martes, 20 de septiembre de 2011

SOBRE EL METODO DIALECTICO-prometeo serie II-bordiga-1950-1100

SOBRE EL METODO DIALECTICO

Amadeo bordiga

Noviembre de 1950-prometeo serie II


La presente nota es un reclamo de los conocidos conceptos sobre el método dialéctico seguidos por Marx en las exposiciones económicas e históricas. Quiere ser el pasaje a investigaciones más amplias, que se debería afrontar sobre un tema que no está bien llamar: Filosofía marxista; Parte filosófica del marxismo. Un título semejante estaría en contradicción con la clara enunciación de Engels: “El materialismo dialéctico no tiene ya necesidad de una filosofía que esté por encima de las ciencias. Todo lo que queda de la entera filosofía que se ha tenido hasta hoy, es la doctrina del pensamiento y de sus leyes: la lógica formal y su dialéctica. Todo el resto pasa a la ciencia positiva de la naturaleza y de la historia.”.
En un cambio decisivo se ha afirmado que, del mismo modo con que los fenómenos de la naturaleza física han sido tratados mediante la investigación experimental y no ya con los datos de la revelación y de la especulación, substituyendo las ciencias a la “filosofía natural”, así, a su vez, los hechos del mundo humano: economía, sociología, historia, son tratados con método científico, eliminando toda premisa de dictámenes trascendentes y especulativos.
Ya que la investigación científica y experimental no tendría sentido alguno si se limitara a encontrar los resultados sin transmitirlos y comunicarlos, los problemas de la exposición tienen la misma importancia que aquellos de la investigación. La filosofía podía ser un producto individual, al menos en la forma; la ciencia es hecho y actividad colectiva.
El método del coordinamiento y de la presentación de los datos, con el uso del lenguaje así como de los demás mecanismos simbólicos más modernos, constituye pues también para los marxistas una disciplina general.
Este método, sin embargo, diverge substancialmente del de las escuelas filosóficas burguesas modernas que, en su lucha crítica contra la cultura religiosa y escolástica, llegaron al descubrimiento de la dialéctica. En ellas y sobre todo en Hegel, la dialéctica vive, se encuentra y se descubre en el espíritu humano, con actos de puro pensamiento, y sus leyes, con toda su construcción, preexisten al abordaje del mundo externo, ya sea éste natural o histórico.
Para los materialistas burgueses del mundo natural material existe, si, antes que el pensamiento que lo indaga y lo descubre; pero a éstos les faltó la fuerza de llegar a la misma altura en las ciencias de la sociedad humana y de la historia, de entender, en el mismo mundo material, la importancia de un perenne cambio.
Como ya hemos señalado en notas de los Elementos de la Economía Marxista, el estudio a que nos hemos referido, y que no es titulado como filosofía del marxismo, podría ser llamado: Marxismo y teoría del conocimiento.
Un estudio semejante, por un lado, debería desarrollar los temas fundamentales dados por Engels en el Antidühring y por Lenin en el Materialismo y Empirocriticismo, en conexión con los resultados de la ciencia sucesivos a la época de los dos clásicos: por otro, oponerse a la tendencia dominante en el “pensamiento” contemporáneo que, conducido, por razones de clase, a la batalla contra la dialéctica determinista en las ciencias sociales, pretende apoyar sobre las recientes conquistas de la ciencia de la naturaleza física el rechazo del determinismo en general.
Es preciso pues ante todo que los militantes marxistas se orienten sobre el valor de la dialéctica. Esta afirma que las mismas leyes valgan para la presentación del proceso natural y del histórico. Niega todo presupuesto idealista, como pretensión de encontrar en la cabeza del hombre (o del autor de “sistemas”) reglas irrevocables que anteponer a las investigaciones en cualquier campo. Ve, en el orden causal, las condiciones físicas y materiales de la vida del hombre y de la sociedad determinar y modificar sin reposo el modo de sentir y de pensar. Pero ve también en la acción de los grupos de hombres en condiciones materiales análogas, fuerzas que influyen en la situación social y llegan a cambiarla. Aquí está el verdadero sentido del determinismo de Marx. No un apóstol ni un iluminado, sino un “partido de clase”, puede en determinadas situaciones históricas, haber encontrado, no en la cabeza, sino en la social realidad, las leyes de una formación histórica futura que destruirá la presente. En todas las famosas enunciaciones “la teoría que se apodera de las masas y se transforma en una fuerza material” – “el proletariado que es heredero de la filosofía teorética alemana” – “el cambiar del mundo en vez de explicarlo como han hecho durante siglos los filósofos” – es íntegro el contenido realista y positivo del método, y es coherente el rechazo despiadado de esta tesis: con operaciones puramente mentales es posible establecer leyes a las cuales tanto la naturaleza como la historia están “obligadas” a someterse.
Nada existe pues de misterioso y escatológico en el pasaje de la necesidad a la voluntad revolucionaria, del frío análisis de cuanto ha sucedido y sucede al llamamiento al “combate violento”.
El viejo y deseado equívoco es eliminado a la luz de los mismos textos y llamamientos sobre el curso histórico de las investigaciones y de los estudios de Marx y Engels; es reivindicada la clara coherencia de su construcción; y ésta es defendida, a la luz de los más recientes datos, en el campo natural y en el social, hoy más que nunca huidos de la pedantería metafísica y de las romantiquerías idealistas, más que nunca entrambos explosivos – y revolucionarios.
Sobre todo esto damos pues pocas notas, de carácter elemental.
Estas se vuelven a agarrar al conocido paso del Capital, penúltimo párrafo del penúltimo capítulo, donde es citada la “negación de la negación” para dar razón en el pasaje: artesanado – capitalismo – socialismo, paso que fue objeto de tan vivaz polémica de Engels contra Dühring.

