jueves, 22 de septiembre de 2011

EL PARTIDO COMUNISTA DE ITALIA FRENTE A LA OFENSIVA FASCISTA (1921-1924)-programma comuniste-1970-1000

EL PARTIDO COMUNISTA DE ITALIA FRENTE A LA OFENSIVA FASCISTA (1921-1924)

Un excelente comunista que estuvo en el primer plano de la lucha del proletariado italiano contra las bandas de Mussolini en la época “romántica” y pseudorrevolucionaria del movimiento fascista de este país, pero que jamás se dejó atrapar por las fatales sugestiones del oportunismo antifascista, tenía la costumbre de decir que “el peor producto del fascismo ha sido el antifascismo”. Esta ocurrencia es completamente incomprensible para aquellos defensores de una democracia reformadora, pacifista y progresista que viven continuamente en sus sueños insípidos a pesar de todos los golpes que les prodiga la realidad capitalista. Sin embargo, es profunda y verdadera y su sentido no es difícil de descifrar para cualquiera que haya comprendido, por poco que sea, el marxismo. En pocas palabras, significa: la importancia del fascismo ha sido muy limitada históricamente; pero la del antifascismo ha sido mucho más duradera, y mucho más perniciosa desde el punto de vista de los intereses del proletariado revolucionario y del comunismo. Cualquiera que, en 1969, no es capaz de comprender esto, jamás ha comprendido nada no sólo del marxismo revolucionario, sino ni siquiera, más modestamente, de su época.
En sentido propio y estricto, en efecto, el movimiento fascista no ha cumplido más que una función limitada: ha salvado a las burguesías de Italia, primero, de Alemania, después y de países de menor peso mundial, como España, de una espantosa bancarrota política y económica en una época y en circunstancias bien precisas, a saber, la crisis general que, sobre todo en estos países, siguió a la primera guerra mundial. Con ello no queremos afirmar que estas victorias burguesas, estos triunfos aplastantes de las fuerzas de la conservación capitalista no hayan tenido un gran peso en la derrota de la Internacional de 1919 y que tienen poca importancia en el estallido de una segunda guerra imperialista en lugar de la revolución europea y mundial deseada no solamente por Lenin, sino también por todos los comunistas; esto sería negar la realidad. Solamente, hay dos preguntas a plantearse: ¿cómo ha sobrevenido, pues, la victoria burguesa que ha representado el acceso al poder de los partidos fascistas y nazis? pero también y sobre todo ¿cómo es posible que un cuarto de siglo después de la caída de los poderes fascistas, a los que se hecho pasar como el obstáculo – por – excelencia para el triunfo del proletariado, el Capital continúe detentando en todas partes, de modo totalitario, el poder político del que, evidentemente, se sirve en su interés exclusivo? Basta plantearse estas preguntas para entrever el sentido de la humorada arriba citada: la burguesía italiana, y después la burguesía alemana y un cierto número de burguesías menores han podido vencer al proletariado y arrastrar tras de sí a las clases medias que el capitalismo oprime, porque en lugar de tener contra ellas un proletariado comunista templado, no han encontrado más que un proletariado ampliamente “antifascista” que no ha sabido replicar a la violencia capitalista con su violencia proletaria y apoderarse del poder a tiempo. Sobre todo – puesto que de todos modos, no es ni el proletariado italiano ni el proletariado alemán los que podían hacer la historia del siglo XX por sí solos, y que, evidentemente, es el proletariado europeo y mundial el que está en juego – si el capitalismo sigue dominando es porque este proletariado no ha llegado aún a reivindicar su propia dictadura revolucionaria porque está bajo la misma influencia política que la que ya permitió su aplastamiento en los años 21-33, a saber, el apego persistente a las aparentes concesiones económico-sociales que él espera de la forma democrática, pero que se imagina abolidas por un poder fascista declarado. En otros términos, veinticinco años después de la caída de los Mussolini y de los Hitler, los proletarios del mundo son más “antifascistas” (antifranquistas, antigaullistas, anti-…. una multitud de nombres de politicastros burgueses colocados en este mismo amplio saco) que comunistas revolucionarios. En eso estriba todo. Y mientras no se produzca una profunda transformación de esta mentalidad política, la lucha anticapitalista seguirá en punto muerto, a pesar de todas las ridículas jactancias de la democracia socializante.
Es evidente que este estado de espíritu del proletariado tiene causas profundas que no tenemos que examinar aquí en detalle, pero es cierto que también está hecho de prejuicios que el simple conocimiento de los hechos históricos bastaría para echar por tierra si los partidos oportunistas no intentasen con todas sus fuerzas hacerlo inaccesible a la masa obrera ya sea a través de la demagogia, ya sea guardando simplemente silencio acerca de las grandes luchas proletarias pasadas. Por esta razón es por la que el informe que sigue a continuación acerca de el Partido comunista de Italia frente a la ofensiva fascista (informe presentado en una reunión general del partido) tiene un gran interés político, y no solamente “cultural”, si empleamos el insoportable argot burgués moderno. Este informe demuestra efectivamente, sobre la base indiscutible de los hechos y de los textos, algunas verdades demasiado olvidadas: el verdadero sepulturero del proletariado italiano no ha sido tanto el movimiento fascista, como la socialdemocracia que, frente a las violencias de las bandas negras, jamás ha sabido hacer otra cosa que invocar el respeto de la legalidad. El fascismo mismo no ha triunfado únicamente por la violencia, sino también por una demagogia reformista a la que los reformistas de la IIa Internacional no tenían sino demasiado acostumbrado al proletariado. Finalmente, la única fuerza en el mundo que, sin mentir desvergonzadamente, puede dar testimonio de una lucha efectiva – a la vez política y militar – contra el fascismo, de una lucha puramente proletaria y liberada de las todas las influencias burguesas y oportunistas, es el Partido comunista de Italia que en aquella época se encontraba precisamente en las manos de nuestra corriente. En otros términos, es precisamente la única sección de la Internacional comunista que se haya resistido enérgicamente a las concesiones excesivas que hacía la dirección de la Internacional comunista al antifascismo de tipo democrático (concesiones a las que está desgraciadamente ligado para siempre el nombre del desdichado Zinoviev) y que haya denunciado los peligros oportunistas que esto hacía correr al movimiento comunista; que ha conducido también una lucha coherente, pertinaz, llena de abnegación también contra las miserables bandas negras del fascismo italiano. Si ella fue vencida, esto dependió de circunstancias más fuertes que la voluntad del mejor partido revolucionario. Al menos, ella no fue liquidada políticamente, como desgraciadamente fue el caso de todos los partidos comunistas del mundo, que finalmente han caído en una defensa pura y simple de la democracia. No es una casualidad. Pues sólo su modo marxista y revolucionario de llevar y de dirigir la lucha vital contra el movimiento fascista le ha evitado, entre 1939-45, la adhesión a la guerra imperialista, es decir, la mortal traición al internacionalismo proletario que ha puesto el punto final, para demasiados largos años, al intento del proletariado europeo y mundial de organizarse en Partido comunista internacional, condición indispensable de la victoria sobre el Capital al que el antifascismo ha asegurado una supervivencia tan prolongada.
NATURALEZA DEL FASCISMO

Nuestra tesis de Partido sobre el fascismo es que éste constituye un método de gobierno al que la burguesía recurre cada vez que las masas, radicalizadas por la crisis del capitalismo, ya no se dejan engañar por las mentirosas fórmulas de libertad, igualdad, democracia y se muestran decididas a apoderarse del poder. El fascismo no es, pues, una excrescencia patológica, algo exterior al régimen burgués, o, peor aún, un retorno al régimen que ha precedido al triunfo de los “principios sagrados” de la revolución francesa. Es uno de los métodos posibles de gobierno de que la burguesía se sirve cada vez que el método democrático ya no consigue asegurar su dominación de clase, a pesar de sus promesas de igualdad y de su influencia corruptora sobre las capas superiores del proletariado. Que este método de gobierno se llame fascismo o nazismo o que tome las formas más provincianas y atrasadas del falangismo, o las más paternalistas del corporativismo de Salazar o, en fin, la forma primitiva y grosera del golpe de estado militar, como en Grecia en 1967, en substancia sigue siendo el mismo.
Aquéllos que, como los comunistas de Italia en los años 1919-1922, han asistido al desencadenamiento de la reacción burguesa y han visto con sus propios ojos las fortalezas proletarias (periódicos obreros, Bolsas del Trabajo, Casas del Pueblo) primeramente atacadas y ocupadas por las fuerzas de policía regulares del Estado, después invadidas e incendiadas por las escuadras fascistas, ¡aquéllos no han podido dudar que el fascismo fuese el hijo legítimo de la burguesía! Ellos han reconocido siempre en él un método político de la clase dominante muy fácil de identificar en las ciudadelas financieras, la magistratura, las fuerzas represivas, la prensa y el Parlamento mismo. Ellos no han dudado jamás que a escala histórica, los dos métodos fascismo y democracia, intercambiarían sus experiencias respectivas, convergiendo en el empleo de todos los medios posibles para defender la dominación de clase de la burguesía, y distinguiéndose el uno del otro únicamente por una “dosificación” diferente de estos medios a imputar a la dinámica de la lucha de clase y no a voluntades individuales ni siquiera colectivas. El hecho es que el fascismo ha hecho suya la demagogia del reformismo y de la democracia socializante para ponerlos al servicio de un intento de organización general y centralizada de la clase dominante, mientras que la democracia postfascista ha heredado todo el arsenal represivo del fascismo y sus métodos de intervención en el dominio de la economía, aun restableciendo la ficción secular del gobierno representativo, de la libertad de los ciudadanos, de la fraternidad de las clases y, bien entendido, del Estado, “bien común de todos”. Por lo demás, el imperialismo, fase suprema del capitalismo no podía tener otros efectos políticos que aquel.
Dicho esto, el fin del presente informe (1) es mostrar que los hechos históricos de los lejanos años 1919-1924 han probado la perfecta confluencia de todas las fuerzas políticas, tanto democráticas como fascistas, de la burguesía para la defensa de su dictadura de clase, y hacer aparecer la oposición que existe entre la actitud del joven Partido comunista de Italia de aquella época y el sabotaje reformista de luchas proletarias con frecuencia heroicas, los llamamientos quejumbrosos de los maximalistas a la “pacificación”, “al retorno al orden y al derecho” y otras infamias parecidas. El Partido Comunista fue, efectivamente, el único en plantear audazmente la cuestión del fascismo en sus verdaderos términos llamando los proletarios revolucionarios a aceptar el desafío burgués y responder a la violencia con la violencia, a la lucha armada con la lucha armada y a defenderse preparándose para pasar a la ofensiva desde el momento en que lo permitiese la relación de fuerzas. En la situación de 1920-22, que desgraciadamente no le era favorable, la clase obrera de Italia se echó varias veces a la calle, bien decidida a batirse, y cada vez, el Partido Comunista proclamó claramente que el enemigo a aplastar era el conjunto del aparato de represión y de explotación de la clase dominante cuyos tres pilares eran la democracia, el fascismo y el reformismo.

LA “CONTRARREVOLUCIÓN PREVENTIVA”
MADURA A LA SOMBRA DE LA DEMOCRACIA

De ningún modo es la aparición de las camisas negras de Mussolini, sino muy al contrario todo lo que hay de aparato legal del Estado democrático lo que ha permitido a la burguesía italiana, apoyada por otro lado por la burguesía internacional, superar la prueba que siguió, para ella, a la primera guerra mundial bajo la forma de una gran oleada de agitaciones y de huelgas. Si a esta situación de amenaza para ella sucedió una desmovilización de la clase obrera, de ningún modo fue gracias a las fuerzas “ilegales” del fascismo sino gracias a los métodos perfectamente legales de los que la burguesía italiana se había servido siempre con éxito desde la constitución del Reino, estando, por otro lado, su Estado perfectamente preparado para adjuntarle los métodos violentos en caso de necesidad, sin intentar siquiera ocultarlo.
Los proletarios que en los años 1919-20 lucharon en la calle, en las fábricas y hasta en los campos, se enfrentaron primeramente a los ejércitos regulares de la democracia que los trataron a golpe de fusil. El Estado disponía ya de los carabineros, de la policía y del ejército (en ciertos casos ¡intervinieron la marina y la aviación mismas!), pero habiéndose revelado estos cuerpos insuficientes después de la guerra, a pesar de que fueron reforzados, Nitti creó una guardia real que le permitió no solamente reforzar más el Estado, sino encuadrar a esas bandas inquietas y amenazantes de desmovilizados y de aventureros que pululan siempre después de las guerras, armándolas para que vertiesen sobre los obreros y los campesinos en lucha sus propios rencores y frustraciones de fracasados. Es, pues, bajo las balas de las muy democráticas fuerzas del orden que los obreros han caído a principios de 1919, prueba de que la primera oleada, que fue decisiva, de represión antiproletaria vino de un gobierno (o, mejor, de una serie de gobiernos) estrictamente democrático-liberal, o, como se diría hoy, “progresista”. Este gobierno sabía que podía contar con el apoyo de los jefes sindicales y de los reformistas del Partido socialista de Italia así como con la inconsistencia de los maximalistas, y es en perfecta lógica burguesa como la represión democrática fue acompañada de toda una demagogia de “medidas de previsión social” (precio político del pan, planes de reforma agraria y, en fin, control sobre la industria), pero sobre todo, del habitual llamamiento a las urnas, tan eficaz desde siempre para adormecer a las masas: elecciones generales del otoño de 1919, elecciones municipales y provinciales un año más tarde, elecciones generales, nuevamente, en otoño de 1921. Nitti y Giolitti se alternaban en el poder, en espera de cederlo al ex – socialista Bonomi, como ocurrió después de la elección de mayo de 1921. Un documento de P.C.I. de 1923 nos recuerda que el primero había aumentado hasta 65.000 el contingente de los carabineros y a 35.000 el de los aduaneros, que había equipado 45.000 guardias reales y reforzado la red de espionaje interior. El segundo puso en fila al ejército cuando los acontecimientos de Ancona. Sus tarjetas de demócratas estaban, pues, perfectamente en regla y es a justo título que hoy se los considera como los padres de la República italiana. El blasón de la democracia, ¿no está adornado a la vez de la papeleta de voto y del fusil?
El proletariado se batió con una energía incansable. Mientras que las fuerzas represivas del Estado restablecían poco a poco el orden y se hacían nuevamente con el control de una situación que había parecido desesperada a la burguesía, los “éxitos” (se podría incluso decir los triunfos) electorales conseguidos al desviar energías preciosas de la lucha armada para dispersarlas en las batallas legales, despertaron entre los obreros la ilusión de que después de la terrible hemorragia que acababa de sufrir, la victoria de su clase estaba próxima y el poder al alcance de la mano. En realidad, es precisamente respondiendo a los llamamientos del electoralismo parlamentario como la clase obrera de Italia se expuso material y moralmente desarmada a los golpes del adversario.
En 1920, el proletariado estaba ya reducido a una actitud defensiva cara a un enemigo consciente de haberle arrancado de las manos las armas de la victoria. Cuando en septiembre de 1920, las fábricas fueron ocupadas, Giolitti no tuvo necesidad de recurrir a la fuerza, método por el que no sentía, no obstante, ninguna repugnancia puesto que lo había aplicado siempre con un perfecto cinismo en el curso de su larga carrera (2). El sabía efectivamente que ni la C.G.T ni el Partido socialista querrían correr el peligro de empujar el movimiento a sus últimas consecuencias, que descargarían el uno sobre el otro la pesada responsabilidad de dirigirlo.
Un comunicado conjunto de estas dos organizaciones, que fue publicado a principios de septiembre, amenazaba con dar por objetivo al movimiento “el control de las empresas para llegar a la gestión colectiva y a la socialización de toda forma de producción”; pero esta amenaza estaba sometida a una reserva, destinada a dar seguridades a la burguesía: “en el caso en que, a causa de la obstinación del patronato o de la violación de la neutralidad por el gobierno, no se llegase a una solución satisfactoria del conflicto”. El gobierno cogió, pues, el ramo de olivo que se le había tendido tan oportunamente: eligió la “neutralidad”; en lugar de lanzar las fuerzas del orden al asalto de las fábricas ocupadas, prometió ejercer él mismo, por cuenta del Estado, “el control de la producción”, previendo sin esfuerzo que la clase obrera, privada de dirección y no orientada hacia la toma del poder, encerrada en los límites estrechos de la fábrica e impedida por sus direcciones políticas y sindicales para salir de ella, agotada ya por dos años de luchas sangrientas, cedería por asfixia. En cuanto a sus dirigentes, que se declaraban deseosos de conseguir “una mejora de las relaciones entre patrones y obreros y un aumento de la producción”, la perspectiva de elecciones administrativas bastó para que se les hiciera la boca agua…
La lucha final no tuvo lugar (pero tampoco el…control de la producción, prometido simplemente para calmar los espíritus) porque aquellos que habrían debido atacar fueron impedidos por los malos pastores y por el Estado, el cual, desde lo alto de su “neutralidad” esperó tranquilamente que le fuesen entregadas las armas finalmente. No hubo, pues, ni siquiera una de esas derrotas en el terreno de la lucha de clase abierta que dejan en el proletariado huellas profundas y son gérmenes de reanucación y de victoria revolucionaria. Hubo una derrota sin combate, la más desmoralizante de todas porque es la peor prueba de impotencia.
Es entonces, y solamente entonces, en el curso de la terrible oleada de reflujo que siguió al movimiento de ocupación de las fábricas cuando las bandas fascistas entraron en acción. Naturalmente no apuntaban a descartar una amenaza proletaria inmediata, puesto que ésta había dejado de existir, pero querían impedir al proletariado vencido que volviese a levantar la cabeza. Comprendían efectivamente muy bien que éste no había perdido nada de su combatividad y de su espíritu de sacrificio (la continuación de los acontecimientos lo probará) y que los problemas a los que la clase dominante era incapaz de dar una solución no podían dejar de plantearse de nuevo a continuación con más fuerza y urgencia que nunca.
Después de la muy eficaz represión democrática “normal”, se necesitaba, pues, lo que se ha llamado una “contrarrevolución preventiva”. Cuando ésta se produzca, habrá sido favorecida, respaldada y legalizada por los autores de la “estabilización” del régimen en 1921-22, es decir, por el Estado, los partidos de la democracia burguesa y el reformismo.

EL PRINCIPIO DE LA OFENSIVA FASCISTA.
DOS TESIS FALSAS SOBRE EL FASCISMO

La ocupación de las fábricas cesó en la segunda mitad de septiembre de 1920; las elecciones administrativas siguieron en octubre. Los dos años de ofensiva de las escuadras fascistas comienzan en realidad en noviembre en Bolonia (3): el 4, los fascistas asaltan la Bolsa del Trabajo; el 21, se desarrollan los acontecimientos del palacio de Accursio en Bolonia (4) . El movimiento nace, pues, en una zona agrícola y presenta desde el principio la fisonomía y la composición social que le caracterizarán durante toda su “escalada” contra las fortalezas proletarias: escuadras volantes reclutadas en las pequeñas ciudades de provincia y en las filas de una pequeña burguesía famélica y desquiciada o, mejor, de capas colocadas por debajo de la pequeña burguesía: soldados de aventura, antiguos miembros de la expedición de Fiume y ex – representantes del arditismo (5) de guerra, elementos sin dinero de la capa media, pequeños intelectuales en busca de gloria y de prebendas, etc….Desplazándose de una localidad a la otra con la “rapidez de maniobra” que les permitía no el genio táctico y estratégico de sus jefes, sino la connivencia abierta del Estado, este movimiento siempre tuvo como objetivo las ciudadelas obreras (Bolsas del Trabajo, sedes de los partidos y de los sindicatos, círculos proletarios, cooperativas, etc…) y choca con un solo enemigo: los obreros organizados de las ciudades y de los campos; por el contrario, puede contar con la benevolente neutralidad del Estado e incluso, lo más frecuentemente, con su apoyo total.
El hecho de que la ofensiva antiproletaria armada e “ilegal” haya partido de una zona agrícola y que sus autores hayan salido esencialmente de las clases medias ha dado una apariencia de fundamento (pero solamente una apariencia) a dos interpretaciones, ya distintas, ya mezcladas, pero tan falsas la una como la otra. Según la primera, el fascismo representaba una regresión hacia los métodos de la reacción precapitalista clásica que los propietarios terratenientes de tipo feudal habrían impuesto al ala “progresista” de la burguesía, encarnada por los industriales; según la segunda, era un intento extremo y logrado de las capas medias de organizarse para una revolución que obedecía a su ideología particular y pretendiendo fines independientes.
Estas dos interpretaciones han hecho en el campo proletario estragos cuyas consecuencias sufrimos todavía hoy. En aquella época se las encontraba no solamente en la prensa burguesa “de izquierda” o en la prensa reformista, sino también en la del Ordine nuovo (6), y más especialmente en Gramsci, el cual, cuando sus primeros pasos en el joven Partido comunista de 1921, todavía le costaba trabajo comprender que el poder de Estado es siempre, cualquiera que sea la forma que revista, un órgano de la dictadura de clase de la burguesía (7).
Dos citas de Gramsci bastarán para ilustrar los dos aspectos arriba mencionados de la interpretación no marxista del fascismo. La primera afirma:
“Gracias al declive del Partido socialista después de la ocupación de las fábricas, la pequeña burguesía ha reconstituido militarmente sus cuadros y se ha organizado a escala nacional con la rapidez del relámpago, bajo el empuje del estado mayor que la había utilizado durante la guerra. Simple juguete en las manos de este estado mayor y de las fuerzas más retrógradas del gobierno, la pequeña burguesía urbana se ha aliado a los propietarios terratenientes y ha destruido por cuenta de ellos la organización de los campesinos”. (Ordine nuovo, 2 de octubre de 1921).
La segunda decía esto:
“La burguesía industrial ha sido incapaz de frenar el movimiento obrero, y tan incapaz de controlar este movimiento como el movimiento revolucionario de los campos. Es por eso por lo que la primera consigna del fascismo después de la ocupación de las fábricas ha sido la siguiente: los rurales deben controlar la burguesía urbana que no ha mostrado bastante energía con los obreros…Anticapitalistas en su origen, después ligadas al capital, pero no completamente absorbidas por él, las clases rurales son las que han organizado el Estado en las diferentes ¿????, poniendo en su actividad reaccionaria toda la ferocidad y el implacable espíritu de decisión que les ha caracterizado siempre”. Y Gramsci concluye: “Con el fascismo, asistimos a UN FENOMENO DE REGRESIÓN HISTÓRICA” (Discurso del 16-5-1925 en la Cámara de los Diputados).
La Izquierda marxista ha refutado teóricamente esta doble tesis mostrando que “los grandes rurales” era una noción puramente metafísica y que esta pretendida “categoría” se descomponía, por un lado, en propietarios de grandes empresas agrícolas capitalistas y, de otra parte, en propietarios terratenientes absentistas que sólo una sociología bastarda podía considerar como “barones feudales”. Ella mostró igualmente que los primeros pertenecen de derecho a la clase burguesa dominante y que los segundos se han integrado desde hace mucho tiempo en el mecanismo capitalista, viviendo en perfecta simbiosis con él, y a su remolque. Ella ha denegado igualmente toda existencia autónoma y toda capacidad de iniciativa política y social a la pequeña y media burguesía: ¿es necesario recordar a este respecto “Las luchas de clases en Francia” y “El Dieciocho Brumario” de Marx?
Dejando de lado todas las consideraciones teóricas, las dos tesis en cuestión han sido desmentidas tanto por los hechos de 1919-24 como por sus precedentes históricos. En lo concerniente a los precedentes, la gran burguesía “progresista” (tanto agraria como industrial) se ha mostrado dispuesta desde principios del siglo “a una apertura en dirección de las organizaciones obreras dirigidas por los reformistas”. Adulando “al pueblo”, reformadora, en pocas palabras, giolittina, ha mantenido firmemente en sus manos las riendas del Estado democrático-burgués y ha hecho cara victoriosamente y en persona, y sin retornos obscurantistas de la reacción, al asalto proletario, utilizando a la vez adulaciones y violencias. Durante los años cruciales que han seguido a la guerra, no ha hecho más que llevar a la perfección este arte sutil del gobierno. En lo que atañe a los hechos, los del 1919-24, es decir, los de la ofensiva fascista, son tan fáciles de descifrar como un diagrama, y nos es necesario resumirlos antes de entrar en lo vivo de nuestro tema que es la lucha del joven Partido comunista en estos años duros.

CURSO REAL DE LA “ESCALADA FASCISTA”

Si, como acabamos de ver, la ofensiva fascista comenzó a finales de 1920 en las zonas rurales del Norte, en tanto que movimiento organizado, el fascismo data de 1919 y nace en las ciudades, o mejor dicho, en la metrópoli lombarda, corazón de la alta finanza, de la gran industria y del gran comercio, y de ningún modo en las profundidades de campos todavía bárbaros, en nuevas Vendées. Es allí, en Turín, donde se encuentra el centro que en 1915 ha movilizado la juventud pequeñoburguesa intervencionista en favor y al servicio del gran Capital; y es también Turín la cuna del reformismo obrero.
El fascismo, pues, no solamente ha sido incubado, sino ampliamente alimentada por el gran capital, y aprovechando la experiencia política aquellos que lo han patrocinado, nace con un programa que no prevé únicamente el uso de la violencia (esta violencia tardará en manifestarse y no lo hará al principio más que de modo esporádico y bajo formas “no autorizadas”), sino también y sobre todo REFORMAS. Si basta reclamar reformas anticlericales, pedir la abolición del Senado o declararse contra la monarquía para ser “progresista”, entonces el fascismo estuvo desde su nacimiento a la vanguardia de todo progresismo, comprendido el de los “comunistas” italianos de hoy, pues sabía bien que era el único medio de atraer hacia sí, además de una fracción de la aristocracia obrera, los pequeños burgueses insatisfechos y los “intelectuales” que expresan las aspiraciones de estos últimos y que lejos de movilizarse y organizarse por “sí mismos”, son siempre movilizados y organizados por otros.
El fascismo nace, pues, en las ciudades, pero se extiende enseguida a los campos y conquista a los “rurales”. ¿En qué zonas? Pues bien, precisamente en las zonas de agricultura netamente capitalista como el valle bajo del Po, la Emilia, la Romaña, que durante más de cincuenta años fueron el teatro de las luchas de los obreros agrícolas, es decir, de puros asalariados, y de las represiones feroces que ejerció contra ellos un patronato plenamente burgués y totalmente desembarazado de toda huella de “feudalismo”. En su origen, el fascismo no existe en las pretendidas tierras de elección de los “barones feudales”, como la Italia del Sur, y si nace y se desarrolla en ellas rápidamente, es sólo en las zonas en que, como en la Pulla, las relaciones de producción son modernas relaciones entre capital y trabajo asalariado y en donde las relaciones sociales están fundadas sobre el antagonismo que oponen estos últimos. La gran burguesía industrial y la gran burguesía terrateniente se ayudan mutuamente a organizarse, tan aptas la una como la otra para utilizar la violencia, o, al contrario, para jugar al “progresismo”, e igualmente listas a dividirse hábilmente el trabajo para mejor defender su patrimonio común. ¡En ninguna parte, pues, se ve a “agrarios” que controlen a los industriales urbanos!
De las zonas capitalistas del Norte, la ofensiva fascista (que hay que distinguir del movimiento mismo) está determinada por razones puramente tácticas: su verdadero objetivo estratégico son las grandes aglomeraciones proletarias, particularmente las del triángulo industrial Lombardía-Liguria-Piamonte, y naturalmente la capital política del Reino. La “escalada” hacia estos objetivos no deja de partir por eso de las zonas obreras menos defendidas, campos en donde el proletariado está disperso, pequeñas ciudades de provincia en donde es más fácil movilizar a la chusma pequeñaburguesa para expediciones-relámpago aventuradas y zonas en donde es relativamente fácil levantar la una contra la otra a las diferentes categorías de que se compone el campesinado. Es así como en la región de Ferrara los fascistas comienzan desde 1920 a ocupar y a repartir las tierras, buena táctica para romper la peligrosa alianza entre pequeños cultivadores o aparceros y asalariados agrícolas; las zonas en donde las concentraciones obreras no están defendidas y en donde los asalariados, muy fuertes cuando se echan a la calle, son vulnerables en tanto que ciudadanos diseminados y aislados; las zonas en que el freno del reformismo a la Prampolini, “milanés” de elección, hace contrapeso al vigoroso impulso de los obreros agrícolas. En todas estas regiones, la burguesía cuenta con matar dos pájaros de un tiro; ella tiene buena memoria: sabe qué peligroso enemigo puede ser el proletariado agrícola y cuánto inquieta a los grandes propietarios terratenientes su espíritu de rebelión. Es por eso por lo que la ofensiva parte de allí, es por eso por lo que ella ataca sin piedad a su adversario de clase en campo raso para volver, cubierta de laureles, a las ciudades y allí desembarazar el terreno de su enemigo implantado en las fábricas y los barrios obreros.
Cobarde como siempre, la burguesía italiana no osa atacar prematuramente las fortalezas proletarias que son los barrios obreros de las grandes metrópolis industriales, ni siquiera los barrios populares (pero con fuertes infiltraciones obreras), de la muy burguesa ciudad de Roma. Le harán falta dos años para llegar a ello, no sin haber asegurado previamente su retaguardia, es decir, haber roto la resistencia obrera en las provincias y los campos. Cuando por excepción, intentará hacerlo, como fue el caso al principio, en Turín, en Milán, en Génova y en Roma, deberá batirse en retirada precipitadamente, curar sonadas heridas y contar sus primeros muertos. De Emilia y de Romaña, así como de la Baja Lombardía, tendrá las más grandes dificultades en ganar el Sur, el Norte y el Noroeste. Si puede desencadenarse en Toscana, provincia combativa incluso en los campos, es porque esta región es también una reserva casi inagotable de pequeños burgueses desclasados y carreristas; penetrará en las Narcas, en Umbría, en el Lacio, apuntando siempre el mismo objetivo: los círculos obreros, las Bolsas del Trabajo, las sedes del partido comunista e incluso, aunque en menor medida, socialista, la redacción de los periódicos proletarios, los militantes aislados. Y cuando las plazas fuertes del proletariado hayan caído es cuando Mussolini recibirá como prima su “marcha sobre Roma”…en coche-cama, y entonces todas las fracciones de la burguesía le proveerán subsecretarios y ministros.
En el curso de todas estas maniobras de envolvimiento, es la contrarrevolución gran-capitalista la que avanza y la que, haciéndose un escudo con el cuerpo de los pequeños burgueses, se abalanza contra el único enemigo: las organizaciones obreras.
Las ciudades y las localidades son invadidas o tomadas por asalto las unas detrás de las otras: Ferrara cae el 20 de diciembre de 1920, Módena el 24 de enero de 1921, Trieste el 8 de febrero (el “Lavoratore” es destruido); a finales de febrero, le toca el turno a Minervino, Murga y Bari; el 27-29, a Florencia en donde es asesinado Spartaco Lavagnini, militante comunista y dirigente sindical; el 1º de marzo, es el turno de Empoli; el 4, es Siena; el 22-26, Perusa y Terni; el 31, Lucca; el 2 de abril, Regio; el 12, Prato, Foiano del Chiana y Arezzo; el 19, Parma; el 20, Mantua; el 22-23, Placencia; el 2 de mayo, Pisa; el 5, Nápoles. Mientras que las Bolsas del Trabajo, las sedes de los sindicatos, las redacciones de periódicos y las sedes de los partidos obreros arden, y mientras que obreros y campesinos se baten como leones, infligiendo al enemigo pérdidas superiores a las suyas, en pocas palabras, mientras que toda la península es puesta a sangre y fuego y mientras que las clases se enfrentan en un duelo a muerte, se oye pregonar una vez más la inevitable consigna: ¡a las urnas! Del arsenal de la democracia, Giolitti saca ahora la carta maestra de las elecciones políticas.
Después de esto, ¿se sostendrá todavía que la “reacción agraria” forzó la mano al “progresismo democrático” de los industriales, apoyándose sobre los “elementos más retrógrados” colocados a la cabeza del Estado? En realidad, a la cabeza del Estado se encuentra la democracia reformista de Giolitti: es ella la que, en las elecciones administrativas de 1920, formó bloque con los fascistas; es ella la que, en los conflictos entre camisas negras y obreros, interviene invariablemente para ayudar a los primeros a vencer. Después de las masacres de Ferrara, es Giolitti el que ordena “desarmar” la provincia de Emilia; policías y carabineros hacen una amplia cosecha de armas escondidas en las casas de los obreros y de los campesinos, pero sobre las de los fascistas cierran los ojos. En Florencia, en el curso de tres jornadas de batallas muy violentas, no son las camisas negras sino las divisiones blindadas del ejército y los carabineros quienes rompen la resistencia heroica de los proletarios del barrio de los Scandicci. En Empoli, en Signa y en Prato, ciudades decididas a no ceder, los fascistas encuentran un asilo cómodo en los cuarteles. En Pisa, es el general que manda la división el que ordena arremeter a cañonazos contra la puerta de la Bolsa del Trabajo que los obreros se negaban a abrir. Y, por su parte, la magistratura no pronuncia condena más que contra la izquierda.
Agotados por dos años de tempestades, dejados sin defensa por el Partido socialista, solos contra toda la coalición burguesa, los obreros se baten con una audacia “increíble”. Sorprendidos en Bolonia, ellos contraatacan en Ferrara, en Módena, en Florencia. En la Pulla, los obreros agrícolas levantan palizadas y barricadas contra los viejos policías de Ciolitti y sus hijos y nietos transformados en camisas negras. Después de la fundación de el Partido Comunista en Liorna en enero de 1921, las organizaciones militares de las juventudes comunistas no se contentan ya con acciones defensivas: ellas atacan. Los obreros ya no cuentan sus muertos, pero los burgueses hacen el balance y constatan que, contrariamente a todas sus esperanzas, este tiende a hacerse negativo. Es el momento, o jamás lo habrá, de hacer una pausa para adormecer al adversario y reconstituir sus fuerzas: la ocasión será suministrada por las elecciones.
Como se ve se trata de una cosa completamente distinta de un “retorno al régimen anterior a la revolución burguesa y sus principios sagrados”. Y la significación de los acontecimientos cuyo desarrollo real acabamos de describir desde el principio no está en la oposición de la “democracia industrial progresista” y de la “reacción agraria feudal”, y menos aun de la “revolución de la pequeña burguesía”, sino en la oposición entre la dictadura de la burguesía y la del proletariado, dilema planteado internacionalmente por el fin de la guerra e inscripto en letras de fuego en la realidad histórica.

FUNDACIÓN DEL PARTIDO COMUNISTA EN LIORNA

NECESIDAD HISTÓRICA DE LA ESCISIÓN

Los acontecimientos evocados más arriba forman el telón de fondo de la escisión del viejo partido socialista, que se produce en Liorna en enero de 1921. De esta operación quirúrgica, reclamada desde hacía mucho tiempo por la izquierda, el joven partido comunista sale armado con un programa que converge con el de los bolcheviques en todas las cuestiones fundamentales, como apareció claramente desde la revolución de octubre y durante toda la guerra y puede ya hacer un balance positivo de su lucha encarnizada contra el reformismo.
Este joven Partido Comunista no tiene ninguna clase de duda sobre la naturaleza de la democracia: “las relaciones de producción actuales proclama, están protegidas por el poder burgués que, fundado sobre el sistema representativo de la democracia, constituye un órgano de defensa de los intereses de la clase capitalista.” (Programa de Liorna, Punto 2).
Tampoco tiene dudas sobre el hecho de que la ofensiva armada del fascismo constituye simplemente la manifestación más evidente del “dilema infranqueable” planteado por la guerra y la paz burguesa a los “proletarios de Italia y del mundo entero: o dictadura de la burguesía, o dictadura del proletariado”. Inmediatamente después de su constitución proclama:
“Trabajadores, cualquiera que quiera arrastraros por otros caminos y convenceros de que la destrucción del aparato de Estado no es el UNICO medio de salvar las innumerables víctimas del capitalismo cualquiera que os desarme moral y materialmente hablándoos de acciones pacíficas mientras que la burguesía se prepara manifiestamente a la lucha armada y toma la ofensiva contra vosotros; cualquiera que os hable así traiciona conciente o inconscientemente la causa proletaria y no es más que un servidor de la contrarrevolución”. (manifiesto para la manifestación del 20 de febrero de 1921).
La izquierda marxista italiana no había sufrido, sino muy al contrario, querido, la escisión por razones a la vez teóricas y prácticas. En aquellos meses de reacción burguesa desencadenada, estaba efectivamente mucho más claro que nunca que la unidad del partido socialista, rabiosamente defendida por el centro maximalista de Serrati, significaba en realidad una capitulación ante la derecha de Turati. Semejante unidad no podía más que privar a los proletarios que se batían a cuerpo descubierto en la calle de toda dirección conciente, enérgica y centralizada. Esta falsa, esta mentirosa, unidad
con reformistas abiertos o enmascarados no podía ser más que una cadena en los pies de la heroica clase obrera de Italia, comprometida en una lucha desigual no solamente con las fuerzas “irregulares” del fascismo, sino con las fuerzas regulares del Estado democrático: hacía falta, pues, ante todo romper esta unidad para que esta resistencia desesperada llegase a buen término y sobre todo para que, llegado el momento, triunfase la contraofensiva proletaria.
La izquierda no se preocupaba de ninguna manera por perder tal o cual municipio (aunque fuese el municipio tradicionalmente “rojo” de Bolonia) en la operación, pues evidentemente no es allí donde podía decidirse la gran batalla de clase entablada. Pero inmediatamente después de los acontecimientos del palacio de Accursio en Bolonia, el órgano de la fracción comunista del P.S.I., IL Comunista, sacaba la lección de los hechos en su número del 5 de diciembre de 1920: “los acontecimientos de Bolonia, en donde la burguesía ha adoptado una actitud audazmente agresiva tanto en sus organizaciones regulares como irregulares… pueden ser explotados, y efectivamente lo son, en favor de la tesis unitaria: nosotros somos atacados, cerremos filas para defendernos. Semejante interpretación de la lección, no obstante elocuente que acaba de dársenos es perfectamente equivocada, y aún absurda. La unidad del partido existe todavía; incluso ha sido completada durante la campaña electoral, y sin embargo, la clase obrera no ha conseguido defenderse; ¿por qué? Por una razón muy sencilla: la unidad formal puede ser un frente único para las conquistas electorales: no lo es para la acción defensiva y, menos aún, ofensivas. El partido constituido y entrenado para acciones pacíficas tradicionales se muestra completamente inepto ahora que éste estadio está superado y que la situación nos pone ante necesidades completamente distintas. La enseñanza a sacar de este hecho es que la coexistencia entre derechas e izquierdas en el mismo partido es mortal. Cuando tengamos un partido homogéneo y compacto, capaz de acciones violentas a la vez ofensivas y defensivas; capaz de preparar moral y materialmente estas acciones en pleno acuerdo y con toda conciencia para evitar las sorpresas o las retiradas tras el golpe, puede que perdamos municipalidades. (Por ejemplo, la de Bolonia) porque seamos poco numerosos o sino las perdemos, sabremos guardarlas por la fuerza, o sino las conseguimos por las elecciones, llegará el día en que las tomaremos por los mismos medios que los fascistas cuando nos las han arrancado, dándonos así una lección provechosa.” La brutal evidencia de los hechos tanto como las razones de principio hacía pues urgente la escisión que la izquierda reclamaba desde 1919 y que solo había retardado la lentitud con la cual tomaban conciencia de sus necesidades los otros grupos que se adhirieron al Partido Comunista. Bajo el manto de la unidad defendida por el maximalismo (que no era partidario de las barricadas más que de palabra) el reformismo era libre de atar pies y manos a la clase obrera para apuñalarla a continuación, haciendo un pacto con la policía y los fascistas. Después de haber desarrollado las razones de principio que estaban en la base de la constitución del partido comunista de Italia, el informe de la fracción comunista en el congreso de Liorna pasaba a los argumentos prácticos sobre la base de la sangrienta experiencia de los dos años precedentes:
“Los comunistas tienen como función mostrar a las masas que la revolución es inevitable. Sobre esta base, ellos pueden y deben, pues, por medio de una preparación moral y material, acumular las condiciones que aumentarán las posibilidades de victoria del proletariado, pues, con un partido de clase listo a dirigirlo y técnicamente preparado para todas las exigencias de la lucha revolucionaria, éste último adquirirá todo el temple necesario. Los reformistas y los socialdemócratas, por el contrario, dicen a las masas que la revolución es evitable o incluso imposible. Las dejan pues sin preparación ante la crisis que ellos, por otro lado son incapaces de evitar; cuando estalle ésta, no solamente el proletariado se encontrará, por causa de ellos, en condiciones que permitirán a la burguesía batirlo fácilmente, sino que ellos mismos aportarán su apoyo a las fuerzas burguesas.
“¿Cuál es la función de un partido en el que los revolucionarios están mezclados con los reformistas? Es retrasar toda preparación revolucionaria seria y paralizar la acción de la izquierda mientras que la de la derecha se desarrolla en las mejores condiciones, no consistiendo esta acción en elaborar reformas que las circunstancias históricas hacen imposibles, sino al contrario en oponer a las tendencias revolucionarias una resistencia pasiva que, cuando sea necesario, se transforma en resistencia activa”.
Mientras que el fascismo se desencadenaba contra los obreros con la complicidad de la democracia y del reformismo, los socialdemócratas y los maximalistas se lamentaban de la “violación de la legalidad” y el “trastornamiento del orden”, implorando al estado tutelar que defendiese la primera y restableciese el segundo. Cumpliendo con energía su dura tarea de autoorganización, el Partido Comunista aceptaba, al contrario, el desafío de la coalición burguesa, bajo los golpes incesantes del adversario: en febrero, su sede del “Lavorate” de Trieste era atacada y destruída, y los comunistas de la ciudad eran metidos en prisión los unos tras los otros. Edmondo Peluso era deportado “sin motivo” al islote de Santo Stéfano. Ercillo Ambrogui era encomendado al tribunal como homicida de derecho común por los acontecimientos de Cecina. Spartaco Lavagnini acababa de caer en Florencia bajo las balas fascistas. Centenas de proletarios desconocidos caían heridos de muerte en la calle o cogidos en las garras de la “equitativa” justicia real. El 2 de marzo, el Partido Comunista lanzó a la clase obrera un llamamiento a la lucha. Podía hacerlo, no habiendo ya nada que opusiese la acción del partido a su doctrina desde la ruptura con los reformistas. Era su deber hacerlo para mantener y galvanizar la voluntad de lucha del proletariado, y este deber lo cumplió solo contra todos:

LLAMAMIENTO CONTRA LA REACCIÓN FASCISTA
“¡Camaradas!
En la trágica situación de hoy, el Partido comunista tiene el deber de dirigirse a vosotros.
En numerosas regiones y ciudades de Italia, encuentros sangrientos entre el proletariado y las fuerzas regulares e irregulares de la burguesía se suceden y se multiplican. Entre tantas víctimas conocidas o desconocidas, el Partido comunista nota la pérdida de uno de sus mejores militantes, Spartaco Lavagnini, caído en Florencia en el puesto de responsabilidad que ocupaba frente a la clase obrera y a su partido. A su memoria, y a la de todos los proletarios caídos en la lucha, los comunistas dirigen el saludo de hombres a los que su fe y su acción templan contra la adversidad.
Los acontecimientos que se precipitan muestran que el proletariado revolucionario de Italia no cede a los golpes de la reacción a la que recurren la burguesía y su gobierno desde hace algunos meses con sus bandas armadas que la toman con los trabajadores que aspiran a su emancipación de clase. Desde la Pula roja, desde la Florencia proletaria, desde tantos otros centros, nos llegan noticias que muestran que a pesar de la inferioridad de sus medios y de su organización, el proletariado ha sabido responder a los ataques, defenderse y golpear a los que le golpeaban.
La inferioridad del proletariado – que sería inútil disimular – depende de la insuficiencia de su organización; sólo el método comunista puede dársela, y ella pasa por la lucha contra los antiguos jefes y contra sus métodos superados de acción pacífica. Los golpes que la burguesía asesta a las masas deben convencerlas de que es necesario abandonar las peligrosas ilusiones reformistas y desembarazarse de aquellos que predican una paz social que históricamente ya no es posible.
Fiel a la doctrina y a la táctica de la Internacional de Moscú, el Partido comunista ha llamado a las fuerzas conscientes del proletariado de Italia a unirse para darse la preparación y la organización que hasta ahora les ha faltado y que no ha existido sino en la demagogia reformista. El no predica el apaciguamiento de los espíritus ni la renuncia a la violencia y dice claramente a los trabajadores que no pueden contentarse con las armas de la propaganda, de la persuasión o de la legalidad democrática, que les hacen falta armas reales y no metafóricas. Proclama con entusiasmo su solidaridad con los obreros que han respondido a la ofensiva de los blancos devolviendo golpe por golpe y les pone en guardia contra los jefes que reculan ante sus responsabilidades y que propagan la estúpida utopía de una lucha social civilizada y caballeresca, sembrando el derrotismo en las masas y alentando a la reacción: son los peores enemigos del proletariado y es a justo título que el adversario se ríe de sus cuentos.
La consigna del Partido comunista es aceptar la lucha en el terreno que la burguesía ha escogido y al cual la ha llevado la crisis mortal que la atormenta. Hay que responder a la preparación por la preparación, a la organización por la organización, a la disciplina por la disciplina, a la fuerza por la fuerza y a las armas por las armas.
No puede haber mejor preparación para la ofensiva que las fuerzas proletarias deberán lanzar indefectiblemente un día contra el poder burgués y que será el epílogo de las luchas actuales”.
Es sobre esta base sobre la que se constituirá la organización militar del Partido y, entre tanto, estas directivas refuerzan y estimulan la voluntad de lucha de obscuros militantes de la clase obrera. El Partido no ignora las dificultades que quedan por superar para dar a la acción espontánea vigorosa de las masas una dirección política y una organización unitaria, y que se derivan esencialmente de la influencia persistente del socialismo legalista y pacifista en las masas. El tampoco se las oculta a los obreros. No se encuentra un átomo de demagogia en su llamamiento, sino únicamente una severa exhortación a responder a una reacción burguesa, a la vez legal e ilegal, de una dureza implacable, por medios opuestos a los de la época reformista del Partido y que los comunistas se disponían a poner en obra. El manifiesto continúa así:
“La acción y la preparación deben hacerse cada vez más eficaces y sistemáticas, ¿???, y la demagogia debe cesar. En la situación actual, queda aún mucho por hacer, reconozcámoslo, para que la respuesta proletaria a los ataques adversos tome el carácter de una acción general y coordinada, única capaz de asegurarnos la victoria.
Para esta acción general, el proletariado no podía recurrir hoy a otras formas de acción que las que han sido adoptadas con mucha frecuencia, pero cuya reacción quedaría, en el estado actual de cosas, en su totalidad o en parte, en las manos de organismos políticos y económicos cuyo método y estructura no pueden conducir más que a nuevas decepciones y que no dejan otra perspectiva más que ser separadas o abandonadas en su acción. (esta previsión se realizó demasiado frecuentemente a continuación, NdR). Mientras los reformistas pueden usurpar todavía los puestos de dirección en las organizaciones que encuadran a las masas, esto será así.
En una perspectiva semejante, el Partido Comunista no emprenderá ningún movimiento general que exija que se ponga en relación con semejantes elementos, a menos que la situación no le deje otra posibilidad. En el estado actual, el Partido Comunista afirma que no hay que aceptar acción a escala nacional en común con aquellos cuyos métodos no pueden conducir más que al desastre. Si fuese necesario que se produjese esta acción el Partido Comunista cumpliría con su deber para que el proletariado no sea traicionado en lo más fuerte de la lucha vigilando estrechamente a los adversarios de la revolución.
Hoy, pues, el Partido Comunista da a sus militantes la consigna de resistir localmente en todos los frentes a los ataques fascistas, reivindicar los métodos revolucionarios, denunciar el derrotismo de los socialdemócratas a los que los proletarios menos conscientes pueden considerar, por debilidad o por error, como posibles aliados ante el peligro.
Que la línea de conducta ha observar siga siendo esa o se haga más radical el centro del partido sabe que, desde el primero hasta el último los comunistas cumplirán con todo su deber, fieles a sus mártires y conscientes de su responsabilidad de representantes de la Internacional revolucionaria de Moscú en Italia.
¡Viva el comunismo! ¡Viva la revolución mundial!
El Partido Comunista de Italia
La Federación de las Juventudes Comunistas de Italia


CONDICIONES DE LA ACCIÓN DEFENSIVA Y OFENSIVA DEL PROLETARIADO

Era la primera vez que, en esta postguerra atormentada, los proletarios italianos escuchaban un lenguaje tan directo, tan abierto, tan estimulante y tan valeroso. En el Manifiesto arriba citado se encuentran dos temas que se repetirán constantemente durante los meses siguientes. El primero es el siguiente: el partido dice a los proletarios y se dice a sí mismo: desgraciadamente estamos a la defensiva, no porque nosotros lo hayamos querido así, sino porque nos lo han impuesto circunstancias independientes de nuestra voluntad. Nosotros debemos defendernos a nosotros mismos, pues nadie más que nosotros nos vendrá a ayudar. Nosotros podemos defendernos, a condición de ponernos en el mismo terreno elegido por la burguesía, el único sobre el que se puede decidir la suerte de la revolución y por consiguiente también a condición de estar listos desde ahora (y tan pronto como sea posible) a pasar nosotros mismos a la ofensiva, en una palabra, a condición de batirnos en este espíritu. El segundo tema es el siguiente: tenemos contra nosotros las fuerzas de represión regulares del estado y las bandas irregulares del fascismo. Ni las unas ni las otras podrían nada contra el formidable impulso del proletariado, incluso mal ramado como está hoy, si este impulso no estuviese frenado precisamente por el cobarde apego de los reformistas a la legalidad y el estúpido apego de los traidores maximalistas a la pretendida “unidad”. Jamás venceremos, incluso sobre el terreno puramente defensivo sino nos desembarazamos de esta doble influencia nefasta que paraliza todos nuestros esfuerzos prácticos. Son estos temas centrales los que el partido intentó incansablemente hacer que entrasen en la cabeza de los magníficos obreros industriales y agrícolas de la Italia de 1921; los cuales, tan combativos en la defensa como en el ataque, estaban desgraciadamente demasiado habituados desde hacía años y años a escuchar a los reformistas cantarles la canción de la legalidad y de la paz social, y a presentarles la democracia como colocada por encima de los conflictos de clase. Estos temas había también que recordarlos incansablemente en el seno mismo del joven partido comunista para organizar los cuadros militares necesarios, a falta de lo cual, esto habría sido el desastre.
El Partido Comunista de Italia tenía ya sus perseguidos y sus mártires, de igual manera que los anarquistas, olvidados de todos, pero a cuya combatividad el partido siempre rindió homenaje aún condenando inexorablemente su ideología. En menor medida, los otros partidos de composición obrera los tenían igualmente, pero el partido de Liorna sabía que la lucha comportaba riesgos (el perder militantes, pero también el de perder…la brújula) y no solamente se abstuvo de unirse al coro de las plañideras del reformismo, sino que puso en guardia contra ellas a proletarios y militantes. De la misma manera que no había que esperar del Estado ninguna ayuda contra el fascismo, tampoco había que mendigar ninguna piedad de su “justicia”, justicia burguesa que los comunistas se proponen destruir y no restablecer. Es así que en un artículo titulado “Contra la reacción” y aparecido en el Ordine Nuovo del 26-3-21 así como en todos los órganos del partido, el centro escribía:
“Agitémonos, sí; trabajemos, sí, en aportar a aquellos camaradas nuestros que se han sacrificado más la ayuda que les debemos para devolver sus dirigentes al movimiento de masas. Pero evitemos el error de considerar la acción que tiende a ese fin como desligada del resto de nuestra acción tal como la exige la situación actual y que causas profundas quieren que sea así. Es una ilusión creer que se puede empujar a la clase dominante y a su gobierno a que vuelvan a un régimen normal y al respeto de las libertades individuales y colectivas. Para nosotros el problema no es de ninguna manera traer de nuevo al adversario al respeto de la ley, de su ley. Esto significaría valorizar la ilusión contrarrevolucionaria según la cual la legalidad burguesa favorece la lucha de emancipación de las masas. Si aceptáramos aunque solo sea un poco unirnos en la acción a esos movimientos cuya teoría y práctica están fundados en este error central, arruinaríamos todo el efecto de nuestra propaganda entre las masas y caeríamos en un equívoco fatal: dejar creer que si la burguesía permaneciese en los límites de su propia legalidad, nosotros haríamos otro tanto por nuestra parte. Esto equivaldría a decir que nosotros consideramos la perpetuación del régimen constitucional actual como deseable, lo cual sería olvidar que según la teoría marxista, la libertad que este régimen afecta conceder no es más que un engaño y un recurso para la conservación social.
“En la boca de los comunistas no se debe escuchar ninguna de esas ridículas frases estereotipadas que son tan queridas por la democracia burguesa y por el oportunismo sedicente socialista acerca de la libertad de opinión, los derechos del individuo y semejantes charlatanerías. Debemos igualmente evitar alentar en los elementos que están influenciados por nuestros primos sindicalistas y anarquistas la tendencia a abusar de este lenguaje pequeño burgués aún creyéndose verdaderos extremistas. Los comunistas se colocan en un terreno completamente distinto. Saben perfectamente que un retorno a la legalidad burguesa tradicional es imposible. Afirman que la historia ha planteado universalmente un dilema: o la dictadura abierta de la contrarrevolución o la victoria de la dictadura revolucionaria del proletariado. No se asignan como meta abrir una nueva época de relaciones políticas y jurídicas “normales” (absurdidad que significaría únicamente el restablecimiento pacífico de la dominación y de los privilegios capitalistas), sino favorecer el paso a la época del poder revolucionario del proletariado. Los comunistas no dicen a la burguesía: ¡atención, si tu no vuelves a la legalidad, nosotros haremos la revolución para restablecerla!, al contrario, proponen destruir el poder burgués por su acción revolucionaria. Cualquiera que tenga la intención de permanecer en el terreno de la lucha pacífica, como los socialdemócratas jamás será nuestro aliado. Para luchar contra la reacción, no hay por tanto otro medio más que organizarse para vencerla, luchando contra ella sin excluir ningún medio. Hay que hacer nuestra acción independiente de las fáciles sanciones del poder burgués a fin de que golpee con más seguridad y más profundamente al enemigo en el corazón. Toda la cuestión del método revolucionario está ahí. Nosotros no estamos de acuerdo con los socialdemócratas que se imaginan poder prescindir de violar la legalidad burguesa, como tampoco estamos con los libertarios que se imaginan que después de la destrucción del antiguo régimen no es necesario organizar un nuevo poder, una nueva organización disciplinada, un nuevo ejército e incluso una nueva policía contra la clase burguesa.
El problema de las víctimas políticas y de la lucha contra la reacción no tiene, pues, un carácter accidental y negativo: se liga al problema general y positivo de la acción contra el actual estado de cosas. Aquellos que piensan que se puede uno resolver a marchar mano a mano con los socialdemócratas lo plantean de modo contrarrevolucionario y el hecho de decir que uno está exactamente en el lado opuesto a ellos en política no cambiará nada.
El Partido Comunista lucha contra la reacción porque lucha contra el poder burgués incluso cuando este no sale de sus funciones legales. Lleva esta lucha orientando en este sentido la conciencia y las fuerzas del proletariado. Si acepta ponerse en el terreno de la ilegalidad y de la violencia, no es porque sea la burguesía quien lo ha querido, sino porque es el único terreno que el proletariado tiene interés en elegir para acelerar la disolución de toda legalidad burguesa y para no atarse las manos por adelantado. Son precisamente todas las razones que han empujado al partido comunista a constituirse y que le conducen también a definir sus métodos propios las que resurgen cuando se trata de afrontar la reacción: la reacción recibe en la denominación misma de la burguesía: jamás nuestro adversario se nos presentará bajo formas diferentes y más vulnerables.
Es por esto por lo que los economistas luchan contra la violencia enemiga sin modificar en nada la fisonomía de su organización y de su táctica. He ahí de qué manera el partido desarrolló el primero de los dos temas de los que hablábamos más arriba. El segundo, lo desarrollará fundando su organización ilegal contra todos aquellos reformistas o maximalistas, que firmarían unos meses más tarde el innoble pacto de pacificación con el estado y las bandas fascistas y del que algunos echaban de menos la “alianza” porque no comprendían que esta no habría dado más fuerza al proletariado sino que por el contrario le habría inoculado el veneno del derrotismo.
Los historiadores de hoy (¡son muy buenos!) han acabado por reconocer la obra realizada desde su nacimiento por el partido bajo la dirección de la izquierda en el dominio de la organización y de la disciplina, pero continúan lamentando que haya rechazado como la peste la alianza con el reformismo, el maximalismo y la democracia. Es natural por parte suya, pues para ellos, lo que había que salvar no era la posibilidad de una reanudación revolucionaria del proletariado, sino al contrario la democracia. Son los descendientes de aquellos mismos que han firmado los pactos de pacificación y, por tanto, la desmovilización del proletariado: no pueden pues comprender que la tarea del partido era precisamente enterrar la democracia al mismo tiempo que su hijo legítimo, el fascismo, en lugar de darles oxígeno, y si lo comprendiesen recularían de horror ante tal designio.

EL DERROTISMO SOCIALISTA

Mientras que el partido comunista daba las directivas recordadas más arriba, el partido socialista se desenmascaraba y se mostraba tal como nosotros habíamos afirmado siempre que era: un factor de derrotismo en el seno de la clase obrera.
Fiel a su tradición la derecha de Turati de la cual no había querido separarse la mayoría maximalista y de la que ahora soñaba menos que nunca en separarse, predicaba la “paz social”, el retorno a los métodos “civilizados” de lucha, es decir, a la coexistencia pacífica entre partidos políticos, y la renuncia del proletariado a la violencia incluso puramente defensiva: el reformismo jamás había dicho otra cosa en el pasado, y no podía actuar de otra manera. No es que haya condenado teóricamente la violencia a la manera de Tolstoi, por otro lado; cómo escribirá el partido:
“El socialdemócrata, el social pacifista no está contra la violencia en general.
Al contrario, él le reconoce una función social e histórica; solamente que, para él, si es el poder de Estado el que la usa, ella es legítima; pero cuando es el proletariado el que se sirve de ella para defenderse contra el fascismo, deja de serlo porque entonces deja de ser una iniciativa legal, una iniciativa de estado”.
Para la socialdemocracia, pues, “la formación del estado democrático y parlamentario ha cerrado la época de las luchas violentas entre particulares, entre grupos y entre clases, y el estado está precisamente allí para reprimir estas iniciativas violentas como acciones antisociales. No son los proletarios los que se tienen que defender: es...Giolitti, la derecha es por tanto, lógica consigo misma cuando invita a los proletarios a renunciar a la lucha y al estado a usar de la fuerza contra los fascistas…que él financia, que él apoya o que él deja hacer. Es lógica consigo misma cuando insiste cerca de los adversarios en presencia para que firmen pactos de pacificación, lista a actuar como los noske y los Scheidemann en Alemania si hubiese llegado al poder (como ha faltado poco para ello), es decir, ¿?? desencadenar la violencia legal del Estado contra los únicos que hayan reivindicado el empleo de la violencia de clase para abatir la dominación burguesa, a saber, los comunistas.”
Pero ¿no habían proclamado en Bolonia los maximalistas que detentaban la dirección del partido socialista que “el proletariado deberá recurrir a la violencia” no sólo para “conquistar el poder” su fin supremo, y para “consolidar las conquistas de la revolución? sino también “para defenderse contra las violencias de la burguesía? “, su fin inmediato? ¿No habían declarado que se adherían a la IIIra Internacional sobre la base de las tesis de su 1er Congreso que oponían sin embargo la solución revolucionaria a la solución socialdemócrata, reformista y parlamentaria? Después de Liorna ¿no seguían insistiendo cerca de Moscú para que rectificase la escisión ocurrida y les abriese las puertas del Komintern? Sin duda, pero es justamente en esto en lo que reside la función específica del centrismo:
“Aproximarse al programa de la izquierda, hacer lo suyo bajo las formas más ruidosas y más demagógicas a fin de aprisionar el movimiento de masas y ponerlo de nuevo un día (ese día ha llegado) en las manos de la derecha, del reformismo declarado el cual tiene al menos, entre otras virtudes, la de la coherencia y la de saber esperar su hora dejando actuar a sus aliados centristas, incluso cuando estos lo toman como cabeza de turco para la galería”.

HIPOCRESÍA DEL MAXIMALISMO.

La ofensiva fascista puso a prueba la sinceridad del lenguaje “de barricada” de los maximalistas y confirmó la justeza de la apreciación de los comunistas, quienes les acusaban de servir de punta avanzada y de cobertura a la derecha socialista. En efecto, apenas las violencias “ilegales” habían comenzado cuando el partido socialista (no sólo la derecha sino todo el partido, comenzando por la dirección maximalista) se puso a predicar en las columnas de su órgano L ´Avanti el retorno al orden, la “normalización” de la vida política y social, la renuncia de los proletarios a la lucha violenta. En agosto, firmará el pacto de pacificación con los fascistas, en perfecta coherencia con toda esta propaganda…maltusiana. Ya en otras circunstancias cuando el conflicto social evolucionaba hacia un enfrentamiento abierto el maximalismo había defendido argumentos que, aparentemente válidos, disimulaban de modo jesuítico su cobarde voluntad de ceder a los primeros signos de tempestad: ¡Se necesitaba una preparación adecuada! ¡No había que dejarse arrastrar hasta la trampa llevando a cabo acciones generales antes de estar preparados! La acción individual debía ceder el paso a la acción general y colectiva, etc…etc…En adelante, incluso este género de argumentos era dejado de lado: el maximalismo declaraba ahora sin rodeos que no había que recurrir a la violencia, incluso para defenderse, y que no se recurriría a ella, y lo proclamaba en el momento mismo en que jóvenes proletarios daban su vida para defender sus Bolsas del Trabajo, las redacciones de sus periódicos, y las sedes de sus partidos. No es una casualidad que en las elecciones de mayo de 1921 el P.S.I. añadiese a su emblema un libro con la hoz y el martillo: ¡en las calles se tiraba y el “partido de los trabajadores” invitaba a sus militantes a inclinarse sobre las mesas de las bibliotecas populares! ¡en las calles se defendía uno e incluso se atacaba cada vez que se podía, pero el partido que pretendía encarnar los intereses del proletariado difundía el descrédito sobre esta combatividad espontánea e inflexible, se desolidarizaba de ella e incluso la condenaba!
Poniendo en evidencia la “contradicción” (puramente aparente, por otro lado) entre las proclamaciones oficiales del maximalismo y las invitaciones indignas que dirigía a los proletarios para que ofreciesen la mejilla izquierda a sus enemigos, después de haber sido golpeados en la derecha el Partido Comunista fustigó lo que, en los hechos, aparecía claramente como un verdadero derrotismo:
“¿Es que ya no estamos en un período de revolución mundial que debe ver el estallido de la lucha suprema entre proletariado y burguesía por el poder? ¿Es que ya no es cierto que la burguesía no podrá ser desposeída de este poder sin lucha armada, porque, sin lucha armada, ella jamás renunciará por sí misma a la violencia organizada? ¿Y todo esto dejaría de ser cierto en el momento preciso en que el fascismo acaba de demostrar con estrépito lo contrario? ¿Es que ya no estaríamos colocados ante el dilema: dictadura de la burguesía o dictadura del proletariado, en el momento preciso en que la burguesía proclama audazmente su cínica voluntad de dominación y en que anula todas las concesiones, todos los acuerdos políticos y económicos pasados entre los poderes constituidos y la clase trabajadora?
Los maximalistas advirtámoslo no plantean una cuestión contingente de oportunidad táctica. No dicen que en este momento el proletariado deba limitarse a una preparación prudente, y rehusar gastar sus fuerzas en acciones inmediatas. En la situación actual, tales argumentos serían ya signos de derrotismo, puesto que los hechos de los últimos meses prueban que cuanto más evita el proletariado los choques, más se envalentona la reacción burguesa. Pero los renegados maximalistas dicen y hacen mucho peor todavía. Condenan con una desvergüenza que deja estupefactos, el principio mismo de los métodos que todavía ayer afectaban aceptar, puesto que dan como directiva definitiva a las masas renunciar a la violencia tanto en el futuro como hoy, y a las que hacen todos sus esfuerzos para llevar de nuevo al terreno de la lucha pacífica…
Se podría objetar que ya llegará el momento de la violencia revolucionaria, pero al teorizar este argumento del, “momento decisivo” el defensor de la unidad entre socialismo y comunismo no haría más que confirmar una cosa: nuestros seudos revolucionarios son todavía peores que los reformistas auténticos, los cuales son al menos lo suficientemente sinceros para condenar los métodos violentos y para proponer claramente a las masas otros medios de acción. La explosión final de violencia revolucionaria es tan necesariamente precedida de una serie de choques episódicos. La tarea del partido revolucionario durante este período es preparar y organizar las fuerzas proletarias, pero esto es imposible si se predica la renuncia a la violencia medio de acción fundamental al que se debe preparar técnicamente, y cuya necesidad final no basta proclamar como lo hacen en este momento los jefes del partido socialista que parecen recular a medida que su programa de otras veces se realiza en los hechos. ¿Es que ya no es cierto que la guerra imperialista debe transformarse en guerra revolucionaria de clase? Cuando en otros tiempos ellos lo decían, no lo pensaban, puesto que ahora descubren que hay que hacer la guerra de clase no con las armas que durante cuatro años, han utilizado los proletarios para matarse entre sí, ¡sino como armas “civilizadas”! ¡Mientras que la burguesía utiliza en la lucha interior las armas que han servido en la guerra contra el extranjero los maximalistas invocan el desarme en lugar de ver en este hecho la confirmación de la doctrina que todavía ayer defendían! Frente a esta situación, nuestro primer deber es atacar a fondo a los saboteadores de la revolución: “la preparación revolucionaria que incumbe a nuestro partido va a la par de la liquidación de las últimas huellas de su influencia. La desagregación rápida del Partido socialdemócrata será el mejor índice del incremento de la energía revolucionaria del proletariado italiano”. (Un partido en descomposición, IL Comunista, 10/3/21).
La derecha es contrarrevolucionaria y no duda en decirlo. El centro es contrarrevolucionario y todo lo que tiene de más que la derecha, es la hipocresía: el fenómeno no se verifica solamente en Italia, sino en todos los países; no es subjetivo, sino objetivo, es decir, que no depende de las intenciones de los individuos. En respuesta al artículo citado más arriba, Serrati respondió en L´Avanti oponiendo “la acción preparada metódicamente” preconizada por el comunismo y del cual, él, Serrati, habría sido el defensor, a las reacciones desordenadas “a cada tiro de revólver” de las que él acusaba a los comunistas de preconizar. Y para disimular la retirada precipitada de su partido ante el ataque enemigo, denunciaba estas acciones como “voluntaristas”. El argumento era insidioso y la respuesta del Partido Comunista fue rápida en un artículo titulado Serenidad embaucadora del 16/3/21:
“Serrati acusa a los otros de voluntarismo y él es el más voluntarista de todos sin caer en la cuenta de ello. Si hay una afirmación que no sea ni determinista ni marxista, es ciertamente la de atribuir, como lo hace Serrati, la falta de preparación revolucionaria a los efectos particulares del pueblo italiano: manera humorística de comprender la preparación revolucionaria!
El partido debería aplazar el empleo de la violencia proletaria hasta el momento en que se sintiese en medida de desencadenar una acción general y coordinada; entretanto, debería oponerse a todo conflicto entre las fuerzas proletarias y las fuerzas burguesas, desaprobarlos y condenarlos, bajo el pretexto de que se trata solamente de violencia “individual”. ¡Debería incluso impedir que se produzcan semejantes conflictos!
Nuestra concepción es completamente opuesta a ésta. El Partido Comunista funda toda su acción en el hecho de que las condiciones del choque final entre las clases existen ya en el período histórico actual y que aquél ha comenzado ya. El fin del partido es ejercer su propia influencia en esta lucha determinada por las condiciones históricas para organizarla, es decir, para dar más eficacia a la rebelión proletaria. No utiliza su capacidad de iniciativa para lanzar asaltos aislados en tanto no le parezca posible coordinarlos en un movimiento general que tenga algunas posibilidades de éxito. En los conflictos locales y ocasionales que se producen, tiene cuidado de no dejarse arrastrar a emplear todas sus fuerzas en condiciones desfavorables, pero se preocupa también de no perder terreno en el trabajo de preparación ya realizado y que debe tener en cuenta el coeficiente de la psicología colectiva. Se esfuerza en dar a las masas la impresión de que su renuncia a iniciativas revolucionarias es un elemento de fuerza y no de debilidad, y en reforzar en ellas la convicción de que se recurrirá a tiempo a los medios revolucionarios; ¡no debe, pues, lanzar el descrédito sobre ellos! He ahí la diferencia entre nuestra concepción y la de los socialistas, incluso en la teorización jesuítica de Serrati.
En la situación de estos últimos días, los socialistas no han dicho a las masas, como Serrati: “Preparémonos, pero evitemos los choques en este momento”. Renegando de todas sus declaraciones precedentes, han dicho netamente: “¡Ved cómo el uso de la violencia, cómo la guerrilla civil es terrible! La marcha adelante del proletariado debe seguir otros caminos.” Ciertamente, no son los socialistas los que han desencadenado la ofensiva fascista; pero su crimen es desarmar a las masas imaginándose parar el ataque, precisamente porque creen neciamente que lo han suscitado. La fórmula insidiosa de Serrati no es menos derrotista. Equivale a una retirada ilimitada que no puede más que hacer perder toda fuerza moral y material a los revolucionarios, comprometer y aún hacer imposible esa preparación revolucionaria que Serrati pretendía querer garantizar; “preparación” significa en efecto entrenamiento y costumbre de interpretar correctamente los hechos, y no negación pasiva de la realidad ni espera fatalista, cosa o bien imposible o exclusivamente favorable al enemigo. Eso sería voluntarismo negativo, y de ninguna manera la negación del voluntarismo. Sería utilizar la influencia positiva de que se dispone en interés del adversario.
En los hechos, nuestra actitud es netamente diferente de la que Serrati defiende y que han adoptado los suyos. Incluso si nuestra única superioridad sobre los socialistas se limitase a habernos abstenido del vil lenguaje que ellos han empleado, esto bastaría para probar la superioridad de nuestro método sobre el suyo. Pero ha habido una diferencia en los actos igualmente. Nosotros hemos dicho claramente que era indispensable responder a la violencia conservadora con los mismos medios, incluso si la preparación moral y material del proletariado nos impedía tomar la iniciativa de una acción revolucionaria general a fin de no caer en la aventura o, más bien, no sucumbir a la traición cierta de los reformistas. Incluso si nosotros nos hubiésemos limitado a proclamar nuestra solidaridad con las reacciones proletarias espontáneas a las violencias adversas, esto bastaría para probar la diferencia efectiva que existe entre nosotros y los socialistas que han desaprobado cobardemente estas reacciones. Pero además, nosotros hemos dado a los comunistas la consigna de estar por adelantado listos a la réplica en el caso probable en que los fascistas atacasen en ciertas zonas. Nosotros permanecemos fieles a esta línea de acción. Los hechos serán los que demostrarán su eficacia en lo que concierne al mantenimiento de la moral de las masas y para su encuadramiento por el partido. Ahora bien, este encuadramiento implica que aquéllas tengan confianza en él, y esta confianza es por tanto el primer aspecto de la “preparación revolucionaria”.
Está, pues, más probado que nunca que los socialistas del viejo partido han hecho, como buenos socialdemócratas, el juego a la burguesía repitiendo a las masas que había que repudiar los medios violentos. Está probado que es grotesco pretender justificar una actitud semejante con el pretexto de que se trata solamente de aplazar la acción revolucionaria para el momento oportuno. Todos los contrarrevolucionarios hacen semejantes declaraciones; ellas son la marca característica del centrismo que, en todos los países, es cómplice del reformismo, a su vez cómplice de la burguesía, puesto que una tal política es la más apta para desarmar a las masas para abandonarlas finalmente desorientadas e impotentes a los golpes de la contrarrevolución.
De esta vieja polémica resalta claramente que en el desarrollo de la lucha, el maximalismo se ha colocado deliberadamente al otro lado de la barricada como el centrismo ha hecho siempre y siempre hará. Los bolcheviques habían tenido ciertamente razón al considerar que en todos los países este último era el enemigo Nº 1 puesto que era el más insidioso y el más encarnizado. Jamás, pues, se debería haber admitido – como, desgraciadamente, ellos mismos lo hicieron más tarde – que un acuerdo con él, aun parcial, fuese deseable y, peor aún, que era posible admitir a los maximalistas en la sección italiana de la I.C. Incluso fuera de toda consideración teórica, los hechos gritaban exactamente lo contrario.


DE LAS ELECCIONES AL CAMBIO DE GOBIERNO

Paralelamente a la ofensiva fascista que continúa durante todo el mes de abril, se desarrolla la ofensiva patronal contra las condiciones de vida de la clase obrera, y no es por casualidad.
Mientras que en febrero Giolitti abolía el precio político del pan, el patronato atacaba a la vez con despidos y reducciones de salario. En marzo, “conquistas” obreras que parecían definitivas a algunos, son abolidas, sobre todo en Turín: en Michelin, después de un mes de negociaciones, no sólo son ratificados los primeros despidos sino que se encuentra entre aquellos a los que afectan a miembros de las comisiones internas, considerados inviolables, y a representantes de taller. En Fiat, después de un mes de lucha, la reanudación del trabajo se efectúa bajo el signo “de la disciplina y de la autoridad en el interior de la fábrica” cuya dirección exige que sean “exclusivamente ejercidas por ella sin intervenciones ajenas arbitrarias”. Durante un año, la C.G.T. se mecerá en la vana esperanza de ver a Giolitti primeramente, después a Bonomi, instaurar el famoso “control de la industria” conforme a sus promesas de septiembre de 1920.
En Turín mismo, el 25 de abril, los fascistas intentan tomar por asalto la Casa del Pueblo, centro de la Bolsa del Trabajo, de la F.I.O.M. (8), y sede de diversos partidos y círculos obreros. Los fascistas no “acaban” con la resistencia encarnizada de los obreros más que dejando el terreno a la policía regular, que desarma a éstos, detiene a los “instigadores”, y devuelve a los fascistas la cortesía que éstos le han hecho, dándoles total permiso para ocupar e incendiar el edificio. ¡Después de esta amarga experiencia, no obstante, los camisas negras esperarán más de un año antes de renovar su intento, juzgando más prudente asegurar primero su retaguardia!
Al derrotismo de los socialistas respecto a la lucha proletaria contra los camisas negras hacía pareja, por supuesto, su derrotismo en las luchas económicas. Al contrario, el esfuerzo del Partido Comunista para arrancar a las masas a esta influencia desmoralizante, para unirlas, en sus acciones defensivas y ofensivas, bajo una misma bandera, con una consigna clara y bajo una dirección centralizada, es inseparable de su esfuerzo para dar a todas las luchas sindicales una estrategia única que los grupos sindicales de comunistas intentaban hacer triunfar en toda la C.G.T. Aquello era, en efecto, dos aspectos inseparables de la lucha de clase: la Izquierda que se había templado durante más de diez años en el fuego de la guerra que hacía a las mil encarnaciones del reformismo, libra las dos batallas con una energía de la que solo ella era capaz y que comunicó al proletariado de las ciudades y de los campos (9).
En mayo de 1921 tienen lugar las elecciones. ¿Qué mejor medio para acabar con las energías revolucionarias, para mecer a los militantes socialistas en la esperanza de un retorno a la normalidad y para abrir a los fascistas la vía de la honorabilidad parlamentaria y democrática, ellos que no habían sido hasta entonces más que una pandilla de aporreadores? En efecto, es Giolitti mismo el que, por medio del “bloque nacional”, echa a los fascistas el cable que les permitirá jugar en el más puro estilo giolittiano a los dos paños de “la legalidad constitucional”, de una parte, y de “la ilegalidad de hecho”, de la otra. Los reformistas de hoy, es decir, el P.C. italiano oficial, comentan del modo siguiente este hecho:
“La integración de los candidatos fascistas en las listas del bloque
Nacional ha sido sin ninguna duda la operación política más grave
y la más inconsiderada del viejo hombre de Estado piamontés.
Ella constituyó en efecto una legalización de la violencia de los
camisas negras que habían ensangrentado el país, y fue la
primera abdicación oficial del Estado ante la subversión de dere-
cha”. (I comunisti nella storia d´Italia, fasc. N.4 editor “Calendario
del Popolo” publicado bajo los auspicios del P.C. italiano oficial).
¡Se ve que los reformistas de hoy valen lo mismo que los de ayer, y que son asimismo incapaces de comprender que la “subversión de derecha” no era más que la otra cara de la violencia conservadora del Estado, que no habría sido posible sin esta última y que son inseparables la una de la otra!
No entraremos aquí en el detalle de estas elecciones de mayo, que fueron las segundas después de la guerra. A pesar de la resistencia de muchos de sus miembros e incluso de secciones enteras que no provenían, sin embargo, de la fracción abstencionista, el Partido Comunista de Italia participó en ellas por disciplina respecto a la Internacional (10), empleando en la batalla electoral todos sus recursos, que habrían sido empleados mucho más útilmente en continuar su trabajo de encuadramiento político, sindical y militar. Por el contrario, es interesante observar que el fascismo utilizó el período electoral para curar sus heridas, preparándose reemprender la ofensiva armada en julio con algunos ejercicios de entrenamiento: asalto a la redacción del Soviet el 5 de mayo; manifestaciones en Emilia contra el arresto de Italo Balbo que fue prontamente liberado de prisión; agresión contra Francesco Misiano el 13 de junio, e incendio de la Bolsa del Trabajo de Grosseto el 28 de junio. Por su parte, los socialistas habían encontrado en el nuevo “clima democrático” razones suplementarias para practicar el derrotismo respecto a las luchas obreras. Cuando el 27 de junio, Giolitti dimite, la dirección del grupo parlamentario vota el siguiente orden del día, aprobado por el centro:
“La dirección del grupo parlamentario socialista, aun manteniendo las directivas tácticas y programáticas fijadas por este último al constituirse, ha decidido proponerle no desinteresarse del desarrollo de la crisis y de su solución. Juzgando por unanimidad que por razones, teóricas según unos, prácticas según otros, no es oportuno hablar de una participación de los socialistas en el gobierno, el grupo parlamentario mantiene que los diputados socialistas no deben, sin embargo, rechazar a priori las eventuales tentativas de otros partidos con vistas a acabar verdaderamente y duraderamente con la política de violencia contra el movimiento proletario. Los representantes de la dirección del partido aprueban esta decisión. ¡Está ?viada la gran receta maximalista: nosotros, los “intransigentes parlamentarios”, estamos dispuestos a todas las transacciones que se quiera desde el momento en que despunte la posibilidad de un gobierno “verdaderamente y duraderamente” dispuesto a hacer lo que nosotros mismos no hacemos: defender el movimiento proletario contra las violencias “ilegales”. Si no se forma un gobierno así, nosotros volveremos a nuestra intransigencia parlamentaria, pero lejos de llamar a los proletarios a defenderse ellos mismos y dirigirlos en su lucha, tomaremos nosotros mismos la iniciativa de pactos sinceros y duraderos con los partidos burgueses para hacer cesar la violencia!
Cuando la montaña de la crisis ministerial dio a luz al ratón Bonomi, la dirección maximalista volverá a encontrar un virginidad momentánea perdida declarando no estar satisfecha con las “promesas” y las “garantías” dadas por el nuevo gobierno en lo que concierne al “restablecimiento de la legalidad” (la legalidad, alfa y omega del breviario socialista) y, por consiguiente, no tener ninguna razón para renunciar a la oposición parlamentaria formal decidida por los Congresos. Apenas poco más de un mes más tarde, la virginidad será sacrificada de nuevo alegremente en un nuevo altar, el del pacto de pacificación, gracias a los buenos oficios del presidente de la Cámara y futuro presidente de la República, Enrico de Nicola, pero siempre en el marco de “la intransigente oposición parlamentaria”.

LUCHA DEL PARTIDO COMUNISTA POR EL ENCUADRAMIENTO
MILITAR DE LAS MASAS

Antes de pasar al pacto de pacificación, hecho central del período que parte de las elecciones de mayo y de la formación del nuevo gobierno, nos es necesario volver atrás sobre la acción realizada por el Partido comunista de Italia en el período precedente. Por el llamamiento del 4 de marzo, el Partido comunista había mostrado al proletariado que para responder a la violencia burguesa, el único camino era el de la violencia proletaria, y había sido el único en hacerlo. Al denunciar el fatal derrotismo de los reformistas y de los maximalistas, era llevado con toda naturalidad a mostrar que la suerte de la contraofensiva obrera estaba ligada a su propia capacidad de partido de apoyarla, de mantenerla y de animarla, pero sobre todo de dirigirla. Había aprovechado la campaña electoral y la fiesta del 1º de Mayo para recordar estas directivas, denunciando con tenacidad y constancia a los partidos políticos con base obrera pero con ideología pacifista y democrática y con táctica parlamentaria y legalista, los cuales desviaban a una clase obrera que seguía siendo combativa a pesar de dos años de derrotas de su lucha sin cuartel contra todas las instituciones, legales o ilegales, que preservaban la dominación burguesa.
Sin embargo, no bastaba desembarazar el terreno de las ideologías pacifistas, lloronas y cobardes del reformismo y del maximalismo. No bastaba inculcar a las masas y a los militantes comunistas el sentimiento de la necesidad de defenderse en el mismo terreno que el adversario y aun pasar a la contraofensiva desde el momento en que la situación fuese más favorable o cada vez que se presentase la ocasión para ello en el curso de la lucha “defensiva” misma. No bastaba hacer penetrar en el espíritu de los jóvenes militantes de la clase obrera la convicción de que sólo el Partido comunista podía dar a la defensa y al ataque el encuadramiento necesario, fuera de todas las combinaciones electorales equívocas y de la “unidad” mentirosa con el reformismo. Todo esto no constituía todavía más que una premisa (por otro lado indispensable) a la preparación de un enfrentamiento general y disciplinado de las fuerzas obreras y de la contrarrevolución burguesa. A este efecto, la creación de una red de organización ilegal del Partido, exigida en las 21 condiciones de admisión a la Internacional, no era suficiente, como tampoco la propaganda derrotista de las juventudes comunistas en el ejército, ni el reforzamiento de los grupos comunistas en las ligas proletarias de antiguos soldados. No bastaba tampoco, como se hizo siempre, ligar la acción económica y reivindicativa a las exigencias primordiales de la defensa de las organizaciones obreras, convertidas en el blanco preferido de los fascistas y en el centro natural de la resistencia proletaria: había que construir metódicamente un “aparato” (tal era el término empleado) militar que obedeciese a una estricta disciplina del partido y se inspirase en todas sus acciones en una directiva política única.
El problema militar de la defensa y del ataque es inseparable del problema político del que depende: es la política la que determina las vías y los fines de la lucha militar. No se defiende uno (y, con más razón aún, no se ataca) de la misma manera cuando se quiere defender la democracia violada y cuando se quiere aniquilarla para instaurar la dictadura del proletariado. Es imposible oponer a las fuerzas enemigas una fuerza eficaz y disciplinada si no se sabe por adelantado cuál de los dos objetivos se apunta y si en el curso de la lucha se manifiestan vacilaciones, dudas y prejuicios, y limitan sus posibilidades de desarrollo. La claridad de la política o, para emplear un término más adaptado a este caso, de la estrategia es una condición de la potencia, de la continuidad y de la homogeneidad de la acción práctica, o si se prefiere, de la táctica, y esta potencia, esta continuidad y esta homogeneidad son a su vez la condición de la eficacia y de la solidez de la organización.
En este dominio también, el Partido comunista debía ir contra la corriente y construir ex novo, desembarazándose de las tradiciones más negativas del viejo partido socialista que no podían más que dañar a la centralización, a la disciplina y a la organicidad del movimiento. Sobre todo al principio, no se podía ni se debía desalentar las iniciativas individuales, incluso periféricas, porque eran manifestaciones sanas de la combatividad de los militantes y de los simples obreros; pero había que preparar su encuadramiento en una organización unitaria, disciplinada y por tanto centralizada.
Dada la urgencia de la acción defensiva, la Federación de las Juventudes comunistas había sido encargada de organizar localmente los primeros núcleos de la organización militar del Partido y de llamar a los proletarios que quisiesen poner sus fuerzas, sus capacidades técnicas y su espíritu de lucha al servicio de la guerra santa de la clase obrera contra los burgueses y pequeñoburgueses desencadenados a reagruparse alrededor de ella. El viejo partido socialista se había mostrado orgánicamente incapaz de darse este mínimo de organización: por naturaleza, él no podía hacerlo, y no había que esperar que jamás lo hiciese. La joven sección italiana de la Internacional comunista debía, pues, mostrar a los proletarios que, incluso en este dominio, ella era la única verdadera organización de lucha de su clase.
Cuando se hojea la prensa provincial del partido en aquella época, se tropieza uno continuamente con manifestaciones públicas de aquella voluntad de cristalizar alrededor del partido las mejores energías de la juventud obrera, voluntad que respondía a una evidente necesidad objetiva. Como ejemplo de ello citaremos el llamamiento de la Federación de las juventudes de la sección de Milán que, como todos los otros, fue lanzado según las directivas del centro del partido, y que fue difundido en millares de ejemplares bajo la responsabilidad del Comité central de las Juventudes. Se encuentra este llamamiento reproducido en La commune del 17-6-1921, órgano de la Federación comunista de Como:
“¡Jóvenes obreros, inscribíos en los grupos de acción de la Juventud Comunista!
Jóvenes trabajadores,
Mientras que la reacción burguesa que se ha desencadenado contra vosotros parece relajarse y que vosotros os imagináis haber rechazado los ataques de los mercenarios del capitalismo con la victoria electoral del 15 de mayo, la Juventud comunista siente la necesidad de dirigirse una vez más a vosotros francamente.
Ella siente la necesidad de recordaros que todas las victorias conseguidas pacíficamente y en el terreno legal por el proletariado han sido efímeras y que el triunfo electoral de noviembre de 1919 no ha sido de ningún modo el preludio de la toma del poder por el proletariado, sino el de la contraofensiva burguesa sobre el terreno mucho más realista y eficaz: el de la violencia de clase. Vosotros no podéis haber olvidado ya: un mes de violencias capitalistas ha bastado para arrancar al proletariado las posiciones que creía haber conquistado definitivamente por largos años de lucha legal. Continuar alimentando hoy semejantes ilusiones podría ser fatal a la clase trabajadora.
La clase obrera debe comprender que si la reacción fascista parece hoy ceder, es porque piensa que ha debilitado demasiado a las organizaciones obreras como para que éstas sean capaces de llevar su única verdadera lucha: la lucha revolucionaria. ¡De ninguna manera es porque las bandas armadas de la reacción temiesen no poder tratar a estacazos a los 123 diputados de la presente legislatura como lo hicieron con los 156 de la legislación precedente!
¡Jóvenes obreros!
¡Tenemos que convencernos de que la avalancha de papeletas de voto que entusiasma tanto al Partido “socialista” no es más que una avalancha de papel! No es ella la que aplastará la fuerza armada organizada de la clase dominante. Esta no puede ser aplastada más que por la fuerza armada y organizada, pero infinitamente más numerosa, y por tanto más fuerte, del proletariado.
¡Jóvenes trabajadores!
La Federación de las juventudes comunistas os llama a reagruparos alrededor de su bandera, que es la de la juventud obrera del mundo entero, la de la Internacional Comunista!
Ella os llama a agruparos para organizar la vanguardia de la ofensiva revolucionaria del proletariado que comenzará por una contraofensiva contra el fascismo.
¡Con nosotros, jóvenes guardias del Comunismo y de la Revolución Mundial!
Pero el partido estaba lejos de limitar su ambición a estas acciones forzosamente intermitentes de defensa inmediata y local. Los meses que habían seguido a la escisión de Liorna habían sido empleados en un trabajo febril de encuadramiento político y la intervención en la batalla electoral no había interrumpido este trabajo fundamental y este inmenso esfuerzo y sobre todo no había desviado a los comunistas de él.
Es precisamente a causa de la solidez de su encuadramiento político y de su centralización por lo que el Partido había llegado a desarrollar en el exterior toda la gama de las actividades que le son propias sin que jamás apareciese ninguna de ellas desprovistas de lazos con el programa de la Internacional de Moscú y del Congreso de Liorna a los ojos de los proletarios: la actividad sindical muy intensa del partido es un ejemplo típico de ello (11). El
carácter unitario o, como decimos nosotros, orgánico del partido se expresaba de manera neta y directa en el hecho de que cada una de sus manifestaciones particulares reflejaba el programa de conjunto, y se ligaba del modo más riguroso a todas las otras, como un simple engranaje de una máquina política que obedece a una sola directiva y tiende hacia un fin único. Además, estas actividades partían todas con una perfecta simultaneidad de la central del partido, y las directivas sindicales (u otras) no dejaban de poner en primer plano las tareas y objetivos políticos del partido y las necesidades de la acción directa violenta.
El Partido había llegado a este resultado de importancia capital gracias a su lucha contra todas las costumbres de “autonomía” heredadas del viejo partido socialista y que no era fácil desarraigar de los militantes pasados al Partido comunista en Liorna, pero también contra las impaciencias generosas, pero negativas, provocadas por la dura ofensiva enemiga y por la seducción de los llamamientos interesados a la “unidad” lanzados por organizaciones de origen y tradición proletarias. A este respecto basta recordar cómo fueron arreglados los casos, por otro lado raros, de indisciplina en la campaña electoral y el rigor con el que, a partir del 20 de marzo, la C.E. del partido prohibió a sus federaciones y a sus secciones concluir
“acuerdos con otros partidos o corrientes políticas (republicanos, socialistas, sindicalistas, anarquistas) para acciones permanentes o momentáneas”, no porque fuesen inadmisibles acuerdos de este género, sino porque el partido debía asegurarse de que “no serían concluidos fuera de ciertos límites, y solamente para los fines y según las modalidades definidas por el centro del partido y que éste comunicaría en cada caso, para evitar acciones incoherentes y dispersas”.
No se concedió ninguna autonomía al grupo parlamentario del partido, conforme a las 21 condiciones de admisión; los grupos sindicales emanaban directamente del partido y funcionaban como sus instrumentos en los sindicatos y en las fábricas: con mayor motivo la organización militar debía, por el hecho mismo de su carácter y de sus fines, constituir una red de partido; ella debía actuar como polo de atracción de todos los obreros decididos a batirse y dirigirlos precisamente en razón al hecho de que sus fines no podían ser confundidos con los de ningún otro partido, que su acción práctica era unitaria, y que su organización era disciplinada y por tanto eficaz. Encuentra uno estos criterios de encuadramiento del partido perfectamente establecidos en IL Comunista del 14 de julio que tiene evidentemente en cuenta las iniciativas de otros partidos o grupos sobre las cuales volveremos a hablar en la segunda parte (12).
“Para el encuadramiento del partido”
Sobre la base del trabajo ya realizado en numerosas localidades para encuadrar militarmente a los miembros y a los simpatizantes del Partido comunista y dela Federación de las juventudes y teniendo en cuenta las lecciones que se pueden sacar de él, el Centro del Partido y de la Federación de las juventudes y teniendo en cuenta las lecciones que se pueden sacar de él, el Centro del Partido y el de la Federación de las juventudes preparan un comunicado que establecerá las reglas a aplicar en este trabajo indispensable de organización y de preparación revolucionarias.
Dado que elementos exteriores al partido comunista toman en diversos centros de Italia iniciativas del mismo género fuera de la participación y de la responsabilidad de este último, los camaradas deben esperar este comunicado antes de actuar, de manera que las directivas generales adoptadas por el Partido no choquen con los hechos consumados.
Esto significa que el trabajo de entrenamiento de los grupos de acción comunista debe proseguirse en todas partes donde existen y organizarse allí donde no existen conformándose de modo estricto al criterio siguiente: el encuadramiento militar del proletariado debe hacerse en una organización de partido ligada a sus organizaciones políticas. Los comunistas, pues, no pueden ni deben participar en ninguna iniciativa militar que provenga de otros partidos o tomada fuera de su partido.
La preparación y la acción militares exigen una disciplina al menos igual a la disciplina política del Partido comunista. No se puede observar dos disciplinas distintas. Por consiguiente, el comunista y el simpatizante que se siente realmente ligado al Partido (si hace reservas acerca de la cuestión de la disciplina, no merece ya este título) no pueden ni deben pertenecer a ninguna otra organización militar más que las del partido.
En espera de las directivas más precisas que la experiencia práctica permitirá dar, la consigna del partido a sus adherentes y a los obreros que le siguen es la siguiente: formación de grupos de acción dirigidos por el Partido comunista para preparar y entrenar al proletariado a la acción militar revolucionaria defensiva y ofensiva”.
En el número de julio del mismo órgano, es el mismo esfuerzo, plenamente coronado de éxito como se verá, el que se manifiesta y el que tiende a dar disciplina y unidad a las energías proletarias sanas y a impedir que se dispersen en iniciativas desordenadas e intempestivas, como había ocurrido con demasiada frecuencia en la historia del movimiento obrero italiano:
“Encuadramiento”
(En respuesta a una abundante correspondencia), recordamos a los camaradas que están a la cabeza de las Federaciones y de las secciones que…los comunistas no pueden participar en iniciativas extrañas al partido. Recordando en esta ocasión los criterios de disciplina a los que deben obedecer todos los adherentes a un partido comunista, recordamos a los camaradas que el partido no puede darse un encuadramiento militar y que este no puede responder a sus fines más que si los miembros del partido renuncian a sus puntos de vista tácticos particulares, no pudiendo ser defendidos estos más que en las asambleas y los congresos.
La orden al partido de dotarse de una organización militar ha sido dada por el Comité ejecutivo de acuerdo con el de la Federación de las juventudes y no únicamente por esta última como algunos han creído equivocadamente.
El encuadramiento militar no ha sido “inventado” por nosotros para imitar las otras organizaciones similares existentes hoy. Responde a los criterios de organización revolucionaria de todos los partidos comunistas adherentes a la Tercera Internacional. Si no hemos tomado esta iniciativa más pronto, es porque la organización militar debe ser precedida por la organización política y es a esta última a la que hemos consagrado todos nuestros cuidados desde el Congreso de Liorna. Las dos formas de encuadramiento no pueden substituirse la una a la otra y no se obstaculizan mutuamente: ellas se completan”.
Este comunicado anunciaba decisiones que aparecieron públicamente en IL Comunista bajo el título “Encuadramiento de las fuerzas comunistas” y que se insertaban en una clarificación y una delimitación general de las tareas ejecutivas del Partido y en un trabajo de reforzamiento de la organización destinada a facilitar su realización. El artículo recordaba:
“los criterios organizativos de disciplina y de jerarquía que deben ser tanto más subrayados cuanto que, por el hecho del desarrollo de la lucha proletaria, se pasa de la época de la crítica teórica a la de la propaganda y del proselitismo y, en fin, a la de la acción y del combate”.
El artículo subrayaba igualmente que:
“la concepción burguesa según la cual el militante de un partido se limita a dar su adhesión ideológica, a votar por su partido y a pagar regularmente su cuota” es incompatible con la concepción comunista, según la cual “aquel que adhiere al Partido está obligado a proveer una actividad práctica continua según las exigencias de éste”.
En el dominio específicamente militar, anunciaba la decisión de formar en todas las secciones grupos de acción:
“compuestos por todos los camaradas, adultos y jóvenes, físicamente aptos para cumplir esta función, tanto candidatos como militantes inscritos, así como los simpatizantes no inscritos en otros partidos políticos y que hayan probado su fidelidad al Partido comunista y hayan hecho el compromiso formal de observar la disciplina más estricta”.
Estos grupos de acción debían ser reunidos ulteriormente en compañías ligadas directamente al centro del partido por una red de responsables provinciales. Las particularidades técnicas de esta organización no nos interesan aquí, pero hay que observar, por el contrario, la insistencia con que el Partido recordaba una vez más que
“ningún miembro del Partido y de la Federación de las Juventudes puede formar parte de organizaciones militares que no sean la que el Partido ha constituido y que dirige”.
Desde entonces, algunos vieron en estas disposiciones rígidas, paralelas a directivas sobre la actividad sindical igualmente rígidas (lo que prueba el carácter orgánico de toda la actividad del joven partido), una prueba de “esquematismo”, de “sectarismo” y de “dogmatismo”, sobre todo en lo que concierne a las relaciones políticas con los otros partidos y corrientes y la actitud a adoptar respecto a sus filiales militares “antifascistas”. En esto, no hacían más que adelantarse a los rugidos y a los pataleos de los futuros teóricos del “partido de nuevo tipo”, es decir, del oportunismo estalinista, contra la Izquierda. Sin embargo, es cierto que el Partido (que entonces marchaba por completo bajo su dirección de izquierda) defendía una posición de principio absolutamente vital, la de la autonomía de Partido. Ahora bien, una autonomía puramente ideológica no es tal autonomía: ésta es teórica y práctica a la vez, o no es nada. En la situación de entonces más que nunca, las consideraciones teóricas coincidían con las consideraciones prácticas, excluyendo ambas una alianza cualquiera con fuerzas en las que el realismo marxista veía con toda razón cómplices de la conservación capitalista.
Al hacer alusión a “otras organizaciones militares”, el texto apuntaba sobre todo a los Arditi del Popolo, sobre los que volveremos a hablar. Pero precisamente en el mismo momento (del 22 de junio al 12 de julio) se celebraba en Moscú el IIIer Congreso de la Internacional comunista, y éste recibió la visita de una delegación del P.S.I. (se trataba de los tres “peregrinos” Lazzari, Maffi y Riboldi) que defendió en vano la causa de la admisión de este partido en la Internacional comunista, a pesar de la escisión de Liorna. Estos delegados recibieron entonces una acogida severa, pero en el curso del año siguiente la Internacional cambió de opinión, admitiendo, a pesar de la resistencia del Partido comunista de Italia, la posibilidad de una fusión entre los comunistas y los socialistas (o al menos una parte de ellos) una vez que el viejo partido se hubiese desembarazado de la derecha. Hasta qué punto semejante posición era falsa y peligrosa, es lo que demuestra el pacto de pacificación que los socialistas van a concluir con el fascismo bajo el nuevo gobierno, en el momento preciso en que el proletariado y sus organizaciones sufrían una ofensiva más furiosa que nunca de los camisas negras.

(En el próximo número: Reanudación de la ofensiva fascista y pacto de pacificación”).

NOTAS

(1) Este informe fue presentado en la reunión general del Partido que se celebró en Florencia del 20 de abril al 1º de mayo de 1967. Se publicó en IL Programma Comuniste, Nº 16.
(2) El historiador Gaetano Salvemini, entonces socialista, había llamado a Giolitti “ministro de la mafia” por su aptitud en explotar los recursos de la democracia reformista y socializante aun utilizando las mafias locales – especialmente en el Sur – para asegurarse administraciones municipales dóciles y falsificar las elecciones a su conveniencia, sin excluir la violencia abierta de los “mazzieri” (ujieres) para intimidar a los obreros agrícolas.
(3) Es lo que explicará en el IVº Congreso de la I.C. el representante del P.C. de Italia que defendía entonces las posiciones de la izquierda.
(4) El 21 de noviembre de 1920, los fascistas tomaron por asalto el Palacio de la Municipalidad en el que acababa de instalarse la nueva administración socialista triunfalmente elegida. En el tiroteo que siguió hubo 9 muertos y 100 heridos. Estos incidentes marcan el principio de las expediciones punitivas contra las…plazas fuertes del proletariado, es decir, según la estúpida concepción de los reformistas,…las municipalidades locales (¡)
(5) Los “arditti” eran grupos de asalto del ejército regular provistos de puñales y granadas de mano.
(6) L ´Ordine nuovo, fracción del Partido socialista con concepción idealista y obrerista que seguirá a la fracción abstencionista al nuevo partido cuando la escisión de Liorna. Implantada en Turín, estaba dirigida por Gramsci y Togliatti que se convirtieron más tarde en los hombres de paja de Moscú contra la izquierda que había fundado el partido.
(7) Esta incomprensión de una concepción marxista fundamental por Gramsci aparece netamente en este pasaje de uno de sus escritos: “¿Desde el punto de vista contitucional, qué se quiere decir cuando se afirma que un Estado dado no es una democracia, sino la dictadura de una clase?” Y respondía: “Esto significa que los poderes públicos ejecutivos, legislativo y judicial no están separados ni son independientes los unos de los otros, sino que están reunidos en un solo poder, el poder ejecutivo”. ¡Como si la noción de “dictadura de una clase” fuese de orden…constitucional, y no social e histórico!
(8) F.I.O.M.: Federación Italiana de Obreros Metalúrgicos.
(9) No podemos desarrollar este punto capital en el marco del presente artículo, pero Programme Communiste publicará en un próximo número una serie de textos relativos a la lucha sindical del P.C.de Italia cuando estaba dirigido por la Izquierda. Son ricos en enseñanzas de una actualidad candente.
(10) “Como comunista”, declaró el representante de la Izquierda. “Yo soy primero centralista y solamente después abstencionista”. Y añadía que si el parlamentarismo revolucionario tenía algún sentido, era precisamente en una situación reaccionaria como la de 1921.
(11) Esta actividad ha sido evocada en una serie de artículos aparecidos en Programme Communiste, órgano del Partido Comunista Internacional en Italia bajo el título “La Acción del Partido Comunista en Italia, sección de la IIIra Internacional, en el movimiento sindical y en la clase obrera”. Como hemos indicado más arriba, estos textos serán publicados en un próximo número de esta revista.
(12) Será publicada en el próximo número de Programme Communiste (octubre-noviembre-diciembre de 1969). Estas iniciativas eran las de los “Arditti del Popolo”, organizaciones militares de inspiración antifascista banal.

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