa, pues esta falta constituye un elemento importante para comprender y definir su naturaleza.
El director del diario fascista pretende enseguida mostrar que si el fascismo no tiene ni tablas programáticas ni cánones doctrinales, es porque sale de la tendencia más moderna del pensamiento filosófico, de las teorías de la relatividad que, según el, habrían hecho tabla rasa del historicismo (8) para afirmar el valor del activismo absoluto. Este descubrimiento del Duce presta ampliamente el flanco a la broma: desde hace muchos años, él no ha hecho más que relativismo por intuición, pero, preguntamos nosotros, ¿qué político no podría decir otro tanto y reivindicar la etiqueta de “REACTIVISMO PRÁCTICO”? Mejor es hacer notar que esta aplicación del relativismo, del escepticismo y del activismo a la política no tiene nada de nuevo. Es, por el contrario, un repliegue ideológico muy corriente que se explica objetivamente por las exigencias de la defensa de la clase dominante, como nos lo enseña el materialismo histórico. En la época de su decadencia, la burguesía se ha hecho incapaz de trazarse una vía (es decir, no sólo un esquema de la historia sino también un conjunto de fórmulas de acción); por esta razón, para cerrar el camino que otras clases se proponen tomar, en su agresividad revolucionaria, ella no encuentra nada mejor que recurrir al escepticismo universal, filosofía característica de las épocas de decadencia. Dejemos de lado la doctrina de la relatividad de Einstein, que se refiere a la física…Su aplicación a la política y a la historia de nuestro desdichado planeta no podría tener efectos muy sensibles: si se piensa que esta doctrina corrige la evaluación del tiempo en función de la rapidez de la luz y que el tiempo empleado por un rayo luminoso en recorrer las más largas distancias mensurables sobre nuestro globo es inferior a la veinteava parte de segundo, se comprende que la cronología de los acontecimientos terrestres no quedaría afectada por ello de ninguna manera. ¿Qué nos importa saber si Mussolini hace relativismo por intuición desde hace diez años, o bien desde hace diez años más una veinteava parte de segundo?
Pero las aplicaciones del relativismo y del activismo filosófico a la política y a la praxis social son una vieja historia y constituyen un síntoma de impotencia funcional, simplemente. La única aplicación lógica de estas doctrinas a la vida social reside en el “me importa un bledo” subjetivo de los individuos; sin programas de reforma y de revolución de la sociedad, ya no hay grandes organizaciones colectivas: no queda más que la acción de los particulares y, a lo más, de grupos limitados independientes y dotados del máximo de iniciativa.
Las dos formas bien conocidas de revisión del marxismo, el reformismo y el sindicalismo, han sido escépticas y relativistas, en perfecta lógica con ellas mismas. Bernstein dijo mucho antes que Mussolini que el fin no es nada y que la acción, el movimiento, lo es todo. Se intentaba quitar al proletariado la visión de una meta final y al mismo tiempo se le arrancaba también la concepción unitaria que implica la lucha en función de una orientación única. Se reducía así el socialismo a la lucha de grupos inconexos, por fines contingentes, con un abanico ilimitado de métodos, es decir, a ese “movilismo” que el Duce invoca hoy. Es una actitud idéntica la que ha dado origen al sindicalismo. La crítica relativista parece considerar que el sistema que habla a la clase obrera de la unidad de su movimiento en el tiempo y en el espacio, no es más que una antigualla mil veces refutada y enterrada. Pero esta crítica que se presenta día tras día como “nueva”, no es a su vez más que una machaconería gastada de pequeños burgueses; se parece al elegante escepticismo religioso de los últimos aristócratas que, en la víspera de la gran revolución burguesa, no tenían la fuerza de luchar por la conservación de su propia clase; en un caso como en el otro, son los síntomas de la agonía.
Por el contrario, el fascismo no tiene, por su propia naturaleza, ningún derecho a reclamarse del relativismo. Muy al contrario, se podría decir que representa los últimos esfuerzos de la clase dominante actual para darse líneas de defensa seguras y para defender su derecho a la vida frente a los ataques revolucionarios. Es un historicismo negativo, pero un historicismo al fin y al cabo. El fascismo posee una organización unitaria de una indiscutible solidez, la organización de todas las fuerzas decididas a defender desesperadamente por la acción posiciones teorizadas desde hace mucho tiempo: he ahí por qué aparece no como un partido que aporta un programa nuevo, sino como una organización que lucha por un programa que existe desde hace mucho tiempo, el del liberalismo burgués.