1. Dialéctica y metafísica
Dialéctica significa conexión, o sea relación. De la misma forma que existe relación entre cosa y cosa, entre suceso y suceso del mundo real, así existe relación entre los reflejos (más o menos imperfectos) de este mundo real en nuestro pensamiento, y entre las formulaciones que nosotros empleamos para describirlo y para almacenar y disfrutar prácticamente el conocimiento que de éste hemos adquirido. Por consiguiente nuestro modo de exponer, de razonar, de deducir, de extraer conclusiones, puede ser guiado y ordenado por ciertas reglas, correspondientes a la feliz interpretación de la realidad. Tales reglas forman la lógica en cuanto guían las formas del razonamiento; y en un sentido más amplio forman la dialéctica en cuanto sirven de método para conexionar entre ellos las verdades científicas adquiridas. Lógica y dialéctica se ayudan a recorrer un camino no falaz, luego que partiendo de nuestro modo de formular ciertos resultados de la observación del mundo real, queremos llegar a enunciar otras propiedades además de las deducidas. Si tales propiedades se verifican válidas en el campo experimental, querrá decir que nuestras fórmulas y el modo de transformarlas eran suficientemente exactas.
El método dialéctico se contrapone al científico. Este, tenaz herencia del viciado modo de formular el pensamiento, derivado de las concepciones religiosas basadas en la revelación dogmática, presenta los conceptos de las cosas como inmutables, absolutos, eternos a algunos primeros principios, extraños unos de otros y teniendo una especie de la vida autónoma. Para el método dialéctico, no solo todas las cosas están en movimiento, sino que en su movimiento se influencian recíprocamente, así que también sus conceptos, o sea los reflejos de las cosas mismas en nuestra mente, están (entre sí) “conexionados y unidos”. La metafísica procede por antinomia, o sea por términos absolutos que se contraponen unos con otros. Estos términos opuestos no pueden nunca mezclarse ni alcanzarse, ni de su unión puede surgir nada nuevo que no se reduzca a la simple afirmación de la presencia de uno y la ausencia de otro y viceversa.
Para dar algún ejemplo, en las ciencias naturales metafísicamente se contrapone la éxtasis al movimiento: entre las dos cosas no existe conciliación; en virtud del principio formal de contradicción aquello que está quieto no se mueve, y aquello que se mueve no está quieto. Mas ya la escuela eleática mostraba con Zenón el fraude de una distinción que parece tan segura: la flecha en movimiento, mientras que pasa por un punto de su trayectoria, permanece en aquel punto, por lo tanto ésta no se mueve. La nave se mueve respecto a la orilla, el pasajero camina sobre el puente en sentido contrario: éste está parado respecto a la orilla, por lo tanto no se mueve. Los pretendidos sofismos eran demostraciones de las posibilidades de conciliar los contrarios: reposo y movimiento; solamente descomponiendo el movimiento en muchos elementos puntiformes de tiempo y espacio le será posible a la matemática infinitesimal y a la física moderna no cegada por el método metafísico resolver los problemas de los movimientos no rectilíneos y no uniformes. Hoy se considera que movimiento y reposo son términos relativos, no teniendo sentido ni el movimiento ni el reposo absoluto.
Otro ejemplo: para la atronomía de los metafísicos todos los cuerpos colocados en el cielo más allá de la esfera del fuego son inmutables e incorruptibles, sus dimensiones, forma y movimiento permanecerán eternamente iguales a sí mismas. Los cuerpos terrestres son en cambio transformables y corruptibles en mil formas. No existe conciliación entre las dos partes opuestas del universo. Sabemos hoy en cambio que las mismas leyes evolutivas rigen para los astros y para la tierra, la cual es un “pedazo de cielo”, sin elevarse por esto a misteriosos títulos de nobleza. Para Dante era una gran cuestión la influencia de los planetas incorruptibles sobre las vicisitudes de la corruptible humanidad, mientras que para la ciencia moderna son de observación cotidiana las influencias recíprocas entre la tierra y las demás partes del universo, aunque no creyéndose que las estrellas se muevan para decidir nuestra suerte.
Finalmente en el campo humano y social la metafísica introduce dos sumos principios absolutos: el Bien y el Mal, adquiridos en forma más o menos misteriosa en la conciencia de todos, o personificados en seres ultraterrenos. Nosotros nos hemos referido al relativismo de los conceptos morales, a su variabilidad y al cambiarse de éstos según lugares, épocas y situaciones de clase.
El método científico con sus identidades y contradicciones absolutas genera groseros errores, estando tradicionalmente radicado en nuestro modo de pensar, incluso si no somos conscientes de ello. El concepto de los antípodas pareció absurdo durante mucho tiempo, se rió en la cara de Colón que buscaba el Oriente hacia el Occidente, siempre en nombre de la contradicción formal de los términos. Así es un error metafísico resolver problemas humanos de dos solos modos, como por ejemplo aquellos de la violencia y del Estado: o sea declarándose por el Estado o por la violencia; contra el Estado o contra la violencia. Sin embargo, dialécticamente, estos problemas se colocan en su momento histórico y se resuelven simultáneamente con fórmulas opuestas, como sosteniendo el uso de la violencia para la abolición de la violencia, el empleo del Estado para la abolición del Estado. El error de los autoritarios o de los libertarios por principio es igualmente metafísico.




