(“Battaglia Comunista”, n. 3-4-5 de 1951)
Dictadura proletaria y Partido de clase
Amadeo bordiga
I
Toda lucha de clase es una lucha política (Marx).
La lucha que se limita a obtener un reparto distinto de las ganancias económicas, en tanto no se dirija contra la estructura social de las relaciones de producción, no es todavía una lucha política.
El derrocamiento de las relaciones de producción propias de una época social y del dominio de una determinada clase es la consecuencia de una lucha política prolongada y frecuentemente alterna, cuya clave es la cuestión del Estado, el problema: «¿quién tiene el poder?» (Lenin).
La lucha del proletariado moderno se manifiesta y se generaliza como lucha política con la formación y la actividad del partido del clase. La caracterización específica de este partido reside en la siguiente tesis: el hecho de explicar completamente el sistema capitalista industrial y el poder de la burguesía, heredero de las revoluciones liberales y democráticas, no sólo no excluye históricamente sino que prepara y agudiza cada vez más el desarrollo del antagonismo entre los intereses de clase en guerra civil, en lucha armada.
II
El partido comunista, definido por esta previsión y por este programa, mientras que la burguesía mantenga el poder, lleva a cabo las siguientes tareas:
a) elabora y difunde la teoría del desarrollo social, de las leyes económicas que caracterizan el sistema actual de relaciones productivas, de los conflictos de fuerzas de clase que surjan de ellas, del Estado y de la revolución;
b) asegura la unidad y la persistencia histórica de la organización proletaria. La unidad no es el reagrupamiento material de los estratos obreros y semiobreros que sufren, debido al dominio de la clase explotadora, la influencia de direcciones políticas y de métodos de acción disonantes, sino la estrecha unión internacional de las vanguardias orientadas plenamente sobre la línea revolucionaria integral. La persistencia es la reivindicación continua de la línea dialéctica sin rupturas que liga las posiciones de crítica y de batalla asumidas sucesivamente por el movimiento en la serie de condiciones mutables;
c) prepara desde hace muchísimo tiempo la movilización y la ofensiva de clase con el uso armónico de todo tipo de propaganda, de agitación y de acción en toda lucha particular suscitada por intereses inmediatos, culminando en la organización del aparato ilegal e insurreccional por la conquista del poder.
Cuando las condiciones generales y el grado de solidez organizativa, política y táctica del partido de clase hacen estallar la lucha general por el poder, el partido, que ha conducido en la guerra social a la clase revolucionaria victoriosa, la dirige igualmente en la tarea fundamental de derrotar y demoler los órganos de defensa armada y de administración en general, que componen el Estado capitalista. Esta demolición golpea igualmente a la red, sea cual sea, que presuntamente representa las opiniones o los intereses corporativos mediante cuerpos de delegados. El Estado burgués de clase, mentirosa expresión interclasista de la mayoría de los ciudadanos, o dictadura más o menos confesa ejercida por un aparato de gobierno que se pretende revestido de una misión nacional, racial o socialpopular, debe ser destruido de igual forma; si no sucede así, será aplastada la revolución.
III
En la fase histórica sucesiva a la dispersión del aparato de dominio capitalista, la tarea del partido político obrero sigue siendo igualmente fundamental, ya que la lucha entre las clases continúa, si bien invertida dialécticamente.
La línea característica de la teoría comunista del Estado y la revolución excluye expresamente la adaptación del mecanismo legislativo y ejecutivo del Estado burgués en la transformación socialista de las formas económicas (socialdemocratismo). Pero igualmente excluye la posibilidad de identificar en una breve crisis violenta la destrucción del Estado, y la mutación de las relaciones económicas tradicionales protegidas por éste último (anarquismo) o el abandono del proceso de generación de la nueva organización productiva a la acción espontánea y dispersa de los núcleos de productores por empresas u oficios (sindicalismo).
Toda clase social cuyo poder haya sido derrocado, incluso con el terror, sobrevive durante largo tiempo en el tejido del organismo social, y no abandona la esperanza de revancha y las tentativas de reorganización política, de restauración violenta e incluso enmascarada. Ha pasado de clase dominante a clase dominada, pero no ha desaparecido de golpe.
El proletariado, que con la organización del comunismo desaparecerá a su vez como clase, y junto a cualquier otra clase, en el primer estadio de la época poscapitalista se organiza él mismo como clase dominante (Manifiesto). Se trata, tras la destrucción del viejo Estado, del nuevo Estado proletario, de la dictadura del proletariado.
