Brújulas enloquecidas
Amadeo bordiga
Al Hilo del Tiempo
Los primeros navegantes se orientaban en alta mar, cuando en el horizonte no era visible tierra alguna como punto de referencia, con el sol o con las estrellas, pero tal método era imposible con cielo cubierto.
El descubrimiento de la aguja magnética, formado al principio, al parecer, por un asta de mineral de hierro que se encuentra en la naturaleza, la magnetita, y luego con una barrita de acero magnetizada frotándola sobre aquél, lleva en occidente el nombre del amalfitano Flavio Gioa; pero se supo más tarde que los chinos lo habían inventado ya mucho antes. De día o de noche, con cielo despejado o cubierto, uno de los extremos de la aguja indica el norte, y permite rectificar el rumbo de la nave.
Pero cuando los navegantes de los últimos siglos tropiezan con una tempestad magnética, o sea con zona de mal tiempo en la que abundan las descargas eléctricas, y otras perturbaciones, la brújula “enloquece”. La aguja gira locamente sobre su centro y señala en todas direcciones: se hace imposible hasta el regreso de la calma seguir un rumbo seguro.
Si, además, los “campos” a los que la aguja ha estado sometida durante la crisis han sido de fuerza e intensidad comparables a aquellos a los que la barrita magnética debía su carga y polarización, puede llegar a perderla para siempre, de forma que la nave ya no encontrará nunca más, ni siquiera en tiempos de bonanza, su rumbo. La brújula ya no podrá “enmendarse”.
Indudablemente hoy las vanguardias, casi desaparecidas y dispersas de la corriente proletaria revolucionaria atraviesan un período de indiscutible turbación, y muestran demasiado a menudo no saber ya dónde está el sur del capitalismo o el norte del comunismo, el occidente de la reacción o el oriente de la revolución. Si estamos pues en mitad de una “tempestad magnética” de la historia, en la que es muy fácil perder el rumbo… ¿por qué entonces - preguntarán los escépticos, los cínicos y los maliciosos - hoy la clase obrera sigue en el noventa y nueve por ciento llamando vanguardias a esos grupos? ¿Y vanguardias de qué ejército? ¿Y para qué batalla, si ahora van hacia delante a ciegas, y a menudo se acusan entre sí de tomar por delantero lo trasero, el cénit por el nadir? Hemos querido referirnos a los pocos movimientos que no se han confesado o convencido aún de afiliarse o actualizarse en una de las grandes “administraciones” del movimiento político, cuyas centrales están a la sombra de los grandes ejércitos y de las grandes policías del mundo. Hemos aludido a los grupos, derivados de tendencias escindidas del movimiento revolucionario de los pasados años, que intentan actuar sin abandonarse a una determinada corriente como pasivos escombros, que no se limitan a incentivos como el látigo para el animal de tiro o el bocado suspendido ante las fauces del cocodrilo del chiste. Que no son comparables a los rebaños burocráticos, sin más brújula que evitar la patada en el culo o conseguir el soborno del cotidiano bocado.
Mejor navegar por algún tiempo sin brújula, que tener por regla segura las “superiores disposiciones” y el salario mensual. Por pocas y marginales que puedan ser las fuerzas independientes del proletariado, son éstas las que retomarán el hilo con los tiempos de las grandes movilizaciones, cuando fuerzas imponentes se unan en una dirección común y segura.
Se han dado algunos intentos para explicar todo lo sucedido en Rusia, en occidente, en el mundo, sobre todo desde el estallido de la guerra europea en 1914 hasta esta vigilia de un eventual tercer conflicto mundial. Estos intentos tienen por centro la demostración de que el conjunto de los acontecimientos responde al “curso” que la doctrina marxista ha trazado desde hace casi un siglo como ciclos del moderno capitalismo.