2. Dialéctica idealista y dialéctica científica

No obstante la introducción de la dialéctica se puede comprender en dos maneras diversísimas. Enunciada las primeras veces por las más brillantes escuelas cosmológicas de la filosofía griega como método para el conocimiento natural no vinculada por prejuicios apriorísticos, ésta sucumbió en los campos sucesivos de la aceptación por autoridad de los textos aristotélicos, no porque Aristóteles no sintiera el valor de la dialéctica como interpretación de la realidad, sino porque la decadencia científica y el dominante misticismo de las épocas sucesivas fosilizó, inmovilizándolos, los resultados aristotélicos.
En la filosofía crítica moderna, suele decirse, la dialéctica reaparece y triunfa en Hegel, del cual la habría tomado Marx. Mas la dialéctica de estas escuelas filosóficas, aún realizando la liberación en el manejo del razonamiento de los obstáculos formales y verbales de la escolástica, se basa en el supuesto de que las leyes de la construcción del pensamiento sirvan de base a la construcción real del mundo. La ciencia humana buscaría antes en la mente misma del hombre las reglas con las cuales las verdades enunciadas deben conexionarse unas con otras; luego pasaría a encuadrar sobre tal esquema las nociones todas del mundo externo. La lógica y la dialéctica se podrían pues establecer y formular con una obra puramente mental: toda ciencia dependería de una metodología por descubrir dentro del cráneo del hombre, y para mejor decir dentro de la cabeza del autor individual del sistema. Esta pretensión se justifica con el sólito argumento que, en la ciencia, el factor de los elementos externos por estudiar, inevitablemente se enlaza con el factor de la personalidad humana, del cual toda ciencia está pues condicionada. En conclusión el método dialéctico con presupuesto idealista tiene también un carácter metafísico, incluso si pretende llamar sus construcciones puramente mentales con el nombre de ciencia antes que con el de revelación, de crítica antes que con el de apriorismos absolutos, de inmanencia de las posibilidades del pensamiento humano, antes que con el de trascendencia respecto a éste, así como para los datos de las religiones y de los sistemas espiritualistas.
La dialéctica para nosotros en tanto es válida en cuanto la aplicación de sus reglas no se contradice por el control experimental. Su empleo es ciertamente necesario, ya que debemos también tratar los resultados de cada ciencia con el instrumento de nuestro lenguaje y de nuestro razonamiento (auxiliado por el cálculo matemático: sin embargo para nosotros tampoco las ciencias matemáticas se basan en puras propiedades del pensamiento, sino en propiedades reales de las cosas). Esto es, la dialéctica es un instrumento de exposición y de elaboración, no solo de polémica y de didáctica; ésta sirve para la defensa contra los errores generados por los métodos tradicionalistas del razonamiento y para alcanzar el resultado, bastante difícil, de no introducir inconscientemente en el estudio de las cuestiones datos arbitrarios basados en preconceptos. Mas la dialéctica es a su vez un reflejo de la realidad y no puede pretender por sí sola de obligarla o de generarla. La dialéctica pura no nos revelará nunca nada por sí misma, sin embargo tiene una enorme ventaja respecto al método metafísico porque es dinámica, mientras que aquel es estático, cinematografía la realidad más que fotografiarla. Yo sé poco de un automóvil sabiendo que su velocidad instantánea es de 60 km./hora si no sé si ésta aumenta o disminuye. Sabría incluso menos si supiera solo el lugar donde se encuentra en una fotografía instantánea. Pero, también sabiendo que marcha a 60 km. /hora, sí está acelerando desde 0 a 120 tras pocos segundos se hallará enormemente lejos; si está frenado se habrá parado pocos metros más allá. El metafísico que me daba el donde y el cuando del fenómeno no sabía nada respecto al dialéctico que me ha dado la dependencia entre el donde (espacio) y el cuando (tiempo), que se llama velocidad; mejor dicho, aún más, la dependencia entre la velocidad y el tiempo (aceleración). Este proceso lógico corresponde en la teoría matemática de las funciones a las sucesivas derivaciones.