Para ir más allá del sistema capitalista, la primera condición era el derrocamiento del poder burgués y la destrucción de su Estado. Para la transformación social profunda y radical que se inaugura, la condición es la creación de un aparato estatal nuevo, proletario, capaz como cualquier Estado histórico de emplear la fuerza y la constricción.
La presencia de un aparato semejante no caracteriza a la sociedad comunista, sino su fase de construcción. Una vez asegurada ésta, no existen ya más clases ni dominación de clase. Pero el órgano para la dominación de clase es el Estado – y no puede ser otra cosa. Por eso el Estado proletario preconizado por los comunistas – que no tiene el valor de una creencia mística, de un absoluto, de un ideal – será un instrumento dialéctico, un arma de clase, y se disolverá lentamente (Engels) a través de la misma realización de sus funciones, a medida que, en un largo proceso, la organización social se transforme de un sistema social de constricción de los hombres (como ha sucedido tras la prehistoria) en una red unitaria, construida científicamente, de uso de las cosas y de las fuerzas naturales.
IV
Muchas diferencias fundamentales se le presentan al Estado en relación con las clases sociales y las organizaciones colectivas, tal y como se ha presentado en la historia de los regímenes surgidos de la revolución burguesa y como se le presentará tras la victoria proletaria.
a) La ideología burguesa revolucionaria, antes de la lucha y de la victoria final, no presentó su futuro Estado posfeudal como un Estado de clase, sino como un Estado popular, fundado en la supresión de toda desigualdad ante la ley y en correspondencia con la libertad y la igualdad de todos los miembros de la sociedad.
La teoría proletaria proclama abiertamente que su futuro Estado será un Estado de clase, o sea un instrumento manejado, mientras existan las clases, por una única clase. Las demás estarán, en principio no menos que de hecho, fuera del Estado y "fuera de la ley". La clase obrera una vez en el poder "no lo compartirá con nadie" (Lenin).
b) Tras la victoria política burguesa, siguiendo la tradición de una campaña ideológica tenaz, se proclamaron solemnemente como base y fundamento del Estado en los diversos países, cartas constitucionales o declaraciones de principio consideradas como inmutables en el tiempo, como expresión definitiva de las reglas inmanentes, al fin descubiertas, de la vida social. Desde ese momento, todo el juego de las fuerzas políticas habría debido desenvolverse dentro del marco insuperable de estos estatutos.
El Estado proletario no se presenta, durante la lucha contra el régimen actual, como una realización estable y fija de un conjunto de reglas de las relaciones sociales deducidas por una investigación ideal acerca de la naturaleza del hombre y de la sociedad. En el curso de su vida, el Estado obrero evolucionará incesantemente hasta disolverse: la naturaleza de la organización social, de la asociación humana, cambiará de modo radical según las modificaciones de la técnica y de las fuerzas de producción, y la naturaleza del hombre se modificará profundamente alejándose cada vez más de la condición de bestia de carga y de esclavo. Proclamar una constitución codificada y permanente tras la revolución obrera es un absurdo, y no puede figurar en el programa comunista; técnicamente será necesario adoptar reglas escritas que no tendrán nada de intangibles y mantendrán un carácter "instrumental" y transitorio, dejando a un lado los chistes sobre la ética social y el derecho natural.
c) La clase capitalista victoriosa, una vez conquistado y destruido el aparato del poder feudal, no dudó en usar la fuerza del Estado para reprimir las tentativas contrarrevolucionarias y de restauración. No obstante, las medidas más abiertamente terroristas no se justificaron dirigiéndose contra los enemigos de clase del capitalismo, sino contra los traidores al pueblo, a la nación, a la patria, a la sociedad civil, identificando todos estos conceptos vacíos con el mismo Estado, y en el fondo con el gobierno y con el partido en el poder.
El proletariado vencedor, sirviéndose de su Estado «para aplastar la resistencia inevitable y desesperada de la burguesía» (Lenin) golpeará a los antiguos dominadores y a sus últimos partidarios siempre que se opongan, dentro de la lógica defensa de sus intereses de clase, a cuantas disposiciones se hagan para acabar con el privilegio económico. Estos elementos sociales mantendrán, frente al aparato del poder, una posición ajena y pasiva: cuando intenten salir de la pasividad que se les impone, la fuerza material los doblegará. No serán partícipes de ningún "contrato social", ni tendrán ningún "deber legal o patriótico". Como auténticos y verdaderos prisioneros sociales de guerra (al igual que lo fueron de hecho, para la burguesía jacobina, los ex-aristócratas y eclesiásticos) no podrán traicionar nada, ya que no se les pedirá ningún ridículo juramento de lealtad.
d) Disimulados apenas por el resplandor histórico de las asambleas populares y las convenciones democráticas, el Estado burgués creó rápidamente sus cuerpos armados y una policía para luchar interna y externamente contra las fuerzas del antiguo régimen; se apresuró en sustituir la horca por la guillotina. Este aparato ejecutivo encargado de administrar la fuerza legal, tanto a nivel histórico amplio como contra las violaciones aisladas de las reglas de atribución y de intercambio propias de la economía privada, actúa de un modo perfectamente natural contra los primeros movimientos proletarios que amenazan, aunque sólo sea instintivamente, las formas de producción burguesas. La realidad imponente del nuevo dualismo social fue encubierta por el juego del aparato "legislativo" que pretendía llevar a cabo la participación de todos los ciudadanos y de todas las opiniones de partido en el Estado y en su dirección dentro de un perfecto equilibrio de paz social.
El Estado proletario, dotado de caracteres claros de dictadura de clase, no se planteará esta distinción entre estos dos estadios, ejecutivo y legislativo del poder, ya que ambos serán ejercidos por los mismos órganos, ya que esa distinción es propia de un régimen que disimula la dictadura de una clase y la protege bajo una estructura externa policlasista y polipartidista. «La Comune no fue una corporación parlamentaria, fue un organismo de trabajo» (Marx).
e) En su forma clásica, el Estado burgués, coherente con una ideología individualista que la mentira teórica extiende en la misma medida a todos los ciudadanos, reflejo mental de la realidad de la economía de propiedad privada monopolio de una clase, no quiso admitir entre el súbdito aislado y el centro estatal legal otras organizaciones intermedias que las asambleas electivas constitucionales. Toleró los clubes y los partidos políticos, necesarios en la fase insurreccional, obligado por su demagógica afirmación del libre pensamiento y como puras agrupaciones confesionales y agencias electorales. En una segunda fase la realidad de la represión de clase obliga al Estado a tolerar las organizaciones de intereses económicos, los sindicatos obreros, de los que desconfiaba al clasificarlos como un "Estado dentro del Estado". Finalmente, por una parte el sindicato se convierte en una forma de solidaridad adoptada por los capitalistas para sus fines de clase y por otra el Estado lleva a cabo, bajo el pretexto de reconocerlos legalmente, la absorción y la esterilización de los sindicatos obreros, privándolos de toda autonomía para impedir que el partido revolucionario tome su dirección.
En el Estado proletario – mientras existan empresarios, o al menos empresas impersonales cuyos obreros son asalariados pagados con dinero – los sindicatos de trabajadores existirán para proteger el nivel de vida de la clase trabajadora, siendo su acción en este caso, paralela a la acción del partido y del Estado. Los sindicatos de las categorías no obreras serán prohibidos. En realidad, sobre el terreno de la distribución de las rentas con las clases no proletarias o semiproletarias, el trato al obrero podría estar amenazado por consideraciones distintas de las exigencias superiores de la lucha general revolucionaria contra el capitalismo internacional. Pero esta posibilidad que estará presente durante un largo tiempo, justifica el papel de segundo orden del sindicato en relación al partido político comunista, vanguardia revolucionaria internacional, que forma un bloque unitario con los partidos que luchan en los países todavía capitalistas y que tiene como tal la dirección del Estado obrero.
