Comunismo y Conocimiento Humano
Amadeo bordiga
Prometeo 3 y 4 de la serie II
Premisa a una exposición
De las visiones marxistas sobre la ciencia
De la historia, del hombre y de la naturaleza
A continuación de los Elementos de la Economía Marxista ilustración y comentario del primer Libro del Capital, publicamos una nota “Sobre el método dialéctico” que quería ser el pasaje a una nueva serie, expositiva de aquello que puede decirse “el lado filosófico del marxismo”.
El marxismo expone la cuestión de la filosofía en modo original y en tal sentido rechaza de hacerse alienar entre las diferentes filosofías alienables históricamente, o peor aún sistemáticamente. No diremos pues que existe una filosofía marxista, pero tampoco diremos que el marxismo no es una filosofía o que el marxismo no tiene una filosofía: esto daría lugar a un equívoco y a un peligro gravísimo: aquel de creer que el marxismo se ponga sobre un terreno “extraño” a aquel que los filósofos han hipotecado desde milenios. Y se podría deducir con grave desviación que el militante marxista permanezca libre, aceptada algunas directivas de acción política y social y “condenado” algunas teorías económicas e históricas, de declararse por una de tantas filosofías: realismo o idealismo, materialismo o espiritualismo, monismo o dualismo, o como queráis.
Ahora el marxismo excluye todas las filosofías históricamente conocidas en un modo diverso de aquel con que cada filosofía condena las demás, y por lo tanto, al menos destructivamente, tiene una posición característica en materia de filosofía.
Un ejemplo no olvidado de tal posición lo recordamos mucho de nosotros en la declaración de Gramsci en el Congreso de Lyon de 1926: bien que se tratara de táctica de partido, en el vasto debate él fue conducido a decir: doy acto a la izquierda de haber adherido y condividido finalmente su tesis de que el adherirse al comunismo marxista no implica sólo adherirse a una doctrina económica e histórica y a una acción política, sino que comporta una visión bien definida, y distinta de todas las demás, del entero sistema del universo también material.
Mientras que Gramsci comprendía pues que quien pasa bajo la bandera marxista debe vincular los términos de su pensamiento científico y filosófico y hacer desecho decidido de cuanto remonte, aunque sea a través de serio esfuerzo de estudio, a fuentes no clasistas y no marxistas, sus póstumos imitadores se deslizan cada día más (desde entonces) en la más ecléctica tolerancia de infinitas posiciones ideológicas, escépticas y confesionales, incrédulas y místicas, individualistas y estatólatras, reflejando en su inconsistencia, en el desprecio ostentado por los principios, las manifestaciones actuales de relajamiento ideológico y teorético del mundo burgués, a los cuales no contraponen más que una ambulante censura de haber violado sus mismas sabias tradiciones y tablas institucionales, ora aquí ora allí, ora acá ora allá.
En aquella primera nota, fieles al método de no volver a proponer estas vastas cuestiones con la pretensión de nuevas tramas y de originales sistemáticas; como nos rehacíamos, se entiende, a pasos cruciales de las obras de Marx y de Engels, queremos elegir para nuestra claridad y la ajena un punto de referencia adverso, si se quiere una directriz de tiro – se trata precisamente de subrayar el desacuerdo y el disgusto contra los irreflexivos lanzadores de piedras al palomar, y si queréis enjauladores de palomas en el arsenal de las municiones – y encontramos el punto de referencia en Croce, en cuanto expositor ordenado y continuo en batir sus lanza punta contra punta con las nuestras, desde siempre, se entiende, con mérito correspondiente de no haber desviado.
El paso de Croce era este: “La dialéctica tiene lugar únicamente en la relación entre las categorías del espíritu, y está dedicada a resolver el antiguo y áspero, y que parecía casi desesperado, dualismo de valor y desvalor, de verdadero y falso, de bien y de mal, de positivo y de negativo, de ser y no ser”.
Oponemos en cambio que para los marxistas la dialéctica tiene lugar en las representaciones con las cuales los procesos de la naturaleza se reflejan en el cerebro humano, y que esta manera de imprimirse, de reflejarse, de representarse, de hacerse describir o “contar”, se trata de nosotros como cualquier otro grupo de relaciones entre procesos materiales: pongamos entre el quimismo del abono y la fisiología de la célula vegetal.
El abismo está entre las dos concepciones. Para Croce no solo es puramente ocasional y secundaria toda descripción y más aún la explicación que el pensamiento da de la naturaleza y del mundo, y la ciencia y la verdad son en cierto modo resultados de choque del pensamiento con sí mismo, de una “partenogénesis del espíritu”, en cuyo ámbito el investigador, la investigación y el descubrimiento están todos contenidos – para los marxistas (dejando la sólita resbaladiza formulación de la existencia en sí y por sí del mundo y de las cosas como objeto de conocimiento, y el equívoco de una materia-fetiche contra un espíritu fetiche), el pensamiento y el espíritu son los últimos llegados, los más débiles, los más vacilantes, precisamente en cuanto más elaborados y complejos, más corruptibles y evanescentes. En el difícil proceso de la vida de la especie, de la historia, de la ciencia, de las luchas para organizarse contra la naturaleza ambiente, los hombres llegan a sistemar, por caminos muy largos, estructuras y engranajes con transmisiones suficientemente buenas de la “realidad física”, que valen como ciencia. Creemos que la afirmación “la ciencia es posible” sea segura, y no esté condicionada por la caída en éxtasis ante la inescrutable luz que se encendería bajo algunas misteriosas condiciones en el yo que piensa. ¿O en los yo? No se ha comprendido bien nunca.
Ya que en estas cosas es fácil hacer una ensalada del lenguaje y del vocabulario usado, y exponer frente algoritmos forjados por convicciones diversas y por ello incomparables, son y serán reanudadas con calma; y nos reharemos a algunos pasos de Croce para ver, partiendo, tres puntos. De que forma éste ve la posibilidad general de la ciencia en el tiempo actual. Cómo explica su criterio. Cómo explica aquel marxista, y en cuánto nosotros aceptamos la formulación que él da de las tesis nuestras que rechaza.
Ya que nosotros somos de aquellos que piensan en el marxismo se salvará, en la dura ráfaga que sobre éste arremete todo un mundo enemigo con circulares de un centro organizado que quiere monopolizar la ortodoxia teorética y que consiga (cada vez menos) hacerse resonar por una vasta organización (también esto es preciso para una ciencia de clase, inconcebible para Croce, pero esto solo no vale nada) debemos reconocer que el peligro mayor está en la moderna negación de la validez de los resultados científicos con los que se pretende alcanzada, luego de audacísimas avanzadas, la teoría de la naturaleza, con los últimos descubrimientos. Esta conquista naturalmente llena de gozo al mundo burgués, y las razones históricas y clasistas son, con toda evidencia, para nosotros.
A Croce le hace reír que pueda darse una ciencia proletaria. Pero es indiscutible que a lo largo de toda la batalla revolucionaria liberal, a la cual él no cesa de referirse, se acompañó la lucha entre dos partidos armados con la lucha entre dos filosofías, aquella autoritaria y aquella crítica, en múltiples aspectos literarios y nacionales, pero con un único dualismo europeo y mundial.
A la burguesía industrial le gustó declarar posible seguramente la ciencia de las fuerzas naturales por encima de normativas sociales o religiosas, y destrozó sin miramientos los obstáculos. No le gustó luego que con las mismas armas (duda, contestación de autoridad, crítica, inducción…) se llegara a pretender ver claro, además de en el “esqueleto” de la naturaleza material, también en el de la sociedad humana y de la historia.
Hoy, con tal de aplazar esta temible revolución filosófica, el capitalismo dominante se echa atrás en su orgullosa pretensión de conocer las osamentas y los dinamismos del mundo físico.
Benedetto Croce, (que a cada paso recuerda no ser un cultivador de ciencias naturales, lo que de por sí no invalida su construcción “apoyada en la cabeza” hace naturalmente poderosa palanca en este producto tan ampliamente admitido del “pensamiento humano” durante el período de casi medio siglo. Es mejor que lo diga el.
“Si se me pregunta en qué consiste la gran adquisición filosófica que nuestra edad, aún sin percatarse demasiado, ha hecho, diría que es la inversión de las creencias positivistas, un desengañarse de ellas tan radical que parece milagroso”.
“Las ciencias naturales y las disciplinas matemáticas, de propina han cedido a la filosofía el privilegio de la verdad, y estas resignadamente o sin más sonriendo, confiesan que sus conceptos son conceptos cómodos y de práctica utilidad, que no tienen nada que ver con la meditación de lo verdadero. Un alemán ha escrito sin más ni más que las ciencias no son más que un Kochbuch, un libro de cocina ofrecido a los hombres para que se sirvan de él a fin de producir los muchos objetos a ellos útiles en la vida”.
“No repetiré los nombres de los licenciados, igual que de los filósofos, los cuales han llevado esta necesaria conversión, desde Bergzon y Poincaré en Francia hasta Avenarius y Mach en Alemania. Se puede decir que la obra llevada a cabo haya tenido un carácter colectivo.”
Naturalmente en esta premisa nos paramos en las enunciaciones y no pasamos a la crítica y a la confutación. Croce está convencido de que las ciencias hayan “hecho cesión de su carácter conocible a la filosofía” hoy, en 1952, y como resultado de una lucha de algunos decenios. En ello el hombre de la calle puede permanecer perplejo. Croce ve pues dos campos distintos: el de la filosofía y el de la ciencia. El burgués que precedía a Croce en un siglo (a su tiempo veremos el argumento de Croce de que son burgueses también los teóricos del marxismo); éste no se preocupa demasiado de si eran nobles y también curas los teóricos del criticismo burgués), el burgués, decíamos, del tiempo clásico de las revoluciones liberales antifeudales veía, a su modo, la ciencia positiva en la progresiva conquista de un campo que le robaba con gloriosos descubrimientos a la religión primero y a la filosofía teorética después. Dicha victoria, al menos para la común opinión, era debida a la fuerza del método experimental en confrontación tanto de la investigación sobre los textos revestidos de tradicional autoridad como de la simple especulación del pensador. Sacerdotes y filósofos se habían paseado hasta ahora en el mundo de los fantasmas y de los sueños; los modernos sabios, en sus laboratorios más o menos conexionados con las grandes fábricas capitalistas, trabajaban en firme y finalmente llegaban a conducirnos a la noción indiscutida de lo verdadero.
No somos en efecto hostiles a condenar toda la retórica de clase y del filisteísmo que fue edificado sobre esta deificación de la ciencia positiva, con fines sociales, y para evitar que el potente instrumento de investigación pudiese actuar no a las órdenes del patrón sino a la de sus asalariados.
Se trata de ver aquí en qué forma emplea los términos Croce al reconquistar aquel terreno. El campo de la ciencia experimental es humillado y alejado del de la noción de lo “verdadero”. El hombre de la calle diría que los sacerdotes y los filósofos se alimentaban con lo abstracto, y fabricantes y sabios con lo concreto. Prácticamente con la palabra abstracto se entiende algo de tracto fuera de lo palpable, valuable solo con los ojos de la mente; por concreto algo que se solidifica bajo nuestros dedos como agua helada o arcilla que sale endurecida del horno o yeso que agarra. Los ingleses, estos despiadados empiristas, llaman concrete al conglomerado de cemento nuestro, al béton de los franceses.
Croce se queda con lo concreto (que verdaderamente diremos… cruz y delicia de todos los falsos marxistas que aportan escondido contrabando filosófico) y deja lo abstracto a mecánicos, físicos, químicos y así sucesivamente. Sobre los problemas biológicos su pensamiento preciso merece una sucesiva investigación.
Empírico, que vale por experimental, está asociado por Croce a abstracto. Para él la posición es ésta: una serie de verificaciones y relevaciones sobre la naturaleza material, que hace establecer una ley científica, no es más que una construcción gratuita con la cual el investigador describe, a su modo, la naturaleza en un suyo modelo abstracto. Ahora no es el caso de ir más allá acerca de la pretendida afirmad caducidad y vacuidad de las “leyes” que la ciencia declara haber encontrado y expresado. Se comprende que cada vez que una congerie de datos aislados es “cernida” y ordenada en leyes o fórmulas, se va hacia aquellas universales, a aquellas generalizadas que a cada paso Croce ridiculiza, y por tanto quien quiere coger lo que todos los casos concretos tienen en común, saca conclusiones de todos los casos concretos no considerados uno a uno, y por consiguiente “roba” de ellos. Y es natural que no queriendo robar no podemos ni siquiera leer y escribir, y Benedetto Croce permanecerá ignorado para los pobrecillos de nosotros.
No es el momento de ver esto: limitémosno a un ejemplo de la nefanda “mecánica”. La ley del movimiento uniformemente acelerado se remonta a Galileo y le enseña a los escolares la forma en que los espacios son proporcionales a los cuadrados de los tiempos empleados en recorrerlos. Dicho movimiento con su fórmula está definido si hacemos tres relevaciones de las posiciones del móvil. Entonces con su hurto el calculador sabe prever una cuarta posición. Ahora admitamos muy bien que desde que el mundo es mundo, en un astro cien veces más pesado que el sol, o en un granito de polvillo, nunca cuatro mediciones concretas han cuadrado con la ley. Por lo tanto el movimiento uniformemente acelerado de Galileo en concreto, si se quiere, no existe. Pero que sobre su noción no se haya caminado sólidamente, y hecha no solo industria y técnica, sino ciencia (¡y filosofía! que dejaría aturdido a Aristóteles) con buena pa de Croce, es tesis que sería repudiada por Poincaré y por Einstein.
¿Habrá sido entonces todo esto un juego inútil? Y el libro de cocina resulta un juego inútil; o de cualquier forma condensa nociones sin las cuales no se vive y con mayor motivo no se filosofa? Esto será estudiado mejor.
Estamos como cualquier enunciador presentando a Croce, no más.
Para él pues la ciencia es un conjunto de abstracciones y de empirismo que no conduce al conocimiento de lo verdadero. Sin embargo este conocimiento es posible, pero no toma el aspecto de un sistema de leyes naturales. Este se alcanza por el espíritu y en el espíritu, y se presenta como la posibilidad de hacer juicios de valor, éticos y estéticos. Es mejor citar algún paso.
Croce excluye el concepto de causa de las cuestiones históricas. “El concepto de causa es ciertamente el nervio de las ciencias naturales, que se mueven en las abstracciones, y por ello lo opuesto que se requiere para la historia, que está en el concreto. Con las abstracciones es posible jugar y reportar el hecho a una u otra causa; mas con el concreto hay que vérselas con la conciencia,cuya voz no engaña y desembre cualquier engaño cuando se trata de persuadir lo ajeno o de persuadirse a sí mismo”.
Por consiguiente la red de las leyes causales no es inherente a la naturaleza, sino que se hace y se deshace a placer en la cabeza razonante del científico; todo es pues inseguro; el dato seguro se encuentra en la conciencia. Exponemos, por el tentativo de bien alinear cuánto está de nosotros más lejano.
Con estas luces directoras de la conciencia que son mucho más orientativas que aquellas del raciocinio (¡prohibámosno polemizar!) se construye, está claro, el único sistema válido: “Una filosofía del espíritu que nos haga capaces de entender el mundo en movimiento, la historia.” Y luego el impulso de invasión del campo enemigo se enciende otra vez:” en el nuevo sentido la historia comprende mucho más que se soliera comprender antes, porque abraza toda completa la llamada historia de la naturaleza”.
Para Croce efectivamente la historiografía es posible, mas se reduce a una inscripción incesante e indefinida de los concretos, y debe ser originada por leyes causales. La historiografía de Croce es pues una meteorología de los acontecimientos humanos, a los que les está prohibido cualquier pronóstico, cualquier boletín de previsión del tiempo. De aquí la antitesis con el marxismo, el horror por la pretensión de diseñar desarrollos históricos de mañana.
“En semejante reconstrucción histórica (reconstrucción pues, algo más que simple inscripción) miro no a los hombres en su vida que se dice personal y privada, sino a sus obras, o sea a su trabajo”. No nos hagamos la ilusión de ir hacia un punto en común. Lo de Croce no es el trabajo social del hombre medio, sino al contrario es la creación excepcional, la obra maestra. Con concepto indudablemente notable el autor quiere elevarse por encima del límite de la personalidad. “También se advierte que son obras en las cuales concurre el mundo todo en cada una de sus partes, donde sería tan semplicista como arbitrario referirlas a un individuo determinado”. Se trata sin embargo de obras del todo excepcionales, las más altas, a las cuales “se suele dar el epíteto de divinas”.
En estas obras rarísimas Croce reconoce el “valor objetivo y dirigido a lo universal” que resueltamente niega a la investigación experimental y a la descripción del mundo con leyes científicas. Estas obras que dejan huella y hacen etapa en el camino humano, tienen por trámite un autor, Artista o Poeta, o como Croce parece conceder también legislador o regente de Estados; mas, en cierto modo, si la singular persona es poco, la colectividad es demasiado; en cierto modo, el Mundo, como Naturaleza y como Humanidad (¿también como Divinidad?, parece que no) se traduce misteriosamente. “Las obras son actuadas ciertamente también por los músculos y por los nervios de los hombres, mas no se confunden con éstos, y una clase de repugnancia se advierte cuando esto se haga. Las pasiones privadas circundan por todas partes las obras de los hombres; pero éstas permanecen distintas y superiores”,
Procedamos con medida. En esta constelación de obras máximas se reconoce la única razón en la que rigen valores generales como los del arte y también de la Ética; aún más, de la Lógica; y son éstas las certezas concretas que es dado alcanzar (¿a todos nosotros o solo a la teoría nobilísima, aunque no esté cristalizada estrechamente en nominativos, de los altos espíritus?). No solo la parte dejada a todos los demás hombres en la sucesión de los días tiene valor accidental contingente y privado, en modo que de los hechos históricos se excluye incluso cualquier juicio de valor moral, en cuanto sean protagonistas masas o clases de hombres u organizaciones sociales y políticas; no solo esto, sino que confesamos que nos queda la duda de si la aplicación de los valores de Bien y de Mal erigidos en la estratosfera del espíritu deba o no aplicarse a la conducta de cada uno aunque sea en sus “negocios privados”.
En otros términos la Dialéctica, descubriendo al fin aquellos supremos valores, nos suministra una brújula por la que sabemos juzgar la conducta de Oreste o de Machete, y emitir sentencia; no la da ciertamente para la obra de Bruto o de Walter Audisio; nos estamos preguntando si la suministra para Caterina Fort.
Nos excusamos si hemos hecho mal la construcción ajena. No nos disgusta si, contenido casi todo el campo a la ciencia, le hayan sido substraídas amplias regiones a la moral, dejando pie con universal alcance solo la Estética. No nos urge realzar cómo ha caído y cuánto desconfiar de la solidez de implementación del resto.
Todavía una citación confirmativa de nuestra débil lectura sobre este punto: “En primer lugar, pongo una teoría filosófica del arte, de la cual descienden todas las verdades propias de ella… en segundo lugar, una potencia que se llama Genio, y que es la única que da vida al arte…”
Está claro que tal construcción, a pesar de comportar un ordenamiento de las Obras máximas que no puede contentarse de ser arbitrario y accidental, y no obstante extender un tejido conectivo, que es difícil entender cómo se enlaza en el tiempo y en el espacio, entre obra y obra, y si queremos entre genio y genio (¿no es ya el Verbo, sino lo Bello lo que se ha hecho Carne?) deja fuera y aparte el trabajo de todos los hombres, ninguno excluido, los tipos y las formas en que este trabajo conduce a la producción y a sus diversas formas en los lugares y en los tiempos. Esta acción de las masas carece de historia o constituye un fondo neutro a media luz, incapaz de exprimir potenciales, que son todos insitos al espíritu y desencadenado por el advenimiento de ¿??
Y no obstante un poema, que no sabemos si esté entre los Primados, y esté el viejo Esiodo entre los Ases de la poesía (¿sería quizás proponible una teoría filosófica?... del deporte, con sus Campeones y sus exploit? Nos da ganas de preguntarnos pedestremente), el primer poema griego, habló de Obras y Días. La misma palabra ergai indica las obras de los supremos y el trabajo de todos, y hoy llamamos por demás obra a la jornada del jornalero y a la Walquiria. Tekné significa técnica y significa arte. ¿Por qué la técnica, el gesto productivo común a todos en un determinado estadio social, debe conducir solo al vulgar empírico y abstracto “capitulado” del cual fatigosamente se construyeron la tecnología y la física experimental y matemática; y la grandeza, la nobleza, deben estar solo en el Arte de los poquísimos investidos por genio a alto potencial, cuyo conocimiento solamente permite construir una Doctrina?
Trabajo y Arte son para nosotros lo mismo, y desde Dante y desde la escolástica, la violencia en ellos era el mismo pecado.
Desde la doctrina de las relaciones entre el hombre-especie y la naturaleza amiga y enemiga, nosotros no arrojamos al Arte y a sus fastigios con un puntapié en el trasero. Decimos construible una historia del trabajo, de la técnica y de la producción, sobre cuyos sólidos fundamentos se sostienen, y una historia de la ciencia aplicada y teorética, y una historia del Arte, cuyos productos son inexplicables si no se comprende aquel duro camino por abrir al cual todos los seres vivientes – y todos los días – contribuyeron. “Ergai Kai emérai” (Obras y días).
El arte de los hombres expresado no cual fuera la potencia del Genio, sino según el grado que hubiera alcanzado la que Marx llamó la Potencia de especie.
Que también la primera vaya más allá del estrecho confín de la persona, idolatrada por espiritualistas y jurídicos simples, es constatación preciosa, mas insuficiente.
El segundo aspecto que nos interesa, después de haber tratado de dar una enunciación flaca del pensamiento crociano, es el juicio de su autor sobre el marxismo. El cual en ciertos casos se eleva por encima de corrientes banalidades, pero en otros lo rechazamos.
Allí donde Croce enuncia la retirada cognoscitiva de la ciencia, y demuestra darse cuenta que a la misma se asocian de buen grado todas las escuelas actuales, no importa cual sea su subrogado propio, trascendente o inmanente, místico o criticista, él dice que “una filosofía ha existido fuera de este movimiento moderno; es el materialismo histórico de Carlos Marx, orgulloso por lo que parece de haber nacido antes de 1848”.
Acerca de un tal orgullo, del cual nos confesamos voluntariamente partícipes, éste debería extrañar a todos menos a aquellos que creen que la Teoría surja sin contributos empíricos. Empíricos somos, pero procedemos por siglos y no por semanas, de lo que a su lugar.
Es citado luego Lenin, reconociéndole nociones de ciencia natural iguales a las de Engels (quizás no es así, aparte… las semanas); y de Lenin recordaba la obra Materialismo y Empirocriticismo, libro que Croce ha visto citado pero que no ha leído: declaración admirable consentida solamente a los verdaderos monstruos de la erudición.
Ahora bien, su lectura sería una gran desilusión. Lenin somete a una crítica completa y potente las doctrinas de Mach y Avenarius sobre todo, mas las considera puestas en el tapete después de haber señalado puntos que para Croce no resultarían efectivamente decisivos. Lenin reduce toda la demostración a la tesis de que el “nuevo” criterio de filosofía natural está encerrado en criterios antiguos, ya abatidos. Tales criterios son el fideismo, o sistema de creencias religiosas y sobrenaturales, el solipsismo, o punto extremo de llegada del idealismo en las formas por ejemplo de Berkeley, la negación de la objetividad del mundo. Ahora, todas estas tendencias Lenin las considera repudiadas de forma unánime en todo el campo de los participantes en la discusión, y por consiguiente, para demoler el empirocriticismo, no necesita más que probar que éste niega la realidad física del mundo o admite su creación, o ven en la sensación y en el sentimiento humano un fenómeno que se puede extirpar de la relación con los estímulos externos, el ambiente, etc.
Esto se explica con el hecho de que Lenin escribía ante todo contra elementos de partido que se habían acogido favorablemente aquella filosofía afirmándola compatible con el marxismo, y luego también con el hecho de que hace medio siglo parecía que por la convergencia en las mismas posiciones negativas de escuelas tan diversas como la filosofía crítica alemana, el materialismo clásico francés, el más reciente positivismo experimentalista, la partida teórica fuera para siempre decidida contra la existencia de Dios, la creación, todo estudio de manifestaciones del pensamiento que prescindiera de la vida biológica…
Dado esto, mientras que el valor de la obra de Lenin perdura, y basta leerla con un instrumento de versión adaptado para confutar el “neoanticientismo” posterior, y todas las filosofías fundadas en el espíritu, pensamos que para Croce sea más probador el Antidühring de Engels, por él bien conocido, para definir nuestro arraigo a nuestra vieja filosofía. A continuación intentaremos alguna conexión entre los dos históricos estadios de la lucha de la escuela marxista contra sus contradictores. Exacta pues es la gran afirmación de que fuera y contra aquel gran movimiento de los cocinistas, permanecen los marxistas.
También la definición de filósofo reaccionario era un punto de arribo en tiempos de Lenin, en el que el contradictor burgués admitía tener necesidad, o de haber tenido apenas, de teorías antimedievales y revolucionarias. Hoy que la única reacción posible es el conservar el capitalismo, no causa impresión, al contrario hace honor al mismo Croce. Y sea. Punto aclarado.
Otro punto es el violento ataque a la historiografía como sería entendida y conducida por los marxistas: “monótona, vacía y desoladamente aburrida”. Se nos haga gracia de ciertas historias enseñadas en Rusia y en otras partes, en las cuales desgraciadamente Alá es Marx, y Stalin su profeta. ¿Cómo se puede juzgar monótona, vacía y desoladamente aburrida la historia, por ejemplo, del Dieciocho Brumario y de las Luchas de clase en Francia? Llamadla si queréis drama y poesía, sueño y proclama, si la demostración no os alcanza – u os deja lejanos – en su fuerza científica; mas luego ¡fuera el sombrero!
¡Veamos la definición, pasemos por alto el juicio estético, que verdaderamente constituye aquí una escasa prueba de su prioridad indeclinable! “La historiografía de Carlos Marx, con una potencia que se podría definir histórico-radioscópica, hizo transparente en el gran cuerpo de la historia al esqueleto que la sostiene, la estructura económica”. Pase esta primera enunciación, aunque sea irónica: también en el cuerpo físico del hombre, viejas escuelas querían prohibir mirar dentro, y la objeción de que el cuchillo anatómico lo hurgaba después de la muerte (mientras que es poco cómodo hurgar en cadáveres de historias) fue precisamente sepultada, no solo en una memorable batalla “filosófica”, sino luego del descubrimiento de la radioscopia
que se aplica al organismo vivo y lo descubre.
A partir de este punto denunciamos el verbal. “Marx merced a este concepto interpretó con seguridad no solo toda la historia europea de los últimos siglos, sino la universal, porque la substancia de todas es siempre la misma: la indigna explotación que las minorías dirigentes han hecho siempre de los pueblos”. La tesis de hecho está mal puesta, porque en determinadas fases las minorías dirigentes han emancipado a determinadas clases de la explotación; la tesis de “derecho” peor, porque la indignidad es juicio ético, extraño para Marx. Mas vayamos despacio y citemos todavía: “La historia es historia de luchas, y el comunismo no quiere saber nada de luchas salvo para poner fin de una vez a todas con una acción violenta… Su ideal (¡sic!) es la paz entre los hombres, y ya que la lucha nace, según cree éste, de la obra del mal contra el bien el medio de quitarla del mundo es quitar del mundo el mal; y ya que… las razones del mal estarían en la propiedad privada… quitar de en medio la propiedad privada, considerándola el mal de los males”. Y aquí el argumento final: “obtenido con ello el efecto del apartamiento del mal debería surgir la duda de si la historia, que es historia de luchas, pueda continuar”.
Culpados así de querer “parar la historia” nosotros marxistas no nos habríamos detenido sobre la grave dificultad, de no poder definir esta que no sería “ni siquiera una época diferenciada de la historia” por estar reducida a la eternidad, inmóvil y siempre igual a sí misma. Hemos bajado al nivel del cristiano que en serio admite que después del valle de Josafat acaba el pecado, y al mismo tiempo acaba la redención, termina la vida como termina la muerte, y se fija en sí fuera del tiempo una inútil y estática beatitud o condenación.
¡Vamos! si existiera el árbitro, aquí alzaríamos el brazo como el corredor encerrado en la escalada, o el futbolista desplazado fraudulentamente por un adversario. Pero árbitro no existe y las divergencias y las luchas, quede en paz el ilustre adversario, no están por terminar.
Si queremos estar a la “carta” del marxismo, un cierto Manifiesto comienza diciendo: la historia de la humanidad es una historia de lucha de clase. Un cierto Engels escribió después que con la revolución comunista “acaba la prehistoria humana”. Con que no tenemos en efecto la pretensión de que la historia no pueda entonces continuar: ¡al contrario es la prehistoria la que termina y la historia comienza solamente entonces!
Pretendemos, sí, que acabarán las luchas de clase. ¿Quiere esto decir una serie inmóvil de días todos iguales? Un momento de gracia que a esto se responde más adelante. Una nota a aquel primer paso del Manifiesto dice: la historia escrita es una historia de lucha de clase porque la primerísima vida de la especie humana, según descubrimientos posteriores en máxima a 1848, revela épocas en las cuales no habían aún estallado luchas de clase, y las aglomeraciones primeras de la humana especie vivían comunisticamente.
Vosotros pues nos prestáis un falso esquema: larga historia de luchas de clase entre opresores y oprimidos – futuro Eden comunista que sucede a la última suprema lucha revolucionaria y actúa una inmóvil e inmutable Paz.
Nuestro esquema “oficial” es en cambio bien diferente: anti-prehistoria (para vosotros barbarie) de comunismo primitivo – prehistoria de la humanidad narrada en vuestras epopeyas bélicas y constituidas por luchas feroces de clase (que vosotros llamáis sucederse de civilizaciones o actuarse de los valores del espíritu) - ¡historia que se inicia con la supresión de las clases, cuya inagotable fecundidad les está negado a vosotros, y a nosotros dado solo en pequeña parte, de ver con antelación!
Poco malo sería la simple “ignoratio elenchi”; y conviene ir más a la substancia de la cuestión.
Quizás los más antiguos de los utopistas redujeron apenas la cuestión a la batalla contra un principio malo que se halla en cada organización humana y que, finalmente “aislado” como un virus cualquiera, se llegará un día a expulsar fundado la era de la humanidad feliz. A éstos se les podría imputar de ver en la historia el choque de los principios del Bien y del Mal, que deba acabar con la victoria del primero. Pero es precisamente Marx quien ha quitado de en medio para siempre semejantes banalidades.
La lucha no nace del choque del mal contra el bien, sino que es un traspaso necesario y una condición, de toda una sucesiva serie de luchas, y luego de la última por la cual se nos regala tanta ironía. Cada traspaso era igualmente necesario a los sucesivos, y cada lucha igualmente “buena”, o sea útil al proceso general. Cuando el primer comunismo cede y la primera clase proletaria surge, nosotros no gritamos: ¡al fin! No se pueden desarrollar las fuerzas de producción si no nace la propiedad sobre tierras, cosas, hombres incluso, desde el momento en que los hombres son muchos, las tierras pocas, las distancias entre los grupos menores.
Una verdadera radioscopia, que Roentgen no inventó, le es necesaria a Croce y a los suyos para ver en todos los hombres innato el mismo espíritu, desde entonces: o los mismos valores jugar a explicar el alcance dominio y libertad, esclavitud y emancipación. Nosotros trabajamos sobre el abstracto, sobre el empírico número de moradores de la tierra fértil, sobre la cantidad de trigo o de arroz que saben extraer de ella, y sobre otras cosillas, y decimos: a este alzar el telón, comunismo es mal, repartición del suelo es bien.
Estas inversiones continuas son para nosotros la clave de la historia, y en cada una de ellas no solo se invierten sin descanso los “valores” de bien y de mal, como son proyectados en común pensar de los hombres, sino que la misma clase se hace portadora, en la misma corteza ideologizante, de los efectos opuestos.
En presencia, para ser concretos (si nos fuera permitido), de la lucha por la burguesía, nosotros vemos en ésta un factor revolucionario en tanto que se trata de abatir los institutos medievales y feudales. No condenamos pues tal lucha al grito que increíblemente se nos presta: ¡viva la Paz! Ante todo una lucha semejante no puede conducir a la paz social (ni a la paz entre los Estados), y nosotros bien lo sabemos. Pero apresuramos que en ella venza la burguesía precisamente porque ello nos hace ir hacia otra lucha; aquella del moderno proletariado contra la burguesía. La burguesía pues es Mal y es Bien en la historia; las luchas de la burguesía son Mal y son Bien, la paz mientras que exista el capitalismo no es ni Bien ni Mal porque no es factible, y así sucesivamente. Todo esto puede ser para otros discutible y opinable, a nosotros nos basta sin otros ejemplos para establecer que el Mal y el Bien no soñamos nunca introducirlos en la historia; y fue Marx quien los expulsó, expulsando la ilusión de que la historia tuviera el mandato de realizarlos.
Solo que, habiéndolos suprimido de la historia, no sabemos que otra cosa hacer de ellos.
El adversario nos coge sin embargo al paso “místico”, porque declaramos haber afirmado en firme que esta moderna lucha de proletarios y burgueses es la última lucha, que ésta no determinará el surgir de una nueva clase dominante sino el final de la división en clases de la sociedad.
Este sería el resultado arbitrario y gratuito, dado que la regla de la lucha que genera lucha sería seguida por la opuesta conclusión de una lucha que genera Paz. Ante todo otorgadnos la gracia de este simple vocablo. Si dos Estados que podrían hacerse la guerra están con las armas depuestas, esto es paz: cada uno conservando el poder sobre su territorio. Si dos clases no se encuentran en el interior de un Estado, sino que permanece inmutada (y no puede ser de otra manera) la relación de las fuerzas y forma de producción, esta es paz de clase, o sea es colaboración de clase, y no sólo no es nuestro “ideal”, sino que es aquello que furiosamente aborrecemos.
Por lo tanto la revolución proletaria no señalará un “contrato de paz” entre las clases, así como tampoco señalará un “contrato de trabajo” entre capitalistas y asalariados. Esta será el final, primero del poder de clase de la burguesía, luego de la economía a capital y salario.
Si este traspaso tiene un carácter nuevo y original no es porque haya llegado un Marx o un partido marxista a decir: ¡hemos descubierto que el Mal es la propiedad privada y que el Bien supremo es la paz social! Es por haberse realizado, la primera vez, un conjunto de condiciones que solo el capitalismo podía fundar: producción y consumo social y mundial, ruptura de todos los cercos de islas cerradas de vida exaltación de las fuerzas mecánicas, y físicas en general utilizadas en la producción.
Por consiguiente, ¿acabará toda lucha entre los hombres? Ante todo: el mundo es vasto y el bajo fondo de la producción capitalista no se extiende aún a su mayor parte, presentando oasis de fango y arenas movedizas a cada paso. Y también todo un mundo industrializado y entrelazado por las modernísimas redes características del capitalismo desarrollado, después de la caída del poder burgués, necesitará de un largo esfuerzo para el desmantelamiento no solo de las conexiones materiales sino de las huellas ideológicas y psicológicas del tiempo actual; se tratará de generaciones, mientras que las vicisitudes “geográficas” del traspaso a través de los continentes aparecen todavía imprevisibles en gran parte
Pero cuando nosotros decimos que la lucha militar, ideológica, política no es más que un resultado del empuje económico, decimos que “en principio era la lucha” y que ésta no cesará nunca. Empuje económico es empuje por la necesidad fisiológica, lucha de cada ser y de cada día por su alimento. Si el bruto le disputa el pasto a otro bruto y el hombre, animal social, comenzó su vida de especie en grupos que luchaban unidos por el alimento y por todo lo demás contra toda la naturaleza, y solo la deformidad entre medios de satisfacción y modo de acumularlos causó la lucha entre hombres agrupados y en clases; cuando la potencia acumulativa de recursos alcanzada por la especie aumenta, ceden los motivos de la contienda de repartición.
Es por esto que después de la victoria del comunismo no se dejará de luchar, pero cada vez más en lucha solidaria de hombres contra las dificultades que es necesario vencer para la ventaja común. Sostened, si queréis, que sucederá siempre que los recursos sean ganados por determinados grupos, y los otros se dedicarán a arrebatar aquellos ya obtenidos por los primeros; y discutamos de ello según los datos reales del proceder histórico.
Mas no ignorad que también el trabajo es lucha, la producción colectiva es lucha, la captura de las energías naturales es lucha, y ésta nunca cesará. Y si os place definir la lucha con el trauma y con la sangre, haced la estadística de los muertos por automóvil en el siglo XX después de Cristo, y de la de los muertos por dardo y daga del XX antes de Cristo.
No, señores filósofos, tranquilizaos: el comunismo no detendrá la historia, sino que señalará el punto de partida hacia las más ricas etapas de ésta. La demostración es tan vasta, que no tenemos necesidad de recurrir, para enriquecer de dramatismo el curso de las generaciones venideras, a las exploraciones fuera del planeta… o a la guerra con los Marcianos, que evidentemente permitiría al Espíritu tranquilizarse sobre la perspectiva caprichosa de que nosotros lo jubilamos.
Conviene dejar este punto del Bien y del Mal en que nos hemos visto encajados inopinadamente, para tocar algún otro en que Croce nos hace más honor, o mejor dicho se lo hace a su conocimiento de causa.
“Altamente significante de la índole del comunismo… es la aversión y la repugnancia que éste ha demostrado siempre por un concepto fundamental de la vida del espíritu y de la historia, el de la “libertad” que no solamente en las viejas utopías del tipo de la Ciudad del Sol no encontraba lugar, sino que también es combatido por los partidos comunistas modernos…”.
Respiramos nosotros un momento a pesar de que, mirando a nuestro alrededor, vemos el mundo infestado de partidos de nombre comunista y que sirven libertad a todo pasto.
Pero es la motivación la que es importantísima. En efecto Croce maltrata a Babeuf, que en la primera y gloriosa formulación comunista de la Liga de los Iguales, en cierto modo aceptó la “libertad formal” burguesa, pero reivindicó añadida a aquella la “libertad real”. Aún hoy no pocos anarquistas dicen que, tomado acto de la libertad civil, es conquistada la libertad social. Tontos, dice Croce, y aquí tiene razón: “el concepto de la libertad es siempre formal o sea “moral”, y no es nunca condicionado por la posesión de particulares bienes económicos”. En lengua común: el libre puede ser pobre y el pobre puede ser libre.
Aquí está bien metido el verdadero cambio dirección. Marx “aconsejó de apoyar los esfuerzos de los liberales contra los regímenes absolutos para deshacerse luego de los ocasionales aliados”. Muy bien. Entre burgueses y proletarios existió un encuentro histórico (hoy cerrado desde hace tiempo), no existió NUNCA un encuentro, estamos por decir, “filosófico”. No tenemos “algunos ideales” comunes, no surgimos de “un tronco de civilización” común. Habéis dicho claramente que no se puede hacer palanca sobre vuestra reivindicación liberal y empujarla a la reivindicación social, económica. No es que el liberalismo se detiene a mitad del camino y nosotros debemos continuar solos: éste se coloca sobre el camino, contra nuestra meta social y desde el primer momento.
¡Fuera pues la libertad formal y moral, y la libertad sin adjetivos. Esta es una palabra vacía y el marxista que se sirve de ella, aunque sea para fines de agitación, es un mixtificador de la peor especie: por que mixtifica aquellos por los cuales dice luchar.
Sí señor: para Marx “la puerta de entrada del comunismo era la dictadura”. ¿Aceptada por provisional? Entraría ganas de responder como Michele Adam, personaje de Verne, a quien le preguntaba: ¿cómo volveréis de la luna? – ahora vamos hacia ella, luego veremos allí arriba.
Para Marx el traspaso “habría comportado la abolición del Estado”. Muy exacto, en efecto. No menos clarificadora es la autorizada añadidura: del Estado “esto es de la primera institución de garantía de la libertad, que es la forma jurídica”.
Libertarios que, sin faltar a la fidelidad al gran viejo Babeuf, queréis poner el pie incauto sobre el escalón liberal, reflexionad.
¡Nosotros marxistas tenemos aquí las cartas teoréticas en toda regla: ¡al diablo la Libertad! ¡Al diablo el Estado!
Un paso de nuestro formulario le ha venido aquí en mente a Croce, que tenía la sinrazón de haber olvidado aquellos sobre la lucha y sobre la historia. Marx llamó a la Revolución comunista: “salto desde el reino de la Necesidad al de la Libertad”.
Ninguna contradicción. Vosotros queréis liberar no el Espíritu, que es la libertad misma respirando y actuándose sin descanso, sino el individuo. Nosotros os lo demostramos: el individuo común, y también aquel fuera de medida, está sujeto a la ley determinista y ligado a la Necesidad: él no solo no hace aquello que quiere, sino que no sabe lo que hace. En tanto que clases de hombres luchan contra otras clases, también la sociedad, la especie, está sometida a esta necesidad inminente. Pero al salir la historia del drama de las clases, la sociedad como un todo, no en su elementos personales, se libera de milenarias impotencias; dirige la técnica y el trabajo y la inmensa actividad de todos, y es en ello la única, la verdadera liberación, la primera: como la primera conciencia y conocimiento, que vosotros pretendíais desde los albores de haber fijado en la luz del espíritu.
Babeuf, otra vez él, pondría el primero la base a la desvalorización marxista, a la irreverencia “por todas las formas de la vida espiritual, religión, filosofía, ciencia, poesía” en cuanto osó decir (y no conocíamos la espléndida citación): “el valor de la inteligencia es cosa de opinión, y es preciso imaginar si el valor de la fuerza del todo natural y física no lo valga”.
Y bien, el mismo pesimismo que se transparenta de cada página del autor que hemos querido seguir, autoriza a hacer un balance negativo del trabajo de la inteligencia y de la conciencia: si estos son los “valores” absolutos, o sea las únicas magnitudes de las cuales se puede escribir con certeza la entrada y la salida, el balance es la desembocadura natural. En el apogeo de esta celebrada civilización que nos encuentra irreverentes e iconoclastas, el balance no sabría ser más desastroso.
Si Babeuf, que lanzó el primer grito revolucionario, expresó mal una ilusión de libertad y creyó desembarazar al proletariado del involucro engañoso del ciudadano, el dio sin embargo la señal del nuevo camino de clases.
Se precisa la fuerza natural y física, que alcanza los cuerpos y no los espíritus, que se llama precisamente lucha, revolución y dictadura, para que verdaderamente rompiendo las barreras despiadadas de la necesidad, los humanos se eleven hacia campos exterminados de actividades multiformes y grandiosas, y los resultados deformes y torcidos que hasta ahora ha dado el uso y el abuso de la inteligencia, y la hipocresía de un control de la conciencia, sean superados hasta el punto de estar con toda razón inscriptos en la prehistoria, en cuyas tinieblas y en cuyas vergüenzas estamos sumergidos todavía.
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