Si conozco la dialéctica evito decir dos disparates: el automóvil corre, por lo tanto dentro de poco se hallará lejos; el automóvil va despacio, por lo tanto dentro de poco se hallará todavía cerca. Sin embargo sería tan ingenuo como el metafísico si, por el gusto de hacer el dialéctico, concluyera: el automóvil corre, por lo tanto dentro de poco estará cerca y viceversa. La dialéctica no es el deporte de las paradojas; ésta afirma que una contradicción puede contener una verdad, no que cada contradicción contiene una verdad. En el caso del automóvil la dialéctica me advierte que no puedo concluir por simple razocinio, faltándome otros datos: la dialéctica no los substituye a priori, sino que obliga, cuando faltan, a deducirlos de nuevas observaciones experimentales: en nuestro caso, una segunda medida de velocidad hecha algún instante después. En el campo histórico razonaría como un metafísico quien dijera: el Terror, dados los medios que empleó fue un movimiento reaccionario; sería sin embargo un pésimo dialéctico quien juzgase revolucionario, por ejemplo, al gobierno de Thiers por la represión violenta de los comunardos.

3. La negación de la negación
Retornamos a la negación de la negación. En el método metafísico existiendo dos principios opuestos, pero fijos, negando uno se obtiene el otro; si luego se niega el segundo se recae en el primero: dos negaciones equivalen a una afirmación. Ejemplo: Los espíritus son buenos o malos. Tizio niega que Lucifer sea un espíritu malo. Yo niego cuando dice Tizio: por consiguiente afirmo que Lucifer es espíritu malo. Queda así oscura la vicisitud del mito de Javeh, “vil demiurgo”, que arroja a Satanás al infierno y usurpa el trono de los cielos, primitivo reflejo en el pensamiento de los hombres de un derrocamiento de poderes y de valores.
Desde el punto de vista dialéctico, durante las negaciones y las afirmaciones, los términos han cambiado de características y de posición, así que habiendo negado la primitiva negación se recae no ya en la afirmación primitiva pura y simple, sino que se llega a un resultado nuevo. Por ejemplo: en la física aristotélica todo cuerpo tiende a su lugar, y por ello los graves descienden hacia abajo; el aire que asciende o el humo, no son graves. Habiéndose metido en la cabeza este esquema falso, los peripatéticos dijeron infinitas necedades para explicar el movimiento del péndulo, el cual va subiendo y bajando en cada oscilación. En cambio la cuestión pensada dialécticamente se expone mucho mejor. (Mas para llegar a esto no bastaba pensar, era preciso experimentar, como hizo Galileo).
Los graves se mueven hacia abajo. Los cuerpos que no se mueven hacia abajo no son graves: entonces el peso del péndulo ¿es o no es un grave? He aquí la dificultad de los aristotélicos, he aquí violado el sagrado “principio de identidad y de contradicción”. Si en cambio se dice que los graves aceleran hacia abajo, éstos podrán también dirigirse hacia arriba, a condición de retardar. El péndulo tiene una velocidad preconcebida, que aumenta mientras desciende y disminuye mientras que vuelve a subir. Antes hemos negado la dirección del movimiento, y después negado el sentido de la aceleración. Sin embargo hemos dado un paso adelante no solo adquiriendo el derecho de afirmar que el péndulo es siempre un grave, sino sobre todo descubriendo que la gravedad no es causa de movimiento, sino de aceleración, descubrimiento que funda la ciencia moderna por obra de Galileo. Este, sin embargo, no la hizo manejando dialéctica, sino midiendo el movimiento de los péndulos: la dialéctica le sirvió solo para romper el vínculo formal y verbal de las viejas enunciaciones.
Encontrándonos en una negación de una negación no será preciso creer de haber retornado al punto de partida, sino que debemos considerar, gracias a la dialéctica, de haber llegado a un punto nuevo: donde esté y cual no lo sabe la dialéctica, pero puede solo establecerlo la indagación positiva y experimental.

