El fantoche en la historia
Al hilo del tiempo
En una cita de Engels (1) hecha recientemente a propósito de la valoración marxista de la revolución rusa destacamos la frase: “el tiempo de los pueblos elegidos ha terminado”. Es poco probable que llegue alguien que quiera romper lanzas en favor de la tesis opuesta, después de la infame escalada que ha conducido al nazismo alemán; y tras la suerte sufrida por los hebreos que purgan muy caro la increíble y milenaria furia racista: triturados, primero por el odio ario de Hitler, luego por los negocios imperiales británicos, hoy por el inexorable aparato soviético, mañana muy probablemente por la cosmopolita, tolerante y cháchara política estadounidense que ya está incando el diente en la carne negra.
Mucho más difícil será hacer reconocer que ha pasado el tiempo de los individuos elegidos, de los “hombres del destino” – como Shaw llamó a Napoleón, sobre todo para ridiculizarlo vestido con pijama – en una palabra, de los grandes hombres, de los caudillos y jefes históricos, de los Supremos Guías de la humanidad.
En realidad desde todos los lados y al unísono en todos los credos, católicos o masones, fascistas o demócratas, liberales o socialistoides, parece que - en una medida mucho más extensa que en el pasado – no se pueda hacer otra cosa que exaltar y postrarse con servil admiración ante el nombre de cualquier personaje, atribuyéndole a cada paso el mérito entero del éxito de la “causa” de que se trate.
Todos coinciden en atribuirle influencias determinantes sobre los acontecimientos pasados y sobre los por venir, y en otorgarle por supuesto las cualidades personales de los jefes que ya se aposentaron en la sublimidad: disputan hasta la náusea si debe hacerse por aclamación o votación democrática, o bien por imposición del partido, e incluso mediante un golpe de fuerza del sujeto en cuestión, pero coinciden en hacer que todo dependa del éxito de esta acción, tanto en el campo amigo como en el enemigo.
Pues bien, si este criterio generalizado fuera cierto, y nosotros no tuviéramos la fuerza de negarlo y minarlo, deberíamos confesar que la doctrina marxista ha caído en la peor de las bancarrotas. Pero muy al contrario, y como de costumbre, no hemos cesado de fortalecer estas dos posiciones: la del marxismo clásico, que ya había jubilado a los grandes hombres; y la de los tejedores de telarañas, que con la actual revalorización de la obra de los grandes hombres, puesta recientemente en circulación, confirma la teoría marxista por otros caminos.
AYER
Preguntas y respuestas
Son interesantes al respecto las respuestas de Federico Engels a las preguntas que le fueron planteadas sobre este tema. En la carta del 25 de enero de 1894 habla de los grandes hombres en el segundo apartado de la segunda pregunta. Pero ambas están bien planteadas. Son éstas:
1. ¿Hasta qué punto las condiciones económicas influyen causalmente? (atención que no se lea casualmente).
2. ¿Qué parte representa el factor raza o el factor individualidad en la concepción materialista de la historia de Marx y Engels?
Me interesa igualmente la pregunta a la que respondía en la precedente carta del 21 de septiembre de 1890 ¿Cómo han entendido Marx y el propio Engels el principio fundamental del materialismo histórico; esto es, según ellos mismos, si la producción y reproducción de la vida real constituyen por sí solas el momento determinante, o más bien son sólo la base fundamental del resto de condiciones?
La conexión entre ambos puntos: función de las grandes individualidades en la historia; y el exacto vínculo entre condiciones económicas y humana actividad, es explicada claramente por Engels en las respuestas, que él modestamente afirma que han sido más o menos esbozadas en privado y no redactadas con “aquella exactitud” que él procuraba al escribir para el público. Y en realidad Engels se reclama de la exposición general de la concepción marxista de la historia que ha dado en el Anti-During (parte I capítulos 9 al 11; parte II, capítulos 2 al 4) y sobre todo en el cristalino ensayo sobre Feuerbach, de 1888: “Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana”. Y para un ejemplo luminoso de la específica aplicación del método, remite al “18 Brumario de Luís Bonaparte” de Marx, que describe brillantemente a quien puede ser tomado como prototipo del “fantoche”, término que ahora vamos a explicar.
Continuidad de vida
Al coste de una digresión, que es también el anticipo de un Hilo, cuya llave maestra está desde hace algún tiempo en la escalinata de la cantera, queremos dar un gran bravo al desconocido estudiante que adelantó la pregunta de la primera carta. A menudo aquellos que no han comprendido nada, son los mismos que gesticulan que lo han asimilado y digerido, con la pretensión de ser capaces de vomitarlo todo y de escupir sentencias. Los más sinceros e interesados, sin embargo, siempre están convencidos que deben comprenderlo mejor, cuando ya tienen toques de maestro. El joven y por suerte irrespetuoso interrogador adopta en lugar de la expresión normal “condiciones económicas”, aquella exacta y equivalente a la primera de “producción y reproducción de la vida física”. Como alumnos de la clase inmediatamente superior, cambiamos real por física. El adjetivo real no tiene el mismo peso en las lenguas germánicas que en las latinas.
Insistimos de nuevo, siguiendo a los maestros del marxismo, en qué se parecen producción y reproducción, citando a Engels cuando define la reproducción, o sea, la esfera sensual y generadora de vida, como la “producción de los productores”.
Sería inútil trazar una ciencia económica, y hasta metafísica, con leyes inmutables, y aún más si fuera dialéctica, esto es, trazar de nuevo la teoría de una sucesión de fases y de ciclos, si examináramos un grupo, una sociedad de productores, dedicados por supuesto a labores de trabajo y económicas tendentes a satisfacer sus necesidades conservando su existencia y su fuerza productiva hasta el límite del tiempo fisiológico, pero que hubieran sido operados (¡digamos que por un capataz racista!) de forma que no pudieran reproducirse y tener sucesores biológicos.
Tal condición mutaría de raíz, y esto lo admitirá el seguidor de cualquier escuela económica, todas las relaciones de producción y distribución de esta hipotética comunidad.
Esto viene a cuento para recordar que tanta importancia tiene, en la consolidación de la estructura de las relaciones económicas, la producción que prepara alimentos (y otras cosas) aptos para conservar la vida física del trabajador, como la reproducción biológica que prepara - con una importante inversión del consumo y de esfuerzos productivos – a los futuros sustitutos de los propios trabajadores.
Como veremos en su momento con Engels y Marx y contra Feuerbach, el hombre no es ni todo amor ni todo lucha. Sea como fuere la íntegra visión del doble pedestal económico de la sociedad vale para esto: el materialismo ya ha vencido en el campo de la producción, y nadie discute que predomina el criterio de la suma material de los resultados; y sobre esto es fácil fundar la teoría de la actividad de las luchas, pasando de las disputas moleculares del pretendido “homo economicus”, que tiene en el lugar del corazón no el ventrículo sino un contable, al enfrentamiento de clases en que se resume, con la economía, el resto de las formas humanas de actividad. Pero es en el campo de la genética y de la sensualidad, donde a los párrocos más arduos les parece hacer misa en ausencia de motivos trascendentes y místicos, y donde hay que traducir la atracción entre el macho y la hembra - aunque sólo sea para elevarla por encima de la suciedad de la moderna civilización - en términos de causalidad económica, y donde es necesario fundar los más robustos pilares de la doctrina revolucionaria del socialismo.
Que el individuo, pequeño o grande a tenor del banal sentido común, tienda a beneficiarse económicamente y a concebir eróticamente, es un problema planteado de un modo miserable y sin sentido. Nosotros trasladamos la dinámica del proceso a la actividad de la especie, y situamos el esfuerzo por mantener vivos y válidos a los elementos activos, en el propio proceder de su multiplicación y continuidad; ciclos ambos mucho más amplios de aquellos en los que se desarrolla el idiota temor por la muerte y la estúpida creencia en la eternidad del individuo. Muerte y eternidad individuales que son productos y rasgos decisivos de las sociedades infestadas por clases dominantes y explotadoras, parásitas en el trabajo y en el amor.
La maldición del sudor y del dolor, ideología que define las sociedades con dominio de clase, esto es, fundadas sobre los monopolios del ocio y del placer, será suprimida por el socialismo.
Naturaleza y pensamiento
La sumisión del problema que aquí hemos planteado, esto es, del problema de las personalidades históricas al problema general de la concepción materialista, aparece inmediatamente. Admitid por un solo momento que el desarrollo futuro de una sociedad, o incluso de la humanidad, dependieran de modo decisivo de la presencia, de la aparición, o del comportamiento de un solo hombre. Ya no sería posible razonar y sostener que el origen esencial de toda vida social resida en las características de determinadas condiciones y situaciones económicas análogas para las grandes masas del “resto” de los individuos, ya sean éstos normales o “pequeños”.
Si en efecto ese largo y difícil camino, que nunca aceptaremos reducir a un simple automatismo, del paralelismo entre el trabajo y el consumo hasta el cambio final de las revoluciones sociales, con el paso del poder de una a otra clase, con la ruptura de las formas que determinaban aquel paralelismo de las relaciones productivas, tuviera que pasar por la cabeza (crítica, conciencia, voluntad, acción) de un solo hombre, y esto en el sentido de que fuera un elemento necesario, o sea de tal naturaleza que en su ausencia no se realizara, entonces no podría negarse que en cierto momento toda la historia estaría “en su pensamiento” y dependería de un acto de este individuo. Lo cual sería una contradicción insuperable, puesto que tras tal concesión, sería necesario someterse a la visión opuesta a la nuestra, que afirma que en la historia no existe la causalidad, ni leyes, sino que todo es un “azar” imprevisible, todo es casualidad, que puede estudiarse sí, pero después, nunca antes del acontecimiento. Y si esto fuera así, exactamente, a la fuerza ahorcan, porque ¿cómo negar que haya sido un azar el nacimiento de ese coloso, cómo no reducir todo el campo de la reproducción al paso en falso… de un espermatozoide?
Hemos luchado ya duramente contra la concepción más racional y moderna del “gran hombre”, propia de la burguesía ilustrada, que quería hacer pasar preventivamente el hecho histórico no por uno, sino por todos los cerebros; anteponiendo a la lucha revolucionaria la general educación y conciencia. Pero esta concepción incompleta y marginal es aún más insuficiente que aquella que lo concentra todo en la caja craneal individual, ya que no vemos como podría sostenerse, sino es con el abrazo, tantas veces invocado por la tradición, entre un ser divino y uno humano.
Ya habíamos hecho pedazos la teoría, aún más estúpida, de la conciencia popular universal, que se basa en la mitad más uno de los cerebros para pilotar la historia, porque desde el punto de vista marxista daba pena y piedad; ¿dejaremos vivir pues la teoría del cerebro único? ¿Y por qué no entonces la teoría del reproductor único, del semental humano, evidentemente menos boba?
Volvamos de nuevo a la cuestión principal: ¿qué precede a qué: la naturaleza o el pensamiento? ¿La historia de la especie humana es un aspecto de la naturaleza real o una “partenogénesis” del pensamiento?
El breve escrito de Engels sobre Feuerbach, o más bien contra una apología de Starcke, (que Engels como de costumbre califica de esbozo general, o todo lo más como ilustraciones de la concepción materialista de la historia) compendia por una parte una síntesis de la historia de la filosofía, y de otra, de la historia de la lucha de clases, magnífica por su amplitud y brevedad.
¡Fuera las cartas!
Sería suficiente con una exposición-arroyo (ahora las sesiones-río se cuentan por días) de un par de medias jornadas, con un comentario apropiado. Limitémonos a informar sólo la filiación para probar la identidad.
Históricamente, nos recuerda Engels, del idealista Hegel, cuya filosofía hubiera podido ser tomada como base por la derecha conservadora y reaccionaria alemana, derivó el materialista Feuerbach, bajo la influencia de los poderosos estandartes del materialismo y de la revolución francesa. De Feuerbach en cierto sentido derivaron las ulteriores y muy distintas concepciones de Marx y de Engels, tras un breve período de admiración hacia 1840 con la publicación de la “Esencia del cristianismo” y después de una crítica no menos radical de la que Feuerbach había aplicado a Hegel. Crítica condensada en las famosas tesis de Marx de 1845, que permanecieron ignoradas durante más de cuarenta años, y que concluyen con la undécima: “los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo; ahora se trata de cambiarlo.”
Hegel había situado en primer plano la actividad humana, pero a esta premisa no había podido darle un desarrollo revolucionario en el campo histórico por su absoluto idealismo. La sociedad futura con su diseño y modelo estaría ya contenida ab aeterno en la idea absoluta. Hecho este descubrimiento y este desarrollo en la mente de un filósofo, con normas propias del pensamiento puro, y trasmitidos tales resultados en el sistema de derecho y en el organismo del Estado, la realización integral de la Idea ya había sido ejecutada. ¿Qué hay en todo esto de inaceptable para nosotros? Dos puntos, que son los dos aspectos dialécticos de la misma. Rechazamos la necesidad de un punto de llegada, de una valla definitiva e insuperable. Rechazamos la posibilidad de que estuvieran ya dadas todas las propiedades y leyes del pensamiento, antes de que se iniciara el ciclo natural y de la especie.
Pero citemos pues: “Al igual que el conocimiento, la historia no puede encontrar una conclusión final, y legar a un estado perfecto del género humano. Una sociedad perfecta, un Estado perfecto, son cosas que sólo pueden subsistir en la fantasía; muy al contrario todos los estados históricos, que se han sucedido han sido sólo fases transitorias en el infinito camino de la sociedad humana.”
Hegel ha superado a todos los filósofos precedentes al plantear la dinámica de las contradicciones de que se compone el largo camino hasta el presente. Sin embargo, al igual que los demás filósofos, y como todos los posibles filósofos, este vivaz hervidero de contradicciones las encapsuló y congeló en su “sistema”. “Una vez eliminadas para siempre todos las contradicciones, hemos llegado a la llamada verdad absoluta; la historia universal ha llegado a su final, aunque aún debe afrontar, ya no pueda hacer otra cosa, una nueva e insuperable contradicción.”
En este momento Engels deja caer la vieja objeción, retomada por Croce poco antes de su muerte (véase la refutación en Prometeo número 4 de la segunda serie) de que también el materialismo marxista haría terminar la historia, porque afirma que la lucha entre proletariado y burguesía será la última de las luchas de clases. En su insuperable antropoformismo cada idealista confunde el fin de las luchas entre las clases económicas con el fin de toda lucha y de todo desarrollo en el mundo, en la naturaleza y en la historia; y no puede ver, en los límites que para él son luz y para nosotros tinieblas, de una caja craneal, que el comunismo será a su vez una intensa e imprevisible lucha de la especie por la vida, que todavía nadie ha alcanzado, ya que no merece llamarse vida la estéril y patológica soledad del Yo, del mismo modo que el tesoro del avaro no es riqueza, ni siquiera personal.
Espíritu y ser
Llega Feuerbach y elimina la antítesis. La naturaleza no es ya la manifestación de la Idea (lector: tensa el Hilo, que no se ha roto, ¡andamos hacia la tesis de que la historia no es la manifestación del Fantoche!), no es cierto que el pensamiento esté en el origen, y la naturaleza sea un derivado. El materialismo, entre el entusiasmo de los jóvenes, y también del joven Marx, es repuesto en el trono. “La naturaleza existe independientemente de toda filosofía; es la base sobre la que crecieron y se desarrollaron los hombres, que son también, de suyo, productos naturales; fuera de la naturaleza y de los hombres, no existe nada, y los seres superiores que nuestra imaginación religiosa ha forjado, no son más que otros tantos reflejos fantásticos de nuestro propio ser.” Y Engels, hasta aquí, aplaudió también, ya de viejo; sólo se detuvo para mofarse de la oposición que, para la actividad práctica, Feuerbach erige en el lugar del imperativo categórico de Kant: el amor. No se trata aquí del hecho sexual, sino de la solidaridad, de la fraternidad “innata” que une a los hombres entre sí. Sobre esto se fundó el “verdadero socialismo” burgués y prusiano de la época, impotente para ver las exigencias de la actividad revolucionaria, de la lucha entre las clases, del rechazo de las formas burguesas.
Este es el punto en el que Engels rehace el epílogo de la construcción filosófica que conserva el fundamento materialista, liberándolo de la traba metafísica y de la impotencia dialéctica, que lo inmovilizaban por otra vía, en la misma “historicidad glacial” del idealismo, por recubierto que hubiera aparecido de voluntad y actividad práctica.
Engels elucida este problema relacionándolo con la formación de los esquemas del pensamiento desde los pueblos primitivos. Aquí no sabemos que rebuscar para conseguir un ángulo de visión más agudo, aunque sería útil a nuestro movimiento integrar y ampliar (de lo que se encargará sin duda alguna el porvenir) especialmente las conjeturas en las que Engels confronta sus deducciones con las aportaciones de las ciencias positivas.
Escribe Engels: “El problema de la relación entre el pensar y el ser, entre el espíritu y la naturaleza… no pudo plantearse con toda nitidez, ni pudo adquirir su plena significación hasta que la sociedad europea despertó del prolongado letargo de la Edad Media cristiana. El problema de saber qué es lo primario, si el espíritu o la naturaleza, este problema revestía, frente a la Iglesia, la forma agudizada siguiente: ¿el mundo fue creado por Dios o existe desde toda la eternidad?
Esta cuestión, que en distintas épocas se escribe en términos diferentes, divide con sus dos respuestas posibles los dos campos: materialismo e idealismo. Quien considera la naturaleza (el ser) como primordial, es materialista; quien considera que el espíritu (el pensamiento), es idealista. Pero entonces llega el acto creador, y aquí conviene subrayar la valoración marxista del idealismo con esta drástica observación: “esta creación del mundo a menudo ha trastornado a los filósofos, y por ejemplo a Hegel, que la ha explicado de modo aún más embrollado e imposible de lo que lo hace el cristianismo”.
Aclarada esta separación de los dos grupos de filósofos no termina aquí el problema de la relación entre ser y pensar. ¿Son extraños entre sí o se complementan? ¿Puede el pensamiento humano conocer y describir plenamente la esencia de la naturaleza? Hay filósofos que han contrapuesto y separado los dos elementos: objeto y sujeto. Entre éstos, Kant con su incomprensible “cosa en sí “. Hegel supera el obstáculo, pero de forma idealista, esto es, absorbe la cosa y la naturaleza en la Idea, lo cual permite examinar y comprender su propia concepción. Es lo que Feuerbach denuncia y combate: “La existencia hegeliana de las “categorías lógicas” antes de que existiese el mundo material no es más que un fantástico avance de la creencia en un creador divino”. Esto ya sería suficiente para un trabajo de demolición crítica.
Engels, en una clara declaración, reprochará a la cultura alemana que no hubiera sabido ir más allá de esta actitud crítica, así como su incapacidad para entender la vida de la sociedad humana como un movimiento y un proceso incesante, al que Hegel sólo había puesto las bases. Tal concepción antihistórica de la filosofía alemana condenaba a la Edad Media como una especie de paréntesis inútil y oscuro (análoga apreciación deben hacer los marxistas hoy respecto a la insensata actitud mostrada por la lucha y la crítica antifascista y antinazi). La filosofía alemana no supo insertar en su adecuado lugar a la Edad Media con sus causas y efectos, ni supo descubrir los grandes progresos y su enorme aportación al futuro.
“Todos los progresos realizados por las ciencias de la naturaleza no les han servido más que de argumento para demostrar la inexistencia del Creador”… “También se merecían las burlas de que fueron objeto los primeros socialistas reformistas franceses: ¡el ateismo es vuestra religión!”.
Drama y actores
Sigue luego la presentación orgánica de la doctrina materialista histórica, quizás la mejor que jamás haya sido escrita. Se dio el paso que Feuerbach no se había atrevido a hacer: sustituir “el culto del hombre abstracto” por “la ciencia del hombre real y de su desarrollo histórico”.
Esto nos lleva por un momento a Hegel que había instaurado (no descubierto) la dialéctica, que para él era “la evolución autónoma del concepto”. En Marx la dialéctica se convierte en “el reflejo en la conciencia humana del movimiento dialéctico del mundo real”. Como en la célebre frase, la dialéctica es enderezada y puesta sobre sus pies, de modo que deja de estar sobre su cabeza.
El marxismo comienza por tratar la ciencia social y la ciencia histórica con el mismo método que se aplica a las ciencias naturales. Pero nadie ignora las características particulares de este “dominio” de la naturaleza, que es el de la vida de la especie humana. Nos urge llegar a las “respuestas” de Engels, reproduciendo sólo algunas citas fundamentales: “En la naturaleza hay agentes inconscientes… por el contrario en la historia de la sociedad los actores están dotados evidentemente de conciencia, hombres que actúan con reflexión o pasión para conseguir determinados fines… Pero esta intención, aunque sea importante para la investigación histórica, especialmente de algunas épocas o acontecimientos, no afecta para nada al hecho de que el curso de la historia está determinado por leyes internas generales… Muy raramente se consigue aquello que se quería…todos los enfrentamientos entre las innumerables voluntades y las acciones individuales conducen a un estado de cosas, que es absolutamente análogo al imperante en la naturaleza inconsciente. Las metas de las acciones son deseadas, pero los resultados alcanzados no son los queridos, o si bien se parecen corresponder a la meta deseada, tienen al final consecuencias realmente distintas a aquellas queridas… Los hombres hacen su historia, sea cual fuere el resultado, mientras cada uno persigue sus propios fines… el resultado de estas múltiples voluntades, actuando en distintas direcciones, y su efecto sobre el mundo exterior, son precisamente la historia… Por tanto si se quiere investigar las fuerzas motrices que (consciente o inconscientemente, y con harta frecuencia inconscientemente) están detrás de estos móviles por los que actúan los hombres en la historia, y que constituyen los auténticos resortes supremos de la historia, no habría que fijarse tanto en los móviles de hombres aislados, por muy relevantes que éstos fueran, como en aquellos que mueven a grandes masas, a pueblos en bloque, y, dentro de cada pueblo a clases enteras; y no momentáneamente, en explosiones rápidas, como fugaces hogueras de paja, sino en acciones continuadas que se traducen en grandes cambios históricos.”
A la parte filosófica le sigue la parte histórica hasta el gran movimiento proletario moderno. Llegados a este punto se pone fin a la filosofía, tanto en el dominio de la historia como en el de la naturaleza. “Ahora ya no se trata de sacar de la cabeza las concatenaciones de las cosas, sino de descubrirlas en los mismos hechos”.
Claros oráculos
Recordad las preguntas y escuchad las respuestas, que no serán oscuras ni ambiguas como las del antiguo Oráculo, sino transparentes y acordes a nuestras posiciones marxistas.
Respuesta a la pregunta anteriormente indicada, de 1890:
“El momento que en última instancia es decisivo en la historia es la producción y reproducción de la vida material”.
“La situación económica es la base, pero los distintos momentos del edificio –formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, constituciones fijadas por la clase victoriosa tras las batallas vencidas, formas del derecho y por fin los reflejos de todas estas auténticas luchas en el cerebro de los participantes, teorías políticas, jurídicas, opiniones religiosas y su ulterior desarrollo en sistemas dogmáticos – todo esto ejerce su propia influencia sobre el curso de las luchas históricas, y en ciertos casos determina la forma. Y en la interacción de influencias de todos estos momentos (factores) se cumple al fin el movimiento económico, a través de un infinito número de accidentes…
A la primera pregunta de la carta de 1894 sobre la influencia causal de las condiciones económicas. “Como condiciones económicas, que consideramos base determinante de la historia de la sociedad, entendemos el modo en que los hombres producen sus medios de existencia e intercambio (hasta la llegada de la división del trabajo). Toda la técnica de la producción y del transporte está aquí incluida… Esto determina la división de la sociedad en clases, las condiciones de señorío y servidumbre, el Estado, la política, el derecho, etcétera.
Si como dice la carta, la técnica depende en grandísima parte de la ciencia, con mayor razón depende de las condiciones y de las exigencias de la técnica… Toda la hidrostática (Torricelli, etc.) fue generada por la necesidad que Italia sintió en los siglos XVI y XVII de regular los cursos de agua excedentes en la montaña” (cfr. varios escritos de nuestro periódico y revista sobre la precocidad de la empresa agrícola capitalista en Italia, y sobre la degeneración de la técnica de defensa hidráulica moderna en las inundaciones del Polesine).
En cuanto al punto a de la pregunta 2, sobre el factor representado por la raza, damos sólo esta brillante sentencia (a hilar): “La raza es un factor económico”. ¿No habéis oído aquello de producción y reproducción? La raza es una cadena material de actos reproductivos.
Y por fin, vamos a tratar el punto b, que concierne al fantoche, cediendo la palabra al magnífico Federico: “Los hombres hacen su propia historia, pero hasta ahora no mediante una voluntad general y según un plan conjunto, ni siquiera en el cuadro de una sociedad limitada. Sus aspiraciones se contraponen y en ese tipo de sociedad prevalece precisamente por eso la necesidad, completada y manifestada por el azar. Es entonces cuando aparecen los llamados grandes hombres. Que un determinado gran hombre, y precisamente aquél, surja en determinado momento y lugar es naturalmente pura casualidad. Pero, si lo elimináramos, inmediatamente habría que buscar un sustituto, y ese sustituto se encuentra siempre, mejor o peor, pero a la larga se encuentra. Que Napoleón fuera precisamente ese corso, ese dictador militar que la situación de la república francesa, extenuada por las guerras, necesitaba es puro azar, pero en ausencia de Napoleón hubiera sido otro quien ocupara su puesto, y esto se demuestra por el hecho de que ese hombre se ha encontrado siempre que ha sido necesario: César, Augusto, Cromwell, etcétera.
¡Marx!, bien que escuchaba Engels el grito de la platea. Pues también se le aplica a él. Si Marx ha descubierto la concepción materialista de la historia es porque Thierry, Mignet, Guizot, todos los historiadores ingleses anteriores a 1850, tendían a ese descubrimiento, que Morgan realizó por su cuenta, “los tiempos estaban maduros y ese descubrimiento debía (el subrayado esta vez es de Engels) hacerse”.
Sin embargo, Engels en una nota al Feuerbach afirma que Marx era un genio a quien debía su propio talento. Sería deplorable que tras toda nuestra demostración no se hubiera comprendido que existen fuertes diferencias de uno a otro hombre, no sólo desde el punto de vista muscular, sino también por el potencial de la máquina cerebral.
Pero el hecho es que si bien hemos liquidado el caso extremo del “hombre del destino” shawiano, no debemos hacernos ilusiones sobre la desaparición de los “cretinos del destino”, esos pobres autocandidatos a ocupar el vacío preparados para ellos por la historia, muy preocupados por la eventualidad de faltar a su llamada y quedarse emboscados ante la gloria.
HOY
Correspondencia reciente
Se acopla al tema tratado una carta enviada a una compañera obrera que, excusándose indebidamente de una exposición imperfecta, supo plantear el tema de una forma muy expresiva. Incluimos parcialmente nuestra respuesta.
“Escribes: “Dices bien cuando afirmas que un marxista debe fidelidad a los principios y no a los hombres… si decimos que los hombres no cuentan y los dejamos de lado, ¿hasta qué punto podemos hacerlo? ¿No son los hombres los que determinan en parte los hechos?, si los hombres son en parte la causa que determinó el trastorno, no podemos olvidarlos del todo”. Lejos de ser una aproximación vacilante a la cuestión, es una vía muy útil para hacerlo.
Los hechos y los actos sociales de los que nos ocupamos en tanto que marxistas son obra de los hombres, tienen a los hombres como actores. Verdad indiscutible, y sin el elemento humano nuestra construcción no puede funcionar. Pero este elemento era tradicionalmente considerado de un modo muy distinto al introducido por el marxismo.
Tu sencilla exposición puede enunciarse de tres modos; y entonces se contempla el problema en toda su profundidad, a la que tiene el mérito de haberte acercado. Los hechos son obra de los hombres. Los hechos son hechos por los hombres. Los hechos son obra del hombre Ticio, del hombre Sempronio, del hombre Cayo.
No sólo nos distingue a los marxistas de los “demás” la noción de que (siendo el hombre por una parte un animal, de otra es un ser que piensa) ellos dicen que el hombre primero piensa, y luego como consecuencia de este pensar se resuelven sus relaciones con la vida material e incluso animal, mientras que nosotros como marxistas decimos que en la base de todo están las relaciones físicas, animales, nutritivas, etcétera.
La cuestión no se planeta precisamente de hombre a hombre, sino en la realidad de las complejas relaciones sociales y de los fenómenos que se desprenden.
Así pues, las tres formulaciones del modo en el que los hombres intervienen (perdón por la grandilocuencia de la expresión) en la historia son éstas:
Los tradicionales sistemas religiosos o autoritarios afirman que cuando un Gran Hombre, o un Iluminado por la divinidad, piensa y habla, los demás deben aprender y obedecer.
Los idealistas burgueses, más modernos, afirman que la parte ideal, aunque sea común a todos los hombres civilizados, determina ciertas direcciones, según las cuales los hombres son conducidos a actuar. También aquí destacan aún ciertos hombres determinados (pensadores, agitadores, caudillos) que lo habrían impulsado todo.
Por último los marxistas afirman que la acción común de los hombres, o si se quiere cuanto de común y no accidental y particular existe en la acción humana, nace de las necesidades materiales. La conciencia y el pensamiento vienen después y determinan la ideología de cada época.
¿Y entonces qué? Para nosotros, lo mismo que para todos, son las acciones humanas las que se convierten en factores históricos y sociales. ¿Quién hace una revolución? Los hombres, por supuesto.
Pero para los primeros era fundamental el Hombre Iluminado, sacerdote o rey.
Para los segundos, la conciencia y el Ideal que conquistó las mentes.
Para nosotros, el conjunto de datos económicos y la comunidad de intereses.
Los hombres no son meras marionetas movidas mediante hilos… por la necesidad, sino protagonistas que crean y hablan por sí mismos. En el seno de la comunidad de la clase proletaria existen diversos grados y estratos, y complejas disposiciones para la acción, y distintas capacidades para sentir o exponer la teoría común.
Pero la novedad radica en que para nosotros no son indispensables unos determinados hombres, como lo eran para las anteriores revoluciones, ni siquiera como símbolos, con una fuerte personalidad y un nombre.
La inercia de la tradición
El hecho es que como son precisamente las tradiciones las últimas en desaparecer, muy a menudo los hombres se mueven por la sugestiva atracción de su pasión por el Jefe. ¿Y por qué no utilizar este elemento que aunque sabemos que no muda en absoluto el curso de la lucha de clases, puede favorecer el reclutamiento y acelerar el enfrentamiento?
Me parece que el fruto de las duras lecciones de tantos decenios es éste: no es posible renunciar a la agitación entre los hombres ni a vencer a través de los hombres, y somos precisamente nosotros, la izquierda comunista italiana, quienes hemos sostenido que la colectividad de los hombres que luchan no puede ser toda la masa o su mayoría, sino que ha de ser un partido no demasiado numeroso y los círculos de vanguardia de esta organización. Sin embargo, los nombres que galvanizan a las masas nos han hecho perder mil hombres por cada diez que han atraído. Frenemos pues esta tendencia y en la medida de lo posible suprimamos, no a los hombres por supuesto, sino al Hombre con ese particular Nombre y con ese concreto Currículum vitae…
Ya conozco la respuesta que fácilmente sugestiona a los compañeros más ingenuos: LENIN. Aunque sea cierto que después de 1917 ganamos muchos militantes a la lucha revolucionaria porque estaban convencidos de que Lenin había sabido hacer y había hecho la revolución: vinieron, lucharon y luego profundizaron mejor nuestro programa. De esta forma se movilizaron proletarios y masas enteras que quizás hubieran permanecido adormecidas. Lo admito. Pero ¿y luego? Con el mismo nombre se hizo el reclutamiento que consiguió la total corrupción oportunista de los proletarios. Hemos retrocedido hasta tal punto que hoy la vanguardia de la clase está mucho más retrasada que antes de 1917, cuando muy pocos conocían el nombre de Lenin.
Aceptado esto, yo afirmo que en las tesis y la línea establecidas por Lenin se resume lo mejor de la colectiva doctrina proletaria, de la auténtica política de clase; pero que su nombre como tal nombre está en el pasivo del balance. Evidentemente se ha exagerado. El propio Lenin estaba harto de las alabanzas personales. Sólo los hombrecillos que nada valen son los que se creen indispensables en la historia. Lenin reía como un niño tales exageraciones. Era seguido, adorado e incomprendido.
¿He conseguido darte, con estas breves frases, una idea sobre el problema? Llegará un tiempo en que un fuerte movimiento de clase conseguirá una teoría y acción correctas sin explotar simpatía alguna por tal o cual nombre. Creo que llegará algún día. Quien no lo crea no puede ser más que alguien decepcionado por la nueva visión marxista de la historia, o aun peor, un cabecilla de los oprimidos contratado por el enemigo.
Como ves no he puesto en el activo del balance el efecto histórico del entusiasmo por Lenin y en el pasivo el efecto nefasto de los millares de dirigentes renegados, sino los efectos negativos del propio nombre de Lenin. Tampoco he caído en la insidia de lamentarme: ¡Si Lenin no hubiera fallecido¡ También Stalin era un marxista con los papeles en regla y un hombre de acción de primer orden. El error de los trotskistas radica en buscar la clave de esta inmensa torsión de las fuerzas revolucionarias en la sabiduría o en el temperamento de los hombres.
Figuras de la actualidad
¿Por qué hemos llamado a la teoría de los grandes hombres, la teoría del fantoche?
El fantoche es un muñeco que llama la atención, al mismo tiempo que revela su absoluta vaciedad. Largo, fofo, un poco curvado para esconder algo una cabeza bamboleante y atónita, con un andar incierto y oscilante. En Nápoles le llaman cierra-el-ojo (batte-il-occhio) por referencia al constante parpadeo [y guiños] propios de un despistado y de un [grosero, bobo e insensible fanfarrón] filisteo; en Bolonia, huyendo del localismo, le gritarían: dinos que eres un fantasmón.
La historia y la política contemporánea en este año 1953 (en el que todo refleja el hecho general, no accidental, de que una forma semiputrefacta, el capitalismo, no corre peligro de muerte) nos obsequian con constelaciones de fantoches. El marasmo propio de tales fases difunde entre unas masas maravilladas y alucinadas la convicción absoluta de que a ellos, y solamente a ellos, se debe todo, y que todo depende de esos fantoches del destino, y además y sobre todo que el cambio de guardia en la corporación fantochal es el factor (¡pobres de nosotros, Federico!) que determina la historia.
Entre los Jefes de Estado, dada la absoluta falta de una nueva palabra que los defina a todos e incluso de un saludo común a todos ellos, hay un terceto infalible: Franco, Tito, Perón. Estos campeones, estos Oscar a la belleza histórica, han llevado al nec plus ultra el arte supremo de suprimir de su persona toda seña particular, ¡a excepción de las narices dinásticas y los ojos de águila!
En lo que se refiere a Hitler y Mussolini, tenemos propina, ya que el primero nos hace pensar en un formidable estado mayor de no-fantoches que le rodeaba, elevados por lo tanto al grado de criminales, que no sólo hacían historia, sino que ¡la violaban a su placer! El segundo nos da pena por el inefable estrato de subfantoches que le guiaba, y que tras el cambio de guardia de 1944-1945, ha dado paso a una bandada de fantoches asociados, que hoy hacen nuestras delicias.
Se trata de una bellísima terna que se despliega no en el espacio, sino en el tiempo, aportando la prueba de que toda sucesión, ya sea por herencia o por elección, produce el mismo efecto histórico que se obtiene multiplicando el cero por el cero, dando por resultado Delano (Roosevelt), Harry (Truman), Ike (Eisenhower). Las fuerzas americanas que ocupan el mundo justificarían la definición de este período como el de la caída de los fantoches.
Pálidos diadocos
Una constelación no menos expresiva de los tiempos que corren nos ha sido dada por los dirigentes nacionales recientes y presentes, a menudo derribados drásticamente, en los países aliados de Rusia. No sabemos donde podemos encontrar más fantoches, si en el fondo de los Balcanes o en las faldas de Marianne. Cuando murió Alejandro el Magno, el imperio macedonio que se había extendido por dos continentes fue fragmentado en estados menores confiados a distintos generales (diadocos) , que en breve tiempo desaparecieron sin dejar traza. Quien recordara los nombres, sacaría buena nota en historia.
Cuando la historia lo llama siempre encuentra al hombre adecuado. Puede darse el caso de que lo encuentre con una cabeza de escaso potencial. Pero cuando llama a los fantoches hasta puede ocurrir que el puesto sea ocupado por un hombre meritorio. Y aquí no estamos llamando idiota a nadie.
El hecho es que, en Italia por ejemplo, el concurso abierto para las grandes personalidades incluye puestos que habían sido ocupados por colosos históricos. Se trata en realidad de representar la parodia de una tragedia que tuvo su desarrollo solemne con ocasión del sesenta cumpleaños de Toglliatti, con un ceremonial plenamente orientado al pasado, que tras informarnos ampliamente de su currículum vitae y de sus obras, llegó a esta definición resumida: un gran patriota.
Ya hace un siglo que tal elogio carece de contenido, y ofrece pocas esperanzas para una grandeza que no sea una fantochada. La historia ya ha encontrado a sus héroes, sin buscar demasiado. Mazzini, Garibaldi, Cavour, y tantos otros que no bajarán de sus pedestales. De patria, a decir verdad, nos queda poquita, pero de patriotas tenemos a espuertas. El autobús de la gloria revolucionaria ya está completo. Esto no desmerece las cualidades del sujeto en cuestión (Togliatti): sus escritos exhumados desde 1919 (cuando se cometió el error de no darles la debida atención) le honran. Jamás ha dejado de ser marxista, porque nunca lo ha sido. Sostenía ayer lo mismo que hoy: la misión de la patria. Grandísimo, y si queréis, patriota; como una grandísima diligencia en tiempos del electrotrén y del avión a reacción.
Si, después de haber discutido sobre Lenin, no hemos hecho alusión alguna a Stalin, desaparecido hace poco, no es porque nuestro escalpelo, después de una expedición punitiva, vaya a adornar el mausoleo, aunque hay muchas posibilidades de llegue a hacerlo. Stalin aún es el vástago de un férreo ambiente anónimo de partido que se construyó bajo los impulsos históricos no accidentales de un movimiento colectivo, anónimo y profundo. Son las reacciones de la base histórica, y no casos fortuitos de una vulgar carrera hacia el éxito, los que determinan el giro a través del cual, en una llamarada termidoriana, el grupo revolucionario ha tenido que quemarse a sí mismo, y si bien un nombre puede ser un símbolo, aun cuando una persona no cuenta nada para la historia, el nombre de Stalin permanece como símbolo de este extraordinario proceso: la más poderosa fuerza proletaria reducida a la esclavitud para la edificación revolucionaria del capitalismo moderno, sobre las ruinas de un mundo atrasado e inerte.
La revolución burguesa ha de tener un símbolo y un nombre, aun cuando también haya sido hecha en última instancia por las fuerzas anónimas y las relaciones materiales. Es la última revolución que no ha sabido ser anónima, por eso la llamamos romántica.
Nuestra revolución surgirá cuando ya no existan estas serviles genuflexiones ante nadie, signo sobre todo de vileza e ignominia. Y como instrumento de la propia fuerza de clase existirá un partido fundido en todos sus rasgos doctrinales, organizativos y combatientes, a quien importará poco el nombre o méritos del individuo, que será capaz de negar al individuo conciencia, voluntad, iniciativa, mérito o culpa, porque todo ello lo asumirá en su unidad con límites bien definidos.
Morfina y cocaína
Lenin tomó de Marx la definición, por muchos combatida por banal, de que la religión es el opio del pueblo. El culto al ser divino es pues la morfina de la revolución, de quien adormecerá las fuerzas actuantes, y no es por nada que en el reciente luto (por Stalin) se ha rezado en todas las iglesias de la URSS.
El culto al Jefe, el culto a la personalidad, no divina sino humana, es un estupefaciente social aún peor, que nosotros definimos como cocaína del proletariado. La espera del héroe que inflame y lleve al combate es como una inyección de simpamina, de la que los farmacólogos han encontrado el término adecuado: heroína. Después de una breve exaltación patológica de energías, sobreviene la postración crónica y el colapso. No hay inyecciones para una revolución que duda, en una sociedad torpemente preñada desde hace dieciocho meses, y todavía infecunda.
Rechacemos el vulgar recurso a sacar partido del hombre excepcional, y apostemos por otra fórmula de comunismo, es decir, por una sociedad que ha suprimido a los fantoches.
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Notas:
1.- Para seguir este artículo es recomendable la previa lectura del texto de Engels “Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana”, ya que Bordiga hace constantes glosas, citas más o menos literales, comentarios, apreciaciones, críticas y argumentaciones fundamentadas en este texto de Engels.
Amadeo bordiga
"Il programma comunista” número 7 (3 al 17 de abril de 1953)
[“Il batilocchio nella storia”. Sul filo del tempo.]
Traducido al español por “BALANCE. Cuadernos de historia” especialmente para la web: http://es.geocities.com/hbalance2000 (noviembre 2003)
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