sábado, 17 de septiembre de 2011

EL FASCISMO-1921-1117

EL FASCISMO

El episodio de Roma es significativo porque la agitación contra los camisas negras que habían afluido a Roma con ocasión del Congreso, bien decididos a “dejar un recuerdo de ellos”, comienza en tono popular y pequeño-burgués propio de la capital (legalidad contra ilegalidad; orden y civilización contra desorden y barbarie, etc…) para revestir enseguida poco a poco un carácter virilmente proletario. Cuando, el 9 de noviembre, un grupo de asalto fascista abre fuego al llegar a la estación sobre los ferroviarios acusados de hacer silbar la locomotora, el Comité de defensa proletario formado por las dos Bolsas del Trabajo decide finalmente proclamar la huelga general en Roma y en la provincia, dándole, no obstante, el carácter de una protesta contra esta violación de la ley. Por ejemplo, los Arditi del Popolo declaran “estar desgraciadamente obligados a declinar toda responsabilidad, no pudiendo frenar la protesta justa y sagrada de la masa proletaria de Roma”. Es solamente bajo la presión exterior, pero muy vigorosa, de los comunistas, como el Comité de defensa se decide a declarar la huelga a ultranza hasta que los camisas negras hayan abandonado la ciudad. Esta huelga se mantiene sin interrupción ni defección durante cinco días. El gobierno amenazó en vano a los ferroviarios con sanciones draconianas. Esto no impidió al personal de los ferrocarriles de todo el Sur y del sector de Ancona parar el trabajo en solidaridad con sus camaradas romanos. Los guardias reales intentaron vanamente hacer circular algunos trenes y es también tan inútilmente que los congresistas lanzaron un ultimátum (que jamás fue ejecutado) a los huelguistas. La capital fue completamente paralizada y los fascistas debieron renunciar pronto a sus primeros intentos de invadir los barrios obreros a causa de que salieron trasquilados de ellos. El 14 de noviembre fueron obligados finalmente a abandonar casi de prisa y corriendo la ciudad transformada en campo atrincherado. Cuatro muertos obreros y 115 heridos, de los cuales, 44 comunistas, tal fue el precio de la victoria, obtenida gracias a una enérgica batalla contra las fuerzas legales e ilegales del orden. Cuando el 24 de mayo del año siguiente, en 1922, los cachiporreros intenten hacerse dueños de Roma, es nuevamente del barrio proletario de San Lorenzo de donde partirá la chispa de una contraofensiva que les arrojará fuera, ignominiosamente batidos, en medio del furor popular. Todo esto demuestra de qué cosas son capaces los proletarios cuando la lucha es llevada hasta el final, sin límites ni vacilación, a cara descubierta, como lo preconizaba el Partido Comunista.
Para hacer el balance teórico de un año de lucha encarnizada y de sangrientos choques de clase como el año 1921, no se puede hacer nada mejor que citar una serie de artículos aparecidos en la prensa del Partido en el momento del congreso mussoliniano y que dan nuestra interpretación de partido sobre los orígenes y los fines del fascismo en el marco de la evolución del régimen burgués.
El Fascismo
“El movimiento fascista ha aportado a su congreso el bagaje de una potente organización, y aun proponiéndose desplegar espectacularmente sus fuerzas en la capital, ha querido también echar las bases de su ideología y de su programa ante los ojos del público, habiéndose imaginado sus dirigentes que tenían la obligación de dar a una organización tan desarrollada la justificación de una doctrina y de una política “nuevas”.
El fracaso que ha sufrido el fascismo con la huelga romana no es todavía nada al lado de la bancarrota que resalta de los resultados del congreso en lo referente a esta última pretensión. Es evidente que la explicación y, si se quiere, la justificación del fascismo no se encuentran en estas construcciones programáticas que quieren pasar por nuevas, pero que se reducen a cero tanto en cuanto obra colectiva como en cuanto intento personal de un jefe: infaliblemente destinado a la carrera de “hombre político” en el sentido más tristemente tradicional de la palabra, éste jamás será un “maestro”. Futurismo de la política, el fascismo no se ha elevado ni un milímetro por encima de la mediocridad política burguesa. ¿Por qué?