4. Categorías y “formas a priori”

Antes de ilustrar la negación de la negación en el ejemplo de carácter social que hemos encontrado en el texto de Marx, es bueno decir aún alguna cosa sobre el común carácter arbitrario de la metafísica y de la dialéctica con presupuesto idealista.
Partiendo de la constatación de que nosotros conocemos el mundo externo solamente a causa de los procesos psíquicos, tanto como si nos referimos al sensismo, o sea a la doctrina que funda el conocimiento en los sentidos, o al idealismo puro que la funda en el pensamiento (hasta el punto de concebir, en ciertos sistemas, el mundo externo como una proyección del pensamiento subjetivo), las filosofías tradicionales sostienen todas que al sistema conocible, a la ciencia concreta, son premisas algunas normas del pensar, encontradas puramente en nuestro yo. Estos principios primeros, que se hacían aparecer indiscutibles precisamente porque eran indemostrables, fueron llamados categorías. En el sistema aristotélico (está clara la diferencia entre este significado del término y aquel corriente de clase, o reagrupamiento) son los diez siguientes: substancia, cantidad, calidad, relación, espacio, tiempo, posición, propiedad, acción, y pasión; en cuanto a los problemas: ¿de qué está formado? ¿Cuándo es de grande? ¿De qué calidad es? ¿En qué relación está con otros sujetos? ¿Dónde está? ¿Cuándo? ¿En qué posición está? ¿De qué atributos está dotado? ¿Qué hace? ¿Qué sufre? (o sea ¿qué acción recibe). Por ejemplo: un hombre es en substancia viviente y pesante; tiene 1,80 de alto; es de raza blanca; pesa más que otro; se encuentra en Atenas; vive en el año 516; está sentado; lleva coraza; habla; es observado por los asistentes.
Las categorías aristotélicas fueron modificadas y reducidas en número. Kant dio un cuadro de ellas un poco diverso, definiéndolas siempre como “formas a priori” del pensamiento con las cuales la inteligencia humana puede y debe elaborar cualquier dato de la experiencia. Según Kant mismo, la experiencia es imposible si no se refiere a dos “instituciones a priori” esto es, la noción de espacio y la noción de tiempo, que preexiste en nuestra mente en cada dato de experiencia. Mas las conquistas posteriores de la ciencia moderna han destrozado sucesivamente a estos varios sistemas “a priori”, y los han destrozado irremediablemente, aunque permanezcan lejanas de haber respuesto de forma satisfactoria a todos los problemas, cuyo vacío era rellenado fabricando “formas a priori”. Ya Hegel podía decir que la calidad se reduce a cantidad (El hombre es blanco y no es negro porque en el análisis de su pigmento existe una cierta cifra en lugar de otra). Kant se habría admirado bastante viendo que los físicos (relatividad de Einstein) tratan espacio y tiempo como una magnitud única, o que, de común acuerdo, se remite la decisión sobre la fusión o sobre el divorcio de las dos irreducibles categorías a algunas experiencias positivas de física y de astronomía, salvo a la señora inteligencia a habituarse al resultado vencedor.
Marx rechaza el frío empirismo de aquellos pensadores que afirman solamente la recolección de los datos del mundo externo, como así mismo tantas constataciones separadas y aisladas, sin llegar a su sistemación, y sin saberse preguntar si nosotros recogemos resultados seguros sobre la realidad subjetiva o solo dudosas huellas que llegan a nuestros tejidos sensibles. Un método semejante, sobre el cual el pensamiento de la burguesía se repliega después de las primeras sistemaciones audaces, como en el campo económico, se adopta al conservadurismo de quien ha llegado al poder y custodia sus privilegios contra análisis demasiado corrosivos. Marx, no obstante atribuirle gran importancia social, no está plenamente contento respecto al materialismo de los enciclopedistas franceses, que, a pesar de su vigor revolucionario y el abatimento sin reparos de los prejuicios religiosos, no se liberó de la metafísica y no pudo generar otro socialismo que aquel de los utopistas, defectuoso en el sentido histórico. En tercer lugar, Marx, a pesar de haber extraído bastante de los resultados de los sistemas de la filosofía crítica alemana, rompió, como cuentan él y Engels muchas veces, con su contenido idealista apenas abordó los problemas sociales, o sea desde 1842. El criticismo puro alemán tenía en común, con el materialismo de más allá del Rhin, la dispersión de los fantasmas religiosos y la liquidación de todo elemento dogmático y trascendente por definición las posibilidades racionales del hombre; tenía, además de aquello, la superación de la metafísica y la visión general del movimiento de las cosas y de los hechos; pero tenía de menos la fuerza de generar históricamente una revolución contra el viejo mundo feudal alemán, correspondiente a aquella formidable actuada por los alumnos políticos de los Voltaire, de los Rousseau y de los d´Alembert. Al este del Rhin la clase burguesa no había sido capaz del pasaje del campo teorético al de la acción; el sistema de Heguel fue utilizado con fines sin más ni más preburgueses y reaccionarios; y el marxismo destrozó este hilo, preconizando la substitución de la burguesía por una nueva clase, por haber aquella agotado las posibilidades doctrinales y faltado del todo a aquellos revolucionarios.
Restablecida así la posición auténtica del marxismo respecto a las escuelas precedentes, aquí interesa reivindicar que las reservas sobre el empirismo concretista (sobre todo inglés) y el materialismo metafísico (sobre todo francés) no significan nunca reconocimiento del criticismo abstracto de los alemanes, y de sus confusas investigaciones de formas a priori.
Basta recordar la crítica de Marx a Proudhon, en la Miseria de la Filosofía (1847) sobre el híbrido hegelianismo-kantismo de éste. Las categorías del pensamiento y del espíritu son tomadas amablemente a burla, junto a la pretensión de Proudhon de ser un filósofo… alemán. De modo burlón cuanto hemos dicho sobre el empirismo y el criticismo se transforma en este golpe: “¡Si el Inglés transforma a los hombres en sombreros, el Alemán transforma los sombreros en ideas!”
Sigue, en la “Primera observación”, una espléndida exposición y al mismo tiempo una crítica radical del método dialéctico en Hegel, reducido a una inútil “metafísica aplicada”. El empirista deja al individuo y al hecho aislado en su esterilidad. El criticista, a fuerza de abstracción, deja caer del dato simple a todos los elementos y los límites, y al final se reduce a la “pura categoría lógica”. “Que todo aquello que existe, que todo aquello que viva sobre la tierra y en el agua, pueda, a fuerza de abstracciones, ser reducido a una categoría lógica; ¿quien se extrañará que en tal modo el mundo real pueda ahogarse todo entero en el mundo de las abstracciones, en el mundo de las cate???
No es posible reportar y comentar toda la página. Quede impreso que, en el materialismo dialéctico, las “categorías lógicas” y las “formas a priori” toman el mismo camino que los pensadores de la burguesía revolucionaria hicieron tomar a la entidad del mundo sobrenatural, a los santos y a las almas de los difuntos.