El escepticismo hacia el Estado burgués, del que parece dar testimonio el manifiesto del partido fascista, no debe ni puede inducir a error. Deducir de él que para el pensamiento y el método fascistas, la noción misma de Estado no es una “categoría fija”, sería hacer un juego de palabras desprovisto de sentido. El fascismo pone, efectivamente, el Estado y su función en relación con una nueva categoría poseedora de un absolutismo no menos dogmático que ningún otro: la Nación. La inicial que ha quitado a la palabra Estado, el fascismo se la añade a la palabra nación. De qué manera la voluntad y la solidaridad nacionales podrían no ser expresiones “historicistas” y “democráticas”, ¡he ahí lo que los filósofos del fascismo deberían explicarnos! Y para esto les haría falta comprender la diferencia que existiría entre su principio supremo, la Nación, y la real organización actual del Estado.
En realidad, el término “Nación” equivale simplemente a la expresión burguesa y democrática de soberanía popular, soberanía que se manifiesta, pretende el liberalismo, en el Estado. El fascismo no ha hecho, pues, más que heredar nociones liberales, y su recurso al imperativo categóricamente nacional no es sino una manifestación de más del engaño clásico consistente en disimular la coincidencia entre Estado y clase capitalista dominante. Basta una crítica superficial para demostrar, primeramente, que la Nación del manifiesto fascista es indiscutiblemente una “categoría” y que tiene en la ideología un valor tan absoluto que aquel que osa blasfemar contra ella es condenado al sacrificio expiatorio…de la tunda de palos; y en segundo lugar, que esta Nación no es ninguna otra cosa más que la burguesía y el régimen que ella defiende, es decir, la anticategoría de la revolución proletaria. Muchos movimientos pequeñosburgueses que toman actitudes pseudorrevolucionarias – y que hoy, por paradójico que pueda parecer, convergen todos hacia el fascismo – invocan también el epíteto “nacional”. Sería imposible comprender por qué la Nación reside en el movimiento de los voluntarios fascistas más bien que en la masa desorganizada (u organizada en otras minorías) que es su enemiga natural, si el concepto de Nación no disimulase los mismos elementos que nos conducen, a nosotros marxistas, a establecer que el Estado burgués, que habla en nombre de todos, es una organización minoritaria para la acción de una minoría: la burguesía. La vacilación de la potente organización de los voluntarios fascistas frente a la organización estatal no denota una independencia de movimiento por parte de ellos, sino únicamente la existencia de una división de las funciones conforme a las exigencias de la conservación burguesa. Porque es necesario que el Estado guarde el derecho de presentarse como la expresión democrática de los intereses de todos, esta milicia de clase debe formarse necesariamente fuera de él; y ésta, a su vez, osa tan poco ser coherente con las filosofías que pregona, que en lugar de presentarse como la expresión de una élite reduce su programa a un vago “nominalismo” que, además, tiene la propiedad de ser democrático en el sentido tradicional y vulgar: la Nación.
El relativismo domina en las capas burguesas desvirilizadas y resignadas a la derrota, a las cuales su propia desorganización prueba que el pensamiento y la dominación burguesas han fracasado. Pero la organización unitaria que reagrupa y encuadra las últimas capacidades de lucha de la burguesía muestra que las fuerzas del pasado aún capaces de unirse no se reúnen sobre la base de un programa a ofrecer a la historia de mañana (ninguna corriente burguesa, ni siquiera el fascismo, puede encontrar nada semejante) y que obedecen solamente a la decisión instintiva de impedir la realización del programa revolucionario. Si éste hubiese sido batido en el terreno teórico, si no hubiese podido refutar las tesis nuevas y seductoras que brillan en los artículos del líder fascista y si la burguesía no olfatease en él un peligro, es decir, la realidad de mañana, ¡el Duce podría perfectamente licenciar a sus camisas negras y en nombre de la filosofía relativista y activista abolir la disciplina inmovilista a la que pretende constreñirlas cada vez más!

¡VIVA EL GOBIERNO FUERTE DE LA REVOLUCIÓN!

AMADEO BORDIGA

DE “IL COMUNISTA” DEL 27 DE NOVIEMBRE DE 1921

No hay comentarios:

Publicar un comentario