Nos referimos al campo de las vanguardias políticas, en cuanto planteamos como punto de partida los modernos y potentes movimientos organizados, puede decirse que en todos los países, que dan al tema respuestas que podemos reducir a estos tres tipos:
Primer tipo: La doctrina marxista ha sido superada y debe ser desechada. El elemento fundamental de la historia no es la lucha de clases por intereses económicos inconciliables. Trabajadores y propietarios estarán encuadrados en sistemas políticos nacionales o incluso mundiales; se usará la fuerza en el caso de disturbios de tal naturaleza, por parte de los poderes constituidos y legales.
Segundo tipo: La doctrina marxista se entiende en el sentido de que los trabajadores siempre tienen intereses comunes que afirmar, pero que las posibilidades de hacerlo vienen dadas por una organización política que ya ha conseguido la conquista de las libertades civiles y electorales. El uso de estos medios eliminará para siempre las más destacadas “desigualdades sociales” hasta llegar a alcanzar un cierto bienestar general.
Tercer tipo: La doctrina marxista de la lucha revolucionaria armada del proletariado para conquistar el poder y construir la sociedad comunista se ha confirmado en la revolución rusa. Desde entonces Rusia es el país del socialismo, que no entrará en conflicto con los países del capitalismo, aunque en ellos el proletariado permanezca indefinidamente como clase dominada, pero que se arma para defenderse por si fuera agredido. Si se evita la agresión, objetivo de los trabajadores de todos los países, se desarrollará una convivencia y la emulación pacífica entre el socialismo del sector ruso y el capitalismo occidental.
Es cierto que no son muchos, ni teóricamente seguros, los grupos políticos que en varios países rechazan estos tres tipos: el primero, que se reclama de ideales cristianos, masónicos o fascistas; el segundo, del socialismo con prejuicios democráticos, rico por su historia de medio siglo de contrarrevolucionarios nefastos; el tercero, del estalinismo, el más preeminente y ahora con un cuarto de siglo de antirrevolución.
Ahora mismo, también en el seno de esta restringida rosa de los vientos de grupos marxistas, a los que queda bien entendido que les llamamos de vanguardia, aunque su fuerza sea escasa, el intento de reordenar en algunas tesis la explicación que hemos esbozado ha levantado dudas que, por el modo de manifestarse, parece que provienen de la pérdida de una clara orientación política.
Las tesis que han encontrado cierta dudosa desconfianza son fundamentalmente las siguientes:
1.- El moderno control, dirigismo, o gestión económica por parte del Estado es una etapa comprendida y prevista en el curso del puro capitalismo. No solo no es un puente para pasar del capitalismo al socialismo, sino que ni siquiera es una forma social interpuesta en el tiempo entre las dos, y que tenga por protagonista una tercera, nueva clase, entre burguesía industrial y proletariado, una clase de burócratas del Estado, de técnicos, de managers económicos de los politicastros.
2.- La actual forma rusa es una revolución iniciada con el doble brinco histórico de revolución antifeudal y antiburguesa, y desarrollada como revolución solo capitalista, de forma que no se construye socialismo, sino capitalismo. Mientras con el noventa y cinco por ciento de su fuerza social impulsa formas asiáticas o medievales en el circuito infernal del capitalismo contemporáneo, con el cinco por ciento restante ha devorado las pocas fuerzas económicas socialistas de los años heroicos, reduciéndolas también a formas capitalistas, en cuanto mercantiles, de propiedad titular.
3.- La actual forma occidental, cuya máxima expresión es Estados Unidos de América, indudablemente desarrolla a su vez un capitalismo ya maduro y potente, con formas de elevada concentración y de totalitarismo, plenamente acordes con la prospectiva marxista. Esto aparece bien claro apenas se conoce el dato esencial de que el vencedor (norteamericano) ha heredado la teoría de la praxis de sus precursores y vencidos enemigos fascistas, siendo pura fluorescencia la explotación publicitaria de la ideología democrática. Los máximos históricos del militarismo, ya sea en la Marina o en la Aviación, de la organizada capacidad de conquista, sumisión y agresión allí alcanzados, concuerdan con el máximo potencial antirrevolucionario.