5. La negación de la propiedad capitalista

En el paso que hemos citado al final del estudio sobre la Economía marxista, Dühring quiso tomar al autor en contradicción, ya que la nueva forma que sustituirá a la propiedad capitalista es llamada primeramente “propiedad individual” y luego “propiedad social”.
Engels restablece debidamente la capacidad de las expresiones con la distinción entre la propiedad de los productos, o de los bienes de consumo, y la propiedad de los instrumentos de producción.
La aplicación del esquema dialéctico de la negación de la negación procede claramente en Marx. Antes de repetirla queremos añadir alguna indicación mejor sobre la capacidad de los términos empleados. La terminología tiene para nosotros los marxistas una gran importancia, ya sea porque trabajamos pasando de continuo de una lengua a otra, o porque por necesidad de polémica y de propaganda debemos aplicar a menudo el lenguaje propio de teorías diversas.
Parémoslo pues en tres distinciones terminológicas: bienes instrumentales y de consumo – propiedad y empleo de los primeros y los segundos – propiedad privada, individual, social.
La primera distinción es ya corriente incluso en la economía común. Los productos de la actividad humana o sirven para el consumo directo, como un alimento o un vestido; o son empleados en otras operaciones elaborativas, como un azadón, una máquina. No siempre la distinción es fácil, y existen casos mixtos; por lo tanto todos comprenden cuando distinguimos los productos entre bienes de consumo y bienes instrumentales.
La propiedad sobre el bien de consumo en el momento de su empleo, sería bueno no llamarla con el término de propiedad, aunque esté también seguido por los objetivos: personal, individual. Esta consiste en la relación por la cual quien va a matar el hambre tiene el alimento en la mano y nadie le prohibe que se lo lleve a la boca. Tampoco en las ciencias legales dicha relación se define bien como propiedad, sino como posesión. La posesión puede ser de hecho y material, o también de derecho y legal, pero implica siempre el “tener empuñado”, la física disposición de la cosa. La propiedad es la relación por la cual se dispone de una cosa, sin que se deba tener en las manos, por efecto titula: de un pedazo de papel y de una norma social.
La propiedad es a la posesión como en física l´actio in distans de Newton es a la acción de contacto, a la directa presión. Así como en el término posesión entra también un valor jurídico, podremos probar, por este concepto práctico de poder comer el pedazo de pan o calzar los zapatos, de usar el término “disponibilidad” (dado que el término “disposición” da idea de formación, ordenamiento, que pertenece a otro campo).
Reservaremos el término propiedad a los bienes instrumentales: utensilios, máquinas, talleres, casa, tierra, etc. Llamando propiedad también a la disponibilidad, por ejemplo, del propio vestido o del propio lapicero, el Manifiesto dice que los comunistas quieren abolir la propiedad burguesa, no la propiedad personal.
Tercera distinción: privado, individual, social. Derecho, poder privado sobre una cosa, sobre un bien, consumible o instrumental (y, anteriormente, también sobre las personas y las actividades de otros hombres) significa derecho no extenso a todos, sino reservado a algunos solamente. Prevalece en el término privado, también literalmente, el valor negativo; no la facultad de gozar de la cosa, sino aquella de privar a los demás – con la tutela de la ley – del gozo de ésta. Régimen de propiedad privada es aquel en el que son propietarios algunos, y muchísimos otros no lo son. En la lengua del tiempo de Dante los “uman privati” son las letrinas, lugar donde es norma que reine un solo ocupante, buen símbolo de las fragantes ideologías del burgués.