El Congreso, se ha dicho, se reduce al discurso de Mussolini. Ahora bien, este discurso es un aborto. Comenzando por el análisis de los otros partidos, no ha llegado a una síntesis que hubiese hecho aparecer la originalidad del partido fascista en relación a todos los otros. Si ha logrado en cierta medida caracterizarse por su violenta aversión hacia el socialismo y el movimiento obrero, no se ha visto en qué es nueva su posición respecto a las ideologías políticas de los partidos burgueses tradicionales.
La tentativa de exponer la ideología fascista aplicando una crítica destructiva a los viejos esquemas bajo forma de brillantes paradojas, se ha reducido a una serie de afirmaciones que no eran ni nuevas en sí mismas, ni estaban ligadas por un lazo cualquiera las unas a las otras en la síntesis nueva que se hacía de ellos, sino que repetían sin ninguna eficacia argumentos pasados de polémicas política y utilizados para todo por la manía de novedad que atormenta a los politicastros de la burguesía decadente de hoy. Así hemos asistido no a la revelación solemne de una nueva verdad (y lo que vale para el discurso de Mussolini vale igualmente para toda la literatura fascista), sino a una revista de toda la flora bacteriana que prospera en la cultura y la ideología burguesas de nuestra época de crisis suprema, y a variaciones sobre fórmulas robadas al sindicalismo, al anarquismo, a los restos de la metafísica espiritualista y religiosa, en una palabra, a todo menos, “afortunadamente”, a nuestro horripilante y brutal marxismo bolchevique.
¿Qué conclusión sacar de la mezcla informe de anticlericalismo francmasón y de religiosidad militante, de liberalismo económico y de antiliberalismo político, gracias a la cual el fascismo intenta distinguirse a la vez del programa del partido popular y del colectivismo comunista? ¿Qué sentido tiene afirmar que se comparte con el comunismo la noción antidemocrática de dictadura, cuando no se concibe esta dictadura sino como la coacción de la “libre” economía sobre el proletariado y se declara que esta “libre” economía es más necesaria que nunca? ¿Qué sentido hay en ensalzar la república, desde el momento en que se hace brillar la perspectiva de un régimen pre-parlamentario y dictatorial, y por consiguiente ultradinástico? ¿Qué sentido hay, finalmente, en oponer a la doctrina del partido liberal la de la derecha histórica que fue más seria e íntimamente liberal que el susodicho partido, a la vez en teoría y en la práctica? Si el orador hubiese sacado de todas estas enunciaciones una conclusión que las hubiese ordenado armoniosamente, sus contradicciones no habrían desaparecido, pero al menos habrían prestado al conjunto esa fuerza propia de las paradojas con las que toda nueva ideología se adorna. Pero como en este caso falta la síntesis final, no queda más que un fárrago de viejas historias y el balance es un balance de bancarrota.
El punto delicado era definir la posición del fascismo frente a los partidos burgueses del centro. Bien o mal, había manera de presentarse como adversario del partido socialista y del partido popular; pero la negación del partido liberal y la necesidad de desembarazarse de él y, en cierto sentido, substituirlo, no han sido teorizadas de modo aunque sólo sea un poco decente ni traducidas en un programa de partido. No queremos decir con eso, precisémoslo enseguida, que el fascismo no pueda ser un partido: lo será, conciliando perfectamente sus aversiones extravagantes hacia la monarquía, al mismo tiempo que hacia la democracia parlamentaria y hacia el…socialismo de Estado. Constatamos simplemente que el movimiento fascista dispone de una organización bien real y sólida que puede ser tanto política y electoral como militar, pero que carece de una ideología y de un programa propios. El Congreso y el discurso de Mussolini, que ha hecho no obstante el máximo para definir su movimiento, prueban que el fascismo es impotente para definirse a sí mismo. Es un hecho sobre el que volveremos en nuestro análisis crítico y que prueba la superioridad del marxismo que sí es perfectamente capaz de definir el fascismo.
El término “ideología” es un poco metafísico, pero lo emplearemos para designar el bagaje programático de un movimiento, la conciencia que tiene de los fines que sucesivamente debe alcanzar por su acción. Esto implica naturalmente un método de interpretación y una concepción de los hechos de la vida social y de la historia. En la época actual, justamente porque es una clase en declive, la burguesía tiene una ideología subdividida en dos. Los programas que exhibe exteriormente no corresponden a la conciencia interior que tiene de sus intereses y de la acción a ejercer para protegerlos. Cuando la burguesía era todavía una clase revolucionaria, la ideología social y política que le es propia, ese liberalismo que el fascismo se dice llamado a suplantar, tenía todo su vigor. La burguesía “creía” y “quería” según las tablas del programa liberal o democrático: su interés vital consistía en liberar su sistema económico de las trabas que el antiguo régimen ponía a su desarrollo. Estaba convencida de que la realización de un máximo de libertad política y la concesión de todos los derechos posibles e imaginables a todos los ciudadanos hasta el último, coincidían no sólo con la universalidad humanitaria de su filosofía sino con el desarrollo máximo de la vida económica.
De hecho, el liberalismo burgués no sólo fue una excelente arma política por medio de la cual el Estado abolió la economía feudal y los privilegios de los dos primeros “estados”, el clero y la nobleza. Fue también un medio no despreciable para el Estado parlamentario de cumplir su función de clase no sólo contra las fuerzas del pasado y su restauración, sino también contra el “cuarto estado” y los ataques del movimiento proletario. En la primera fase de su historia, la burguesía no tenía todavía conciencia de esta segunda función de la democracia, es decir, del hecho que estaba condenada a transformarse de factor revolucionario en factor de conservación, a medida que el enemigo principal dejaría de ser en lo sucesivo el antiguo régimen para serlo el proletariado. La derecha histórica italiana, por ejemplo, no tenía conciencia de ello. Los ideólogos liberales no se contentaban con decir que el método democrático de formación del aparato de Estado iba en interés de todo “el pueblo” y aseguraba una igualdad de derechos a todos los miembros de la sociedad: ellos se lo “creían”. No comprendían todavía que, para salvar las instituciones burguesas de las que eran los representantes, pudiese ser necesario abolir las garantías liberales inscritas en la doctrina política y en las constituciones de la burguesía. Para ellos, el enemigo del Estado no podía ser más que el enemigo de todos, un delincuente culpable de violar el contrato social.
A continuación, se hizo evidente para la clase dominante que el régimen democrático podía servir igualmente contra el proletariado y que era una excelente válvula de seguridad para el descontento económico de este último; la conciencia de que el mecanismo liberal servía magníficamente a sus intereses, arraigó, pues, cada vez más en la conciencia de la burguesía. Sólo desde entonces lo consideró como un medio y no ya como un fin abstracto, y se dio cuenta de que el uso de este medio no es incompatible con la función integradora del Estado burgués ni con su función de represión, incluso violenta, contra el movimiento proletario. Pero un Estado liberal que, para defenderse, debe abolir las garantías de la libertad, aporta la prueba histórica de la falsedad de la doctrina liberal misma en tanto que interpretación de la misión histórica de la burguesía y de la naturaleza de su aparato de gobierno. Por el contrario, sus verdaderos fines aparecen con claridad: defender los intereses del capitalismo por todos los medios, es decir, tanto por las diversiones políticas de la democracia como por las represiones armadas cuando las primeras no bastan ya para frenar los movimientos que amenazan al Estado mismo.
Esta doctrina no es, sin embargo, una doctrina “revolucionaria” de la función del Estado burgués y liberal. Para expresarlo mejor, lo que es revolucionario es formularla, y por esta razón, en la fase histórica actual la burguesía debe ponerla en práctica y negarla en teoría. Para que el Estado burgués cumpla su función que es represiva por naturaleza, hace falta que las pretendidas verdades de la doctrina liberal hayan sido reconocidas implícitamente como falsas, pero no es necesario de ningún modo volver atrás y revisar la constitución del aparato de Estado. Así, la burguesía no tiene que arrepentirse de haber sido liberal ni renegar del liberalismo: es por un desarrollo en cierta manera “biológico” como su órgano de dominación ha sido armado y preparado para defender la causa de la “libertad” por medio de las prisiones y de las ametralladoras.
Mientras enuncie programas y permanezca en el terreno político, un movimiento burgués no puede reconocer francamente esta necesidad de la clase dominante de defenderse por todos los medios, comprendidos los que están teóricamente excluidos por la constitución. Sería una falsa maniobra desde el punto de vista de la conservación burguesa. Por otro lado, es indiscutible que el noventa y nueve por ciento de la clase dominante siente cuán falso sería, desde este mismo punto de vista, repudiar hasta la forma de la democracia parlamentaria y reclamar una modificación del aparato de Estado, tanto en un sentido aristocrático como autocrático. De la misma manera que ningún Estado pre-napoleónico estaba tan bien organizado como los Estados democráticos modernos para los horrores de la guerra (y no sólo desde el punto de vista de los medios técnicos), ninguno habría llegado tampoco a la suela de sus zapatos para la represión interior y la defensa de su existencia. Es lógico, pues, que en el período actual de represión contra el movimiento revolucionario del proletariado la participación de los ciudadanos pertenecientes a la clase burguesa (o a su clientela) en la vida política revista aspectos nuevos. Los partidos constitucionales organizados para hacer salir de las consultas electorales del pueblo una respuesta favorable al régimen capitalista firmada por la mayoría, ya no bastan. Es necesario que la clase sobre la que reposa el Estado ayude a éste en sus funciones según las exigencias nuevas. El movimiento político conservador y contrarrevolucionario debe organizarse militarmente y cumplir una función militar en previsión de la guerra civil.
Conviene al Estado que esta organización se constituya “en el país”, en la masa de ciudadanos, porque entonces la función de represión se concilia mejor con la defensa desesperada de la ilusión que pretende que el Estado es el padre de todos los ciudadanos, de todos los partidos y de todas las clases.
Por el hecho de que el método revolucionario gana terreno en la clase obrera, la prepara a una lucha y un encuadramiento militares y la esperanza de una emancipación por las vías legales, es decir, permitidas por el Estado, disminuye en las masas, el Partido del orden se ve obligado a organizarse y a armarse para defenderse. Al lado del Estado, pero expuesto a sus propuestas bien lógicas, este partido va “más rápido” que el proletariado en armarse, se arma mejor también y toma la ofensiva contra ciertas posiciones ocupadas por su enemigo y que el régimen liberal había tolerado: ¡pero no hay que tomar este fenómeno por el nacimiento de una partido adversario del Estado en el sentido de que quisiera apoderarse de él para darle formas pre-liberales!
Tal es para nosotros la explicación del nacimiento del fascismo. El fascismo integra el liberalismo burgués en lugar de destruirlo. Gracias a la organización de que rodea a la máquina oficial de Estado, realiza la doble función defensiva que la burguesía necesita.
Si la presión revolucionaria del proletariado se acentúa, la burguesía tenderá probablemente a intensificar al máximo estas dos funciones defensivas que no son incompatibles, sino paralelas. Hará ostentación de la política democrática socialdemócrata más audaz aun lanzando los grupos de asalto de la contrarrevolución sobre el proletariado para aterrorizarlo. Pero eso es otro aspecto de la cuestión que sirve únicamente para probar cuán desprovista de sentido está la antítesis entre fascismo y democracia, como la actividad electoral del fascismo basta para probarlo, por otro lado.
No es necesario ser un águila para convertirse en un partido electoral y parlamentario. Tampoco es necesario resolver el difícil problema de la elaboración de un programa “nuevo”. Jamás el fascismo podrá formular su razón de ser en tablas programáticas, ni formarse una conciencia exacta de ella puesto que el mismo es el producto del desdoblamiento del programa y de la conciencia de toda una clase y puesto que, si tuviese que hablar en nombre de una doctrina, tendría que entrar en el marco histórico del liberalismo tradicional que le ha confiado la tarea de violar su doctrina “para uso externo” aún reservándose la de predicarla como en el pasado.
El fascismo no ha sabido, pues, definirse a sí mismo en el Congreso de Roma y jamás aprenderá a hacerlo (sin renunciar por ello a vivir y a ejercer su función) puesto que el secreto de su constitución se resume en la fórmula: la organización lo es todo, la ideología no es nada que responde dialécticamente a la fórmula liberal: la ideología lo es todo, la organización no es nada.
Después de haber demostrado sumariamente que la separación entre doctrina y organización caracteriza a los partidos de una clase decadente, sería muy interesante probar que la síntesis de la teoría y de la acción es lo propio de los movimientos revolucionarios ascendentes, proposición corolario que responde a un criterio rigurosamente realista e histórico. Lo que, si se da prueba de esperanza, conduce a la conclusión de que cuando se conoce al adversario y las razones de su fuerza mejor que él mismo, y se saca la fuerza propia de una conciencia clara de los fines a alcanzar, ¡no se puede dejar de vencer!

Amadeo bordiga
(Ordine nuevo, 17-11-1921).

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