4.- El movimiento de la vanguardia comunista revolucionaria debe prepararse para la lucha contra dos perturbadoras olas de “encrucijada” y “entreacto” que movilizarán a las masas de trabajadores por objetivos no clasistas ni revolucionarios. De una parte para que venza la “democracia” del mundo libre, de otra para que triunfe el “socialismo” estalinista. Al mismo tiempo, y en el plano de la prospectiva histórica, coherente con todas las valoraciones hechas desde 1848 hasta hoy de los grandes conflictos militares, el movimiento marxista, aplicando doquiera la praxis derrotista y del “enemigo interior”, establecerá cual sea el mal menor entre las distintas posibilidades: pacto entre los dos grupos, o victoria de uno sobre otro. El mal menor será siempre la ruina del monstruo de Washington.
Esta última tesis, si no se realizara exactamente, haría temer la recaída en un entreacto de otra naturaleza, o, si se prefiere otra palabra, en un”resbalón” preferencial ¡Existiría la obligación de una soberana imparcialidad! Haríamos mal, pudiendo apretar las teclas de la revolución mundial, si osáramos decir ¡ahora aprieto la tecla americana, y luego apretaremos la tecla rusa! ¡No se trata ahora del todo de eso! Para verlo es necesario, como de costumbre, recorrer un poco el hilo del tiempo; hacia atrás, se entiende.
Que quien duda sobre la tesis I, o sea, sobre la exquisita naturaleza capitalista de todo estatalismo económico, o economismo estatal, dude sobre la segunda, de la tendencia rusa hacia el capitalismo, puede explicarse a causa del pequeño sector de conquistas socialistas de 1917-1921. Si existe un pretendido estamento poscapitalista y presocialista, toda Rusia vive de él.
De todas formas, pasando a la tesis 3, se debería convenir, por parte de quien asume tal valoración, que efectivamente Estados Unidos de América tiende solo a este postcapitalismo, en el que Rusia naufraga. Y ahora los partidarios de la imparcialidad o del indiferentismo, que nuestra tesis 4 habría violado, ven en efecto entre la situación social en Occidente y la de Rusia, entre el esqueleto de los “dos imperialismo rivales e iguales” una diferencia mucho más profunda de la que vemos nosotros. Muchos, aunque no lo crean, se acercan al peligro de caer bajo la sugestión de la “guerra revolucionaria”, digna hermana y socia de la innoble “guerra democrática”, que ablandó las conciencias en 1914 y en 1941. Si Marx, Lenin y Engels (como ya hemos documentado a fondo) admiten que las guerras de 1789-1791 fueron guerras burguesas revolucionarias, que el proletariado debía apoyar, y si el “economismo estatal”, y el otro estadio histórico del capitalismo, son premisa necesaria del comunismo, si pudiera tomarse la iniciativa de una guerra para domar a los Estados Unidos, y si pudiera tener éxito (y también si no lo tuviese, como le pasó a Napoleón) podría contemplarse como capaz de “hacer girar hacia delante la rueda de la historia”.
He ahí por qué en muchas posiciones críticas, bajo la manía de buscar nuevas fórmulas para hechos que se pretenden inesperados, no podemos encontrar una orgánica visión y un coherente “análisis” y “prospectiva” (de la que se nos acusa no tener ninguna propia), sino sólo un error de rumbo.
A Y E R
Hay que retomar una vez más el hilo. Estamos en la fase de la hilatura, absolutamente preliminar. Sólo después de haber hilado correctamente se podrá empezar a tejer. “Teje Alemania, tu lienzo fúnebre; teje, teja, tejamos”, cantaba el rebelde Heine. La mortaja del capitalismo no está aún en el telar, y demasiados sastres hablan ya de cortar la tela. Nosotros hilamos, ya que no pudimos impedir que la Internacional revolucionaria entre 1917 y 1922 cortara la tela, entonces abundante según una errónea apreciación.
En 1895 moría Engels que todos definían como el albacea testamentario de Marx, por burguesa que sea esta historia de los testamentos. Bernstein pasaba por albacea de la voluntad del maestro Engels, lo que hizo más clamoroso el eco que tuvo poco después la salida de su libro Los presupuestos del socialismo. Aquella obra fundaba la escuela revisionista del marxismo, la corriente que propugnaba las reformas sociales progresivas y admitía la colaboración política e incluso gubernamental de los partidos socialistas con la burguesía más avanzada, a fin de acelerar la evolución del capitalismo, que sería el único requisito para desembocar en el socialismo. Estalló una polémica vivísima y prolongada entre los bernsteinianos y los marxistas ortodoxos, que reivindicaron la lucha intransigente de clase y la perspectiva del enfrentamiento revolucionario armado, como único “requisito” del fin del capitalismo.
Para el reformismo, que inundaba en aquellos decenios de aparente idilio social y de pausa de las guerras, el marxismo tradicional “era un hijo no reconocido de la tempestuosa adolescencia del capitalismo, y presentaba una serie de deducciones extraídas del período de revoluciones transcurrido entre 1789 y 1848”.
Al igual que hoy se pretende que la construcción marxista es incapaz de comprender la “tempestuosa vejez” del capitalismo, entonces se pretendía que las teorías marxistas eran incapaces de explicar la “tranquila madurez” del capitalismo. La historia aplastó a los revisionistas.
Desde 1895 el joven Lenin se solidarizó apasionadamente con la lucha de los radicales contra los revisionistas y tradujo al ruso la polémica de Kautsky en respuesta a Bernstein. Es muy notable que Lenin durante todo el período que siguió, aunque disintió de las opiniones de muchos marxistas de izquierda – Parvus, Luxemburg, Kautsky – acerca de cuestiones sobre la revolución en Rusia, se identificó sin embargo completamente con ellos en cuanto a los problemas y métodos de la revolución en Europa occidental.
En la visión de Marx podemos diferenciar tres “áreas” de desarrollo revolucionario. La historia cambiará quizás las áreas, pero confirmará totalmente la visión de tal desarrollo. Un área está formada por Europa continental y especialmente de Francia y Alemania y los países que les rodean, que es el campo maduro para el enfrentamiento insurreccional de la clase obrera contra la burguesía, por más o menos recientes que sean las revoluciones de ésta. Otra área está formada por Inglaterra y Estados Unidos de América donde la lucha de clase aparece, en el período que va de El Manifiesto Comunista a El Capital, menos tensa en sus formas políticas. Lenin dará luego la demostración clásica de que también en estos dos países se ha entrado de pleno en la fase en la que el Estado burgués se da un encuadramiento burocrático militar y policíaco totalmente dirigido a impedir cualquier tentativa proletaria de control. La tercera área es la Rusia todavía feudal, puerta al atrasado Oriente en el que aún han de penetrar los modos de producción modernos, y donde las reivindicaciones liberales y nacionales han de enfrentarse a señoríos seculares.
Si desde 1789 a 1848 y en cierta medida hasta 1871 la clase obrera en Europa también tuvo que apoyar en abiertas alianzas a la joven y progresista burguesía. Lenin vio claro que una situación similar surgiría aún en el área rusa. Si en Occidente la colaboración insurreccional de las clases justificó el apoyo obrero a los motines por la independencia nacional, que hasta 1871 fueron realmente una premisa de la moderna lucha de clases en cuanto su expansión no dependía del industrialismo moderno, Lenin veía que en Rusia no podía darse por descontado un proceso parecido.
Los radicales de occidente aborrecían justamente toda colaboración política entre las clases, que había degenerado ya hasta el posibilismo ministerial, el millerandismo y el bloque con los masones. Bernstein había invertido totalmente la correcta visión histórica, y decía que habíamos salido del período de la lucha armada y entrado en el de la colaboración legal. Sin embargo lo cierto es que se había salido del período de la colaboración, no legal sino insurreccional, con la burguesía en la lucha contra la vieja autoridad, y se había entrado en el de la lucha entre el proletariado y la burguesía para impulsar a su vez la insurrección, como ya se había visto en París en junio de 1848 y en 1871.
Lenin veía esto claramente, y se vislumbra en cada línea escrita entre 1893 y 1923 para quien sabe leerle y no tiene interés en falsearlo. Pero en Rusia Lenin se encuentra con otra forma muy distinta de degeneración, o por decirlo mejor, de la misma degeneración revisionista: el marxismo legal. Decía Struve: estamos fuera de la fase de la alianza con la burguesía y por eso no nos interesa para nada sus luchas por la libertad política y la independencia de las naciones oprimidas. ¿Y entonces? Struve se convertía en intransigente y transigía con el zar, igual que Lasalle, otro alumno imperfecto del marxismo, flirteaba un poco con el káiser. Decía Struve: abandonemos cualquier reclamación burguesa e injertemos en el sistema zarista la lucha pacífica por las conquistas económicas que interesan a la clase obrera: ocho horas, aumento de salarios, leyes sociales, etcétera. El revisionismo que en occidente se había contentado con cambiar la revolución obrera por las reformas sociales, en Rusia iba mucho más lejos, y bajo la hábil ostentación del método de clase, cambiaba las reformas por la revolución antifeudal.
Toda la vida y la obra de Lenin, parafraseada por mil autores, debería ser leída bajo esta luz del enfrentamiento dialéctico entre la estrategia de la revolución en las dos áreas que la historia ha tenido separadas hasta 1917. Sólo así puede comprenderse el perfecto acuerdo de la crítica teórica de la democracia burguesa y de todo legalismo, completa e inmutable hasta el Manifiesto, con la demolición de la pura locura de tender puentes al zarismo, a la satrapía, o incluso al dominio colonial de las potencias burguesas de ultramar, bajo pretexto de un tartufo antiburguesismo, de un marxismo castrado.
En Rusia se impulsa a todas las fuerzas dispuestas a hacer armas contra el despotismo, la dinastía y los boyardos; ya vengan de la burguesía, del campesinado, de los intelectuales o de la población oprimida. La desaparición de esta lucha debe atribuirse al proletariado revolucionario preparado, mediante las armas teóricas, organizativas y tácticas, para su dictadura.
A partir e entonces, en una sola y única área, la lucha por el poder político surgido de la insurrección será la única premisa necesaria para dar un rápido salto al avanzadísimo tipo de producción de occidente desde el ruso, atrasado y desorganizado. Fue la batalla de la III Internacional de Moscú.
Lenin previó desde su primera lectura la quiebra de la doctrina de Bernstein. En realidad, llegado el 1905 ruso para poner la insurrección en el orden del día de la historia, también llegó la condensación del huracán imperialista para poner en el orden del día las guerras más terribles. Esto significaba que las prospectivas extraídas del tempestuoso período de la primera mitad del siglo pasado, eran plenamente válidas.
Las consecuencias de haber cedido al engaño de la bonanza en la madurez del capitalismo fue la bancarrota social-nacional que trastornó a los revisionistas y a no pocos radicales. Ambos se vieron trasportados a la época de un régimen burgués adolescente, que había que ayudar a crecer… Dijeron a los trabajadores que tomaran las armas con fines de democráticos y nacionalistas.
Mientras la supervivencia medieval del zarismo fue motivo suficiente para desencadenar una campaña patriotera de la socialdemocracia en Alemania, que las tesis de apoyo a la guerra ganasen al fin tanto a los socialistas rusos, como a los jefes marxistas ortodoxos del ala bolchevique, produjo un enorme escándalo.
A finales de diciembre de 1914 Lenin proclamó en Rusia sus tesis sobre la guerra, cuyos puntos principales citados por Trotsky en su libro “Stalin”, se resumen del siguiente modo:
1.- Guerra a la guerra.
2.- Transformar la guerra imperialista en guerra civil.
3.- La derrota del gobierno zarista es el mal menor bajo cualquier condición.
Naturalmente todos los que estaban desconcertados dijeron que Lenin prefería la victoria del extranjero y del imperialismo alemán. Lenin había escrito a Gorka en 1913: no me atrevo a esperar que el káiser y Francisco José nos concedan el gran regalo de declarar la guerra a Rusia… Pero fue el propio Lenin quien impulsó a fondo en occidente la campaña contra la vergüenza del apoyo de los socialistas alemanes y austriacos a la guerra, yquien tejió la primera trama de donde vendrán las rebeliones de Karl Liebknecht , de Friedrich Adler…
Puede hacerse un cierto paralelo con Italia. También aquí entre los socialistas que se opusieron a la guerra en Italia hubo, durante el inmediato período de guerra, elementos favorables a medida que la guerra empeoraba para la burguesía italiana. Es fácil recordar que al fin y al cabo los enemigos del zar y de la burguesía democrática italiana fueron vencidos. Sin embargo, dado que tanto el zar como la clase dirigente italiana salieron de las aventuras de la guerra y de la paz con los cuernos rotos, la situación interior se hizo favorable a la lucha de clases proletaria. ¡Hoy burgueses y leninistas rivalizan en su amor por Trieste!
Si los ejércitos alemanes no sólo hubiesen roto el frente en los Cárpatos y en Caporetto, sino que también hubieran pisoteado territorio inglés y anulado el ejército francés, la revolución de Lenin habría invadido toda el área europea y probablemente habría vencido. Sobre todo en Berlín.
H O Y
En la situación de guerra imperialista existente en 1939, toda cuestión de conquista liberal que pudiera interesar al proletariado había caído en las profundidades del pasado en toda el área europea, y las premisas de la producción y de la economía capitalista se habían puesto en todas partes. Cualquier distinción de desarrollo social y por ello de terreno histórico revolucionario entre el área anglosajona, continental y rusa había sido superada, todos los obstáculos de supervivencia medieval habían desaparecido. Más que nunca era vigente la fórmula de Lenin: en todas partes contra el propio gobierno y el propio ejército. El optimum hubiera sido la revolución europea ¿Existía un mal menor? Indudablemente. Para nosotros, como es sabido, la derrota del imperialismo inglés.
Sin embargo, ¿cuál fue la desastrosa política estalinista? Sin la exacta individualización del alcance de su traición, y sin saber relacionarla con las intempestivas acusaciones de la Izquierda Comunista desde 1920, es asunto vano afrontar los problemas de una justa estrategia revolucionaria para el renacer de un mañana del que no estamos en la vigilia.
Antes de la guerra, frente al fenómeno del totalitarismo capitalista, económico y político, surgido en Italia en 1922 y en Alemania en 1933, en lugar de extraer las obvias conclusiones sobre la verificación de la prospectiva del marxismo ortodoxo y radical y de la teoría leninista sobre el imperialismo, se optó por la desmedida necedad de implantar los principios democráticos y se proclamó el bloque por la libertad.
Al estallar el conflicto por Danzig este error recibió una inmensa aportación de la política rusa a causa del acuerdo con Hitler. En Francia, en Inglaterra y en Estados Unidos los estalinistas declararon que esta guerra para los franceses e ingleses no era una guerra democrática sino imperialista, por lo que había de aplicarse la consigna de Liebknecht: el enemigo está en el propio país. Los documentos de propaganda en Francia son tremendamente claros al respecto.
Pero cuando el acuerdo militar con Hitler se rompe, la guerra “se transforma” en democrática y ¡todos los proletarios comunistas del mundo son invitados a hacer causa común con las burguesías imperiales inglesa y norteamericana!
La evidencia de los hechos contemporáneos ha demostrado a todos que la salida de la situación de guerra ha significado al mismo tiempo, en toda el área, salvación de la democracia y muerte de la revolución obrera. Y esa democracia salvada, sin sorpresa alguna para los marxistas, se parece a los vencidos fascismos como se semejan entre sí dos gotas de agua. Y aquí es justo afirmar que no se podía prever un mayor mal. El mal menor hubiera sido la derrota de las potencias inglesa y americana, centros del imperialismo mundial.
Solo en esta línea de sólida experiencia histórica es posible examinar la posibilidad de una tercera guerra mundial. La máxima prospectiva de un ataque por parte de los revolucionarios proletarios desde el seno de cada país a su propio gobierno es nula. Stalin no nos “hará el gran favor” de atacar al capitalismo americano, en cuyo esqueleto se fundamenta el capitalismo mundial. Stalin y todos su movimiento se ha embarcado en una campaña por la paz.
Pero si la paz se rompiera, como tantas veces ha sucedido, a despecho de los militantes pacifistas, transformándoles de repente en fervientes belicistas, ¿por qué no investigar cuál sería el peor resultado? ¿Y por qué no ver que el peor sería el triunfo de los Estados Unidos, por las mismas razones que se derivarían de su preeminencia no militar, sino diplomática y económica?
Tal posición es superior a la de un simple indiferentismo, admisible todo lo más cuando un tercio de las fuerzas son al menos de la misma magnitud que las de sus rivales. Es suficiente para evitar que el tesoro de todas las lecciones de la historia sobre la vergüenza del estalinismo sea explotada no para el retorno a la Internacional revolucionaria del mañana, sino para la apología de la “libertad” y la “prosperidad” americanas; y para disipar la sombra de duda arrojada sobre la continuidad de la lucha que va de Marx a Lenin, que prepara la fuerza proletaria con el irrenunciable recurso a la dictadura y el terror anticapitalista.
Está línea ya era nuestra y estaba asegurada en el desarrollo histórico y político, que una vez más hemos tenido que reasumir en un no sencillo hilo del tiempo.
Y no hubiéramos podido mantenerla si nos hubiera sido arrebatada por el desarrollo económico. Dejaremos para otras exposiciones la demostración de que la contemporánea economía de Estado es capitalismo clásico, como fue definido en su aparición. La fórmula del Estado como instrumento de policía de la clase burguesa, y al mismo tiempo su instrumento económico, es válida no sólo desde 1789 hasta 1900, sino aún hoy. En algunos momentos esto llega a ocultar su función económica, en otros la policíaca: el marxismo siempre contempla las dos.
Porque esto es propio de una visión que olvida el materialismo y cae en el error cuando no ve las “personas” de los capitalistas individuales en primera fila. El capital es una fuerza impersonal ya en el primer Marx, El determinismo sin hombres no tiene sentido, es cierto, pero los hombres son su instrumento, no su motor. El capital puede encontrar plena satisfacción en el impulso económico de sus intereses, y también en el físico de sus apetitos, en los que vamos a buscar el origen, porque incluso cuando las bocas que comen no creen ser las mismas que hablan, están haciendo apología. La pretensión de que tal coincidencia exista es admisible para el idealista, que entre la boca que come y la que habla ve como elemento determinante el cerebro y el pensamiento, y llora por nuestro infinito desprecio hacia esta íntegra dignidad de la persona humana.
¡A la brújula! En economía, en historia y hasta en filosofía si queréis. A la no enloquecida brújula, ¡mírala, está aquí!
“Battaglia comunista” número 20 (18-31 octubre 1951).
[Bussole impazzitte. Sul filo del tempo]
Traducido al español por “Balance. Cuadernos de historia”, especialmente para la web: http://es.geocities.com/hbalance2000/ (octubre 2003).
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