Propiedad individual no tiene el mismo sentido que propiedad privada. La persona, el individuo, están pensados por los bien pensados como persona burguesa, individuo burgués (Manifiesto). Mas tendremos un régimen de propiedad individual solo cuando cada individuo pudiera alcanzar la propiedad sobre cualquier cosa, lo que en tiempo burgués de hecho no existe, a pesar de las hipocresías legales, ni para los instrumentos, ni para los bienes de consumo.
Propiedad social, socialismo, es el sistema en que no existe ya relación fija entre el bien del cual se trata y una determinada persona o individuo. En este caso sería bueno no decir ya propiedad, ya que el adjetivo propio se refiere a un sujeto singular y no a la universalidad. Por lo tanto, se habla cada día de propiedad nacional y estatal, y nosotros marxistas hablamos, para hacernos entender, de propiedad social, colectiva, común.
Sigamos ahora las tres fases sociales e históricas presentada en síntesis por Marx como remate del primer tomo del Capital.
Dejemos aparte las épocas precedentes de esclavitud y de pleno feudalismo territorial, en las que, sobre la relación de propiedad entre hombre y cosa, prevalece la relación personal, entre hombre y hombre.
Primera fase. Sociedad de la pequeña producción, artesana para los manufacturados, campesina para la agricultura. Cada trabajador, de la y de la tierra ¿en qué relación está con los bienes instrumentales de los que se sirve? El campesino es dueño de su pequeño campo, el artesano de sus simples herramientas. Por consiguiente, disponibilidad y propiedad del trabajador sobre sus instrumentos de producción. ¿En que relación está cada trabajador con sus productos del campo o de la tienda? Dispone de ellos libremente; si son bienes de consumo los emplea como quiere. Entonces diremos con exactitud: propia individual sobre los bienes instrumentales, disponibilidad personal de los productos.
Segunda fase. Capitalismo. Estas formas son ambas negadas. El trabajador no dispone ya de tierra, tienda o herramienta. Los instrumentos de producción se han transformado en propiedad privada de pocos industriales, de los burgueses. El trabajador no tiene ya ningún derecho sobre los productos, aunque estos sean bienes de consumo, que se han transformado a su vez en propiedad del patrón de la tierra o de la fábrica.
Tercera fase. Negación de la negación. “Los expropiadores son expropiados” no en el sentido que se expropian a los capitalistas de los talleres y de las tierras para restablecer una general propiedad individual de los bienes instrumentales. Esto no es socialismo; es la fórmula “todos propietarios” de los pequeños burgueses, hoy de los del P.C.I. Los bienes instrumentales se transforman en propiedad social, ya que son “conservadas las adquisiciones de la era capitalista” que han hecho de la producción un hecho “social” Dejan de ser propiedad privada. ¿Pero y los bienes de consumo? Estos son puestos por la sociedad a disposición general de todos los consumidores, o sea de cualquier individuo.
En la primera fase, pues, cada individuo era un propietario de pequeñas cantidades de instrumentos productivos, y cada individuo tenía una disponibilidad de productos y bienes de consumo. En la tercera fase a cada individuo está prohibida la propiedad privada sobre los bienes instrumentales, que son de naturaleza social, mas le es asegurada la posibilidad – que el capitalismo le había quitado – de tener siempre una disponibilidad sobre los bienes de consumo. Esto significa que, con la propiedad social de las máquinas, de las fábricas, etc, ha renacido - ¡mas cuán diferente! – la “propiedad individual” de cada trabajador sobre una cuota de productos de consumo que existía en la sociedad artesano-campesina, precapitalista, relación no ya privada, relación social. (1)
Las dos negaciones en sentido inverso no nos han llevado de nuevo al punto de partida de la economía, de la producción desparramada, molecular, sino mucho más allá y más arriba, a la gestión comunista de todos los bienes, en que, al final, los términos de propiedad, de bien, de cuota personal no tendrán ya ninguna razón de empleo.

6. La teoría del conocimiento

Para nuestro asunto metodológico es importante la confutación de Engels contra Dühring, después que este esquema de traspaso histórico ha sido aclarado.
“Solo ahora, después de haber llevado a término su demostración histórico-económica…Marx caracteriza este proceso como negación de la negación… Después de haber demostrado históricamente que el proceso, en efecto, se ha cumplido en parte y en parte debe todavía cumplirse, lo caracteriza además como un proceso que se cumple según una ley dialéctica determinada… El no pretende que, Sobre la fé en la negación de la negación, haya que dejarse convencer de la necesidad de la “comunión del suelo y del capital”.
En conclusión la dialéctica nos sirve, ya sea (como dice Marx en el prólogo del Capital) para exponer cuanto se ha consolidado la investigación analítica, ya sea para destruir el obstáculo de las formas teoréticas tradicionales. La dialéctica de Marx es la más potente fuerza de destrucción. Los filósofos se afanaban en construir sistemas. Los revolucionarios dialécticos destruyen por la fuerza las formas consolidadas que quieren interceptar la vía del futuro. La dialéctica es el arma para destruir las barreras, rotas las cuales está roto el encanto de la eterna inmutabilidad de las formas del pensamiento, que se revelan como incesantemente variables, se plasman en la mutación revolucionaria de las formas sociales.
Nuestra metodología cognoscitiva nos debe conducir al polo opuesto de una enunciación que tomaremos de una fuente decisiva como es Benedetto Croce, en una concitada nota suya contra obras de difusión del materialismo dialéctico, de fuente estalinista. “La dialéctica tiene lugar únicamente en la relación entre las categorías del espíritu y está dedicada a resolver el antiguo y áspero, y que parecía casi desesperado dualismo de valor y desvalor, de verdadero y del falso, de bien y mal, de positivo y negativo, de ser y no ser”
Para nosotros – al contrario – la dialéctica tiene lugar en aquellas representaciones en continuo cambio, con las que el pensamiento humano refleja los procesos de la naturaleza y cuenta su historia. Estas representaciones son un grupo de relaciones, o de transformaciones, que se tiende a un método que no tiene nada diferente de aquel que vale para las influencias entre dos campos del mundo material.
Cuando el “moderno” pensamiento conservador intentó casar las fuerzas del empirismo y del criticismo, en una común negación de la posibilidad de conocimiento de las leyes tanto de la naturaleza como de la sociedad humana, fue Lenin quien a su vez advirtió la insidia contrarrevolucionaria y corrió a su remedio.
El actual orden de fuerzas ruso, ligado al conformismo de posiciones constituidas, está falto de las posibilidades de continuar esta lucha, también en el sector científico: la ordenada defensa y ofensa de la escuela marxista en el campo de la teoría amenaza romperse por el desesperado contraataque de la inteligencia capitalista mundial y de sus inmensos medios de propaganