LA LUCHA DE CLASES Y DE ESTADOS EN LOS PUEBLOS DE COLOR, CAMPO HISTÓRICO VITAL PARA LA CRÍTICA REVOLUCIONARIA MARXISTA
Content:
La lucha de clases y de estados en los pueblos de color, campo histórico vital para la crítica revolucionaria marxista
Primera parte: La doctrina de los modos de producción válida para todas las razas humanas
La gran serie marxista
Estructura y superestructura
La gran «serie» de los «modos» de producción
El maravilloso bosquejo
Páginas clásicas
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La lucha de clases y de estados en los pueblos de color, campo histórico vital para la crítica revolucionaria marxista
(...) El lector debe recordar que, desde hace años, venimos dando una serie de escritos documentales y críticos sobre la cuestión nacional y colonial, y que esta serie continuará en los futuros números del periódico dada la importancia de este tema y las innumerables desviaciones a las que ha dado lugar y que circulan a nuestro alrededor, por lo que sigue estando a la orden del día.
(El informe continúa recordando que en el articulo «Oriente» demostramos históricamente que la Izquierda italiana siempre compartió la posición teórica e histórica de Lenin definida en el II Congreso de la Internacional Comunista, y que, por consiguiente toda desviación con respecto a esta línea es también una desviación con respecto a la tradición de la Izquierda. El stalinismo rompió rápidamente con las tradiciones leninistas en esta cuestión y en la reunión de Florencia de 1953 vimos las justas criticas de Trotsky, aunque nuestra crítica haya ido aún más lejos que la suya.)
El punto fundamental del desacuerdo entre los defensores de las posiciones leninistas y Stalin reside en las relaciones que fueron instauradas en China entre el Partido Comunista y el Kuomintang, partido de la revolución democrática. La Internacional condujo el Partido Comunista a la derrota y a la ruina, debilitándolo, sometiéndolo al Kuomintang en la alianza y hasta en la fusión con él; permitiendo a Chang-Kai-Check atacar y exterminar a los comunistas chinos que, entonces, eran muy distintos de los de hoy, ya que estaban colocados en el terreno del marxismo revolucionario.
La discusión de tan grave problema del movimiento revolucionario contemporáneo no puede basarse en prejuicios pequeño burgueses. Exige un restablecimiento de los hechos históricos y una aplicación correcta de la doctrina y de la dialéctica marxistas.
Primera parte: La doctrina de los modos de producción válida para todas las razas humanas
La gran serie marxista
Es un error bestial pretender que la realización del programa socialista está exclusivamente ligada a las vicisitudes de la historia de una sola de las razas fundamentales de la especie humana, la raza blanca, llamada caucásica, aria o indoeuropea, y concluir que, puesto que esta raza ha llegado al fin de su ciclo histórico, lo que ocurre en el seno de las sociedades de las otras razas ya no reviste ningún interés. Se puede demostrar fácilmente que semejante error resume y engloba, mucho más que las peores degeneraciones revisionistas, todos los errores cometidos en el curso de la historia por todas las corrientes antimarxistas.
La idea de que en la historia existe un pueblo elegido es una muy buena plataforma para una nueva clase de racismo y de nacionalismo, y tiene las mismas bases que las construcciones mitíco-filosófico-científicas tradicionales y conformistas propias de la «cultura» burguesa (...)
El marxismo destruye la idea según la cual los pueblos y razas poseerían una personalidad y cualidades particulares que les asignarían su destino, del mismo modo que destruye la idea de considerar a la personalidad y a la predestinación del individuo humano como un factor del desarrollo histórico.
No comprender el primer punto tiene las mismas consecuencias que olvidar el segundo, es decir, conduce a recaer en las concepciones pequeño burguesas y anarquizantes individualistas banales. Es lo que constatamos todos los días cuando vemos a ex o a supuestos marxistas envilecer la potente crítica marxista de la democracia liberal reduciéndola a un demolaborismo miserable, como ocurre cuando oponen la clase bruta al Partido, posición ésta que no tiene más valor que el comunismo renegado de Moscú o Pekín. La doctrina según la cual la historia está regida por el juego de las condiciones materiales y de las fuerzas productivas es la única clave que permite explicar que el control total o parcial del mundo haya sido detentado sucesivamente por diversos Estados, pueblos y razas, sin excluir que en el futuro otros pueblos puedan lograr este control, y que a otras fuerzas bien diferentes que las de los pueblos y las razas corresponda cerrar este ciclo. Nacida en la época moderna, nuestra doctrina ya ha dado diferentes soluciones a la cuestión de la principal vía geográfica que podría llevar a la instauración del socialismo internacional. Esto está claramente demostrado en textos fundamentales y deducido de los principios generales del marxismo, el que, hasta ahora, tampoco ha excluido que la evolución general de las formas sociales pueda ser influenciada por luchas que estallen en territorios y pueblos inesperados.
Sin duda alguna, el marxismo es mucho más rico que la doctrina de la hegemonía de los Estados y de las naciones militarmente más fuertes o que están en el primer puesto del saber. Esta ultima doctrina es antideterminista y no cree en el hundimiento final de una o de todas las civilizaciones de hoy, aunque hable continuamente de ello.
Estructura y superestructura
La relación entre infraestructura económica y superestructura política jamás podría haber sido establecida si no hubiesen sido cuidadosamente observados y señalados los fenómenos de la superestructura. Asimismo, la ley de la gravitación universal, que confirman los satélites actuales, jamás hubiese podido ser descubierta si no se hubiese observado el movimiento aparente de los astros y si Kepler no hubiese establecido a partir de éste las reglas y concomitancias correspondientes.
Decir que sustituimos la historia de los Estados y de los pueblos por la historia de las clases no significa que nos limitemos al expediente banal de eliminar a los Estados con una simple patada en el culo, ni que cerremos lo ojos frente a la sucesión de estos Estados, ni tampoco que, como un vulgar presidente de asamblea de charlatanes, demos la palabra a un nuevo protagonista - las clases - sobre cuyo nombre se hace gran alharaca a cada momento, pero cuya parte no tiene dinamismo vital alguno; es más, en esta visión simplista, el protagonista, en el fondo, no son las clases, sino la que ingenuamente se trata como la clase única, elegida, predestinada: el proletariado.
Marx se zafa de la estrechez del utopismo, edición proletaria generosa pero vacía de la metafísica de la historia, con planteos muy diferentes. Simplifiquemos. El historiador convencional se imagina que la historia la hacen los ejércitos, con sus Estados mayores y sus grandes comandantes, pero aquéllos no son más que una prolongación de los Estados políticos y, a veces, la forma organizativa misma que éstos toman. Los Estados no son más que la manifestación y la expresión de la división de la sociedad en clases. Para el marxismo, son determinadas clases las que han organizado su dominación sobre la sociedad y sobre los pueblos. Pero una clase sólo se organiza en un Estado que la expresa, luego de haberse organizado en partido político, es decir, en un órgano destinado a tomar y a organizar el poder, el que, a su vez, es el producto de una serie de luchas sociales provocadas por las relaciones en que esta clase vive y produce. Según esta concepción fundamental de la historia, el que propone a la clase tomar el poder y dirigir el Estado sin recurrir a la forma partido, se parece al que seria capaz de proponer al artesano o al obrero que saque un bloque incandescente de la fragua con las manos y no con las tenazas, o al combatiente que tome la espada por la punta o el fusil por el caño. Esta gente, que se lamenta del peligro representado por el Estado o por el Partido, nos recuerda el dicho cómico, excusa de imbéciles y cobardes: «¡la culpa es del instrumento!».
Sólo lee la historia como marxista quien sabe remontar los eslabones de esta cadena de causas y efectos, de masas humanas en movimiento y de fuerzas motrices, la primera de las cuales es la violencia, partera de la historia. Ejércitos y policías estatales organizados; partido político que dirige la organización del Estado que domina la sociedad; clase que se vuelve protagonista de la historia organizándose en ese partido político, en sus formas y órganos; posición de la clase respecto a las relaciones de producción; conflicto de intereses entre ésta y otra clase y, en general, otras clases, unidas ya sea por dominar o por estar dominadas: he aquí los eslabones de esa cadena que acabamos de recorrer de arriba para abajo. El antagonismo entre dos únicas clases, como a menudo se pretende en forma abusiva, de ningún modo es el resultado obligatorio de esta larga cadena.
La doctrina del materialismo marxista ha sido la primera en clasificar en una serie histórica y causal de tipos, de modelos a las sociedades limitadas (es decir, nacionales, que preferiríamos designar con el término matemático de finitas) que se van superponiendo con una inmensa variedad de situaciones y vicisitudes en este largo proceso de clases que se sustituyen unas a otras en la dirección de la política y de la economía social, de partidos y Estados que expresan el potencial de éstas, de choques entre clases dominantes y dominadas cuyo desenlace es favorable alternativamente a unas y otras, de enfrentamientos entre Estados de diferentes áreas geográficas y origen racial, en los que se liberan grandes masas de energías y que generalmente ocurren, incluso en la misma sociedad indígena, entre Estados que pueden ser dirigidos por clases socialmente afines.
No seria posible hablar de sistema, de concepción marxista del devenir histórico, si no se hubiese logrado establecer por medio de una crítica científica una serie continua de tales modelos, es decir, la gran serie de las formas sociales y de los modos de producción que vincula, como los diferentes arcos de un puente, las primeras formas de vida social del hombre apenas salido de la animalidad a las últimas, de las que hemos deducido científicamente que el porvenir pertenece a la sociedad comunista.
La gran «serie» de los «modos» de producción
El marxismo de ningún modo ignora que los modos de producción que se suceden en las diversas áreas históricas puedan combinarse de las más variadas formas y hasta invertirse unos en relación a otros. Mientras nuestros adversarios se burlan de nuestra certeza de haber encontrado un sentido único a la marcha de la historia, las innumerables escuelas revisionistas que están situadas entre ellos y nosotros (apestando el aire límpido generado por el estallido abierto de los antagonismos) utilizan a diestro y siniestro nuestros criterios, adjudicándonos esquemas falsificados, rígidos y estrechos que no son más que caricaturas risibles de la gran conquista que constituye la dialéctica materialista. Entre estas escuelas, es preciso alinear a las actuales corrientes que niegan la rica fecundidad histórica de los choques de Estados y clases que se producen entre los miles de millones de hombres de los pueblos de color - cuya actividad en estos años es tanto más volcánica cuanto que decepcionante es la pasividad de las sociedades de raza blanca que están empantanadas en la fase más innoble de su historia y de su degeneración social, y que sólo son capaces hoy de dar lecciones de cobardía contrarrevolucionaria y de cinismo existencialista.
El marxismo posee una rica gama de brillantes hipótesis sobre el desarrollo de las sociedades modernas que extrae de su visión unitaria de la «gran serie» de los modos de producción y considera a la revolución como una fuerza capaz de abrirse camino incluso desde el fondo de callejones aparentemente sin salida. Esto salta a los ojos de la lectura de los pasajes y páginas más que clásicos y es confirmado por los Grundisse, magistral boceto del Capital que Marx escribió para él mismo y para nosotros, sin preocuparse de darle una forma aceptable para el lector impregnado de cultura burguesa. El capitulo al que nos referiremos casi íntegramente lleva el titulo «Formas que preceden a la producción capitalista». Este capitulo constituye el desarrollo de la famosa página de la Introducción a la Critica de la Economía política, de 1859, y destinada a dar al publico una primera idea del conjunto de la obra, desarrollo del que poseemos elementos dispersos en diversas obras, como el Manifiesto, El Capital, el Anti-Dühring. En esta página, Marx revela la forma en la que los hombres viven su historia y muestra que el secreto de las revoluciones reside en el antagonismo entre las fuerzas productivas y las viejas relaciones de producción. Las «Formas que preceden a la producción capitalista» nos ofrecen hoy un desarrollo orgánico y potente de esta página, pero ese texto exige de nosotros la máxima atención, pues, en ese trabajo, el orden en el que se suceden las proposiciones y las posiciones no es cronológico, y porque la trama continua de la «gran serie» no se encuentra allí en forma explícita, sino en forma bruta. El gran interés que tiene esta página es que demuestra el teorema de la invariancia de la construcción marxista, cuyo esqueleto primitivo jamás fue modificado por su autor.
Igualmente importante es el hecho de que pasajes y páginas poderosisimas de este texto - que nos es restituido virgen, sin haber sido violado por el trabajo secular de un siglo de sórdidas deformaciones llevado a cabo por indignos seudodiscipulos del Maestro - confirman la polémica de los marxistas integrales contra todos los falsificadores, y, en particular, nuestra polémica de Partido contra el máximo campeón: José Stalin. El marxismo estableció las características de la sociedad comunista deduciéndolas de las de la innoble sociedad burguesa. Las opone unas a otras despiadadamente. Demuestra científicamente que la forma capitalista se deriva de formas anteriores que supera ampliamente en infamia, estando el capitalismo situado en el punto más bajo de la curva de la evolución humana. Quien leyendo lo referido al paso de formas precapitalistas a la forma capitalista no comprenda que responden a los enunciados marxistas sobre el paso del capitalismo al comunismo, no puede pretender ser un comunista o un dialéctico. Ahora bien, ése es el caso de los oportunistas de las diferentes olas que comprenden completamente al revés esos enunciados y se imaginan que el comunismo extrae la mayor parte de esas características de las «conquistas indestructibles de la era capitalista». Es el caso también de los grupitos de la izquierda heterodoxa que a cada paso dejan traslucir el respeto que les inspiran los valores capitalistas de libertad, civilización, técnica, ciencia, potencia de producción, y su sometimiento a esos valores que, tanto para nosotros como para Marx, deben ser barridos con el odio y el desprecio que merecen.
El maravilloso bosquejo
En lo que concierne a la descripción del comunismo y de su advenimiento, nos basta con el texto de 1859 de Marx, que ya tiene un siglo. Efectivamente, allí está descripta la serie de los modos de producción que parte del comunismo tribal primitivo y que desemboca en las formas desarrolladas que se encuentran en el mundo moderno: mercado, capital, salario. No tenemos ninguna necesidad de agregar nuevas armas sensacionales a las «armas convencionales» de la lucha de clase, ya bien afiladas teóricamente desde 1858. No queremos decir con esto que, desde entonces, la historia se haya detenido, sino que continúa hundiéndose en el fango del capitalismo y que ya no tiene nada que enseñarnos en cuanto Partido, a riesgo de escandalizar a los imbéciles.
Este es nuestro teorema central que es la negación de todas las mentiras revisionistas en circulación. No agota un tema que ha sido indignamente deformado, pero nos sirve para clarificarlo y para reforzar su presentación que es el fruto de duros esfuerzos. A riesgo de provocar la furia de los que sólo charlatanean sobre el tema, lo formularemos esquemáticamente: si las formas sociales y los modos de producción hasta el capitalismo integral son en número de n, su número total en la historia será de n+1 y nuestra revolución no es una de esas numerosas formas, sino la forma de mañana, la del futuro.
En teoría, el comunismo se volvería la forma n+2 si apareciese una forma poscapitalista que aún no fuese el comunismo tal como nosotros lo hemos caracterizado con precisión partiendo de las características que distinguen al capitalismo, que nos sofoca por todas partes, de las formas a las que ha sucedido. Si así fuese, el momento de fundar el sistema invariante de la revolución como doctrina, como partido y como lucha, no habría llegado hace más de un siglo.
Afirmar que la forma n+1 es el comunismo, significa expresar simbólicamente una posición que hemos elaborado gracias a análisis históricos y económicos complejos, y que liquida dos aberraciones revisionistas: a) la de stalinismo y, más aún, del post-stalinismo que no considera que todo trabajo asalariado y todo mercantilismo que descansan sobre empresas nacionalizadas es una simple prolongación del capitalismo y, por tanto, una forma social a registrar en el numero n de la serie; b) la del «trotskismo», o mejor aún, la de los que ora invocan a diestro y siniestro, ora comprometen a Trotsky, y que consideran que el socialismo o comunismo será la forma n+2, siendo la forma n+1 la dominación de la clase burocrática.
El principio según el cual los modos de producción precomunistas pertenecen a la misma serie histórica, echa por tierra también toda doctrina que admita la construcción del socialismo en un solo país a partir de la forma n-1, es decir, del precapitalismo feudal, antes incluso de que haya existido un ejemplo histórico del paso de la forma n a la forma n+1, que sólo puede realizarse a escala internacional. Con el rechazo de esta falsa doctrina, cae también la doctrina de las veas nacionales al socialismo, según la cual, de un país a otro, el numero de los términos de la serie puede variar en muchas unidades por encima o por debajo de n.
Es completamente insensato también negar a la revolución nacional-liberal de los pueblos de color su carácter de salto revolucionario constituyéndose en tribunal de fantasía para condenar a estos pueblos a la inmovilidad y a la pasividad hasta que puedan dar el salto stalinista de la forma n-1 a la forma n+1 improvisando una lucha de clases entre proletarios y empresarios capitalistas a partir de nada, es decir, haciéndose inyectar desde el exterior una voluntad de construir el socialismo en el que sólo es posible creer pasándose al stalinismo.
Una de las características de la forma capitalista es el paso del objetivo interno al objetivo externo, es decir, del mercado nacional - que significa independencia nacional, Estado nacional burgués - al mercado mundial, término esencial en la doctrina de Marx. Sin duda, desde que apareció este modo de producción en vastas partes del mundo, el movimiento general se aceleró enormemente y se redujeron los espacios de tiempos necesarios para pasar de una forma social a otra en las diferentes zonas geográficas. En Europa, la revolución burguesa de 1848, que fue apoyada por la clase obrera, se propagó en el espacio de algunos meses de una de las grandes capitales a la otra, y ése es un ejemplo clásico del esquema marxista. A partir de esta época, el aburguesamiento y la industrialización del mundo avanzaron a un ritmo irresistible. Por tanto, lo que siempre llamamos la revolución doble, y que aquí llamaremos brevemente el paso de n-1 a n y luego de n a n+1, se presenta como una eventualidad histórica muy probable, al igual que en Rusia. Pero su condición, a saber, la revolución política y la transformación social en los países de capitalismo maduro, en otros términos, su paso del capitalismo al socialismo, es internacional.
La doctrina de la Izquierda probó que al no haberse producido o al haber sido traicionadas las revoluciones occidentales (es decir, el paso de n a n+1), la revolución rusa tuvo que reducirse a una pura revolución capitalista (es decir, a un paso de n-1 a n). Indudablemente, los efectos de la bancarrota (más bien que de la traición personal) constituida por el stalinismo están allí. Al no ser posible esperar históricamente verdaderas revoluciones comunistas en Occidente, y, por el momento, tampoco en Rusia, porque no existen partidos organizados para la toma del poder sobre la base del programa revolucionario, los países aún precapitalistas tampoco pueden realizar revoluciones dobles, como se podía esperar de Rusia en la época de la primera posguerra, fecunda para Europa.
El resultado internacionalista y revolucionario reside hoy en el hecho de que esos países se desprenden de las formas precapitalistas y dan los primeros pasos en dirección de la forma burguesa que es la revolución nacional. Tanto en esos países como en los occidentales, el proletariado estará ausente como clase mientras adhiera a partidos contrarevolucionarios. En la medida en que esté presente como clase, debe:
a) en el dominio teórico, someter el programa nacional y democrático a una crítica completa, como lo hizo Marx en 1860;
b) en el dominio de la organización, no debe mezclar su organización en partido de clase a las organizaciones pequeño burguesas;
c) en el dominio de la política histórica, es decir, en la medida en que la acción no es burguesamente «cultural» y electoral, sino insurreccional, debe apoyar el derrocamiento de los poderes feudales, aun cuando esto sea llevado a cabo por aquellos a los que Lenin llamaba «nacionalistas revolucionarios» en el II Congreso.
Lógicamente, esta norma vale para todas las insurrecciones de este tipo, incluso y sobre todo cuando son xenófobas, es decir, dirigidas contra los imperialistas blancos, aliados o no a los viejos poderes locales o, incluso, a una burguesía local naciente.
Pretender que la existencia de rivalidades entre los imperialismos, entre los que indudablemente hoy hay que alinear al imperialismo soviético, es una razón para no apoyar a ninguna revuelta de los pueblos de color contra los imperialismos occidentales, constituye un argumento tan estúpido como el empleado en 1914-15 contra el derrotismo revolucionario de Lenín, argumento por el cual se pretendía que golpeando, por ejemplo, al Estado francés, se corría el riesgo de pasar de la dominación de la burguesía francesa a la de la burguesía alemana: ¡clásico oportunismo!
Páginas clásicas
Si ese esquema un tanto grosero no fuese válido, las páginas más importantes de la literatura marxista perderían toda su fuerza y su vigencia.
En el Manifiesto Comunista, la crítica más feroz de toda la superestructura burguesa se alía admirablemente al mayor himno que jamás se haya consagrado a la función revolucionaria de la burguesía:
«La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial acelere prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegación y de todos los medios de transporte por tierra. Este desarrollo influyó a su vez en el auge de la industria, y a medida que se iban extendiendo, la industria, el comercio, la navegación y los ferrocarriles, desarrollábase la burguesia, multiplicando sus capitales y relegando a segundo término a todas las clases legadas por la Edad Media.
Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta a las mas bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a los bárbaros mas fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burgueses. En una palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza.»
Esta descripción de la función de la burguesía es tremendamente dialéctica. Cuando se dice que el odio de los bárbaros se rinde ante la omnipotencia del Capital, en esta lucha, cuyo desenlace es históricamente útil a la evolución general, el comunista no se coloca junto al blanco civilizado, sino junto al bárbaro rebelde.
Si no fuese así,¿ cómo seria posible encontrar un poco más adelante en el Manifiesto, en los pasajes que predicen el fin ineluctable de la civilización burguesa y que describen las crisis de producción cada vez más profundas que conducirán a la revolución, las siguientes palabras, que por si solas bastarían para probar cuán extranos somos a los que admiran el poder de la técnica y de la «civilización mecánica» del industrialismo superproductor?:
«(...) la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada historia, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya al desarrollo de la civilización burguesa y de las relaciones de propiedad burguesas; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno».
Sólo los que sepan seguir estas directivas luminosas de 1848 serán capaces de comprender que, a la vez que exalta la destrucción por el capitalismo de todas las «murallas chinas», por tierra y por mar, Marx condena con indignación los métodos empleados en la guerra del opio y las masacres tristemente famosas de los cinco puertos y de Pekín.
Hoy, tenemos diez, cien veces más motivos aún para odiar a la civilización capitalista. Quien se levante contra ella, aunque esté simplemente armado con la azagaya del mau-mau, es un hermano del proletariado comunista.
SOURCE: «EL PROGRAMA COMUNISTA» N.° 36, OCTUBRE-DICIEMBRE DE 1980 (REUNIÓN DE FLORENCIA, 25-26 ENERO DE 1958)
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