El Estado proletario sólo puede estar dirigido por un único partido, y no tiene ningún sentido el que organice en sus filas y reciba en las "consultas populares", vieja trampa burguesa, el apoyo de una mayoría estadística. Dentro de las posibilidades históricas se encuentra la existencia de partidos políticos que parecen estar compuestos de proletarios pero que sufren la influencia de las tradiciones contrarrevolucionarias o de los capitalismos externos. No puede reducirse la solución de esta situación, la más peligrosa de todas, a derechos formales o a consultas en base a una abstracta "democracia en la clase". Esta será una crisis que se liquidará en el terreno de las relaciones de fuerza. No existe un juego estadístico que pueda asegurar la buena solución revolucionaria; ésta dependerá únicamente del grado de solidez y claridad del movimiento comunista en el mundo. Con los demócratas ingenuos de hace un siglo en occidente y de hace medio en el imperio zarista, los marxistas acertaron al responder que los capitalistas y los propietarios son la minoría y por tanto el verdadero régimen de la mayoría es el de los trabajadores. Si la palabra democracia significa poder de la mayoría, los demócratas deberían ponerse de nuestro lado. Pero la palabra democracia, ya sea en sentido literal ("poder del pueblo") o bien por el asqueroso uso que siempre se hace de ella, significa "poder que no pertenece a una clase sino a todas". Por este motivo histórico, al igual que rechazamos como Lenin la "democracia burguesa" y la "democracia en general", debemos excluir políticamente y teóricamente la contradicción en términos de una "democracia de clase" y de una "democracia obrera"
La dictadura preconizada por el marxismo no podrá confundirse con las dictaduras de hombres y grupos de hombres que hayan asumido el control gubernativo y sustituyan a la clase proletaria, precisamente porque proclamará abiertamente que es necesaria ya que la unanimidad en su aceptación es imposible, y que la mayoría de los sufragios, si fuese seriamente constatable, no sería una condición ante cuya falta la dictadura tendría la ingenuidad de abdicar. La revolución necesita la dictadura, porque sería ridículo subordinarla al 100% o al 51%. Allí donde se exhiban estas cifras, la revolución ha sido traicionada.
La conclusión es que el partido comunista gobernará solo, y no abandonará nunca el poder sin combatir materialmente. Esta valiente declaración de no ceder ante el engaño de las cifras y de no utilizarlas ayudará a luchar contra la degeneración revolucionaria.
Los sindicatos se vaciarán de contenido en el estadio superior del comunismo, no mercantil, no monetario, no uni-nacional, estadio que verá por doquier la muerte del Estado. El partido como organización de combate será necesario mientras existan en el mundo restos de capitalismo. Podrá, además, tener siempre la tarea de depositario y propulsor de la doctrina social, visión general del desarrollo de las relaciones entre la sociedad humana y la naturaleza material.
V
La noción marxista de sustituir los cuerpos parlamentarios por órganos de trabajo no nos lleva para nada a una "democracia económica" que adapte los órganos del Estado a los centros de trabajo, a las unidades productivas o comerciales etc, privando de toda función representativa a los patronos supervivientes y a los individuos económicos que todavía dispongan de una propiedad. La supresión del patrón y del propietario no define nada más que la mitad del socialismo; la otra mitad, que es la más expresiva, consiste en la eliminación de la anarquía económica capitalista (Marx). Cuando la nueva organización socialista surja y crezca, el partido y el Estado revolucionario estarán en primer plano, pero no se limitarán solamente a golpear a los patronos y a sus cómplices, ya que sobre todo lo que se hará será distribuir de modo completamente nuevo y original las tareas y obligaciones sociales de cada individuo.
La red de empresas y servicios, tal y como se herede de la sociedad capitalista, no podrá tener como base un aparato de presunta "soberanía", o sea de delegaciones de poderes en el Estado y en sus órganos centrales. Precisamente la presencia del Estado uniclasista, y del partido sólida y cualitativamente unitario y homogéneo, es lo que ofrecerá el máximo de condiciones favorables para reorganizar la máquina social, guiándose al mínimo posible por la presión de los intereses limitados por los pequeños grupos y al máximo posible por los intereses generales y su estudio científico aplicado al bienestar colectivo. Los cambios en el engranaje productivo serán enormes; basta con pensar en el programa de reversión de las relaciones entre ciudad y campo sobre el que tanto insistieron Marx y Engels y que está en perfecta antítesis con la tendencia actual existente en todos los países conocidos.
La red que abarca a todos los lugares de trabajo es pues una expresión insuficiente que recalca las viejas posiciones proudhonianas y lassalleanas derrotadas desde hace mucho tiempo por el marxismo.
VI
La definición de los tipos de relación con la base de los órganos del Estado de clase depende sobre todo de las aportaciones de la dialéctica histórica, y no puede deducirse de los "principios eternos", del "derecho natural" o de una carta constitucional sagrada e inviolable. Cualquier intento en este sentido sería puramente utópico. No hay un grano de utopía en Marx, dice Engels. La misma idea de la famosa delegación de poder del individuo aislado (elector) gracias a un acto platónico derivado de la libre opinión, cuando la opinión es en realidad un reflejo de las condiciones materiales y de las formas sociales, cuando el poder consiste en una intervención de la fuerza física, debe abandonarse a las brumas de la metafísica.
La caracterización negativa de la dictadura obrera se establece claramente: los burgueses y semiburgueses no tendrán derechos políticos, se les prohibirá por la fuerza agruparse en defensa de intereses comunes o de agitación política, no podrán votar, elegir, delegar en otros sin importar el "puesto" o la función. Pero tampoco la relación entre el trabajador, miembro reconocido y activo de la clase que tiene el poder, y el aparato estatal mantendrá el carácter ficticio y engañoso de una delegación representada por un diputado, por una lista o por un partido. Delegar es, en efecto, renunciar a la posibilidad de acción directa, la presunta función "soberana" del derecho democrático no es otra cosa que una abdicación, casi siempre a favor de un estafador.
Los miembros trabajadores de la sociedad se reagruparán en organismos locales, territoriales, según su lugar de residencia, y en ciertos casos según el ordenamiento impuesto por su participación en el engranaje productivo en plena metamorfosis. Gracias a su acción ininterrumpida, sin intermitencias, se llevará a cabo la participación de todos los elementos sociales activos dentro de los engranajes del aparato estatal, y por eso mismo la gestión y el ejercicio del poder de clase. Es imposible determinar estos engranajes antes de que la relación de clase se haya determinado concretamente.
VII
La Comune estableció como criterio de las mayor importancia (Marx, Engels, Lenin) la revocabilidad en cada momento de sus miembros y de sus funcionarios, y la limitación de sus retribuciones al nivel del salario obrero medio. También se suprimía cualquier separación entre productores y burócratas mediante rotaciones sistemáticas. El servicio al Estado dejaba de ser una carrera y una profesión. Es cierto que en la práctica estos controles crearon dificultades insuperables. Pero Lenin ya dejó expresado desde hace mucho tiempo su desprecio por los proyectos de revolución ¡sin dificultades!. Los conflictos inevitables no se resolverán completamente mediante papeleos reglamentarios, ya que constituirán un problema histórico y político, una relación real de fuerza. La revolución bolchevique no se detuvo ante la asamblea constituyente, y la disolvió. Los consejos de obreros, campesinos y soldados habían surgido. Por todo el país la formación de este tipo original, aparecido ya en 1905, de órganos de Estado territoriales, nacidos en el incendio de la guerra social, no respondía a ninguno de los prejuicios sobre el "derecho de los hombres" al sufragio "universal, libre, directo y secreto".
El partido comunista desencadena la guerra civil y vence en ella, ocupa las posiciones clave en sentido militar y social, multiplica por mil, en virtud de la conquista de instalaciones, edificios, etc, sus propios medios de propaganda y de agitación, forma sin perder tiempo y sin rodeos los "cuerpos de obreros armados" de Lenin, la guardia roja, la policía revolucionaria. En las asambleas de los Soviets llega a ser la mayoría bajo la consigna de "¡todo el poder a los Soviets!". ¿Es esta mayoría un hecho jurídico, un hecho fría y banalmente numérico? En absoluto. Todo aquel, ya sea espía o un iluso con buena fe, que vote por el abandono del poder conquistado por los Soviets con la sangre de los combatientes proletarios, será expulsado a culatazos por sus compañeros de lucha. Tampoco los detendrán la "minoría legal", hipocresía culpable de la que prescinde la revolución, y que nutre a la contrarrevolución.
VIII
Acontecimientos históricos distintos a los rusos de 1917 – caída recientísima del despotismo feudal, guerra desastrosa, función de los jefes oportunistas – podrán determinar, siguiendo las mismas directivas fundamentales, otras configuraciones prácticas de la red básica del Estado. Desde el momento en que se quitó de encima el utopismo, el movimiento proletario asegura su propio camino y su propia victoria a través de la experiencia exacta del modo de producción actual, de la estructura estatal presente y de los errores estratégicos de la revolución proletaria, tanto en el campo de la guerra social "caliente", como la que vio caer gloriosamente a los federales de 1871, como en el campo de la guerra social "fría", en el cual perdimos, tras 1917 y hasta 1926, la gran batalla de Rusia entre la Internacional de Lenin y el capitalismo del mundo entero, sostenido en primera línea por la complicidad miserable de todos los oportunistas.
Los comunistas no tienen constituciones codificadas que proponer. Tienen que abatir un mundo de mentiras y de constituciones cristalizadas en el derecho y en la fuerza dominante. Saben que, mediante un aparato revolucionario y totalitario de fuerza y poder, sin exclusión de medios, se luchará para impedir que los residuos infames de una época de barbarie se reproduzcan, que el monstruo del privilegio social levante la cabeza, hambriento de venganza y de servidumbre, lanzando por milésima vez el mentiroso grito de libertad.
1 de febrero de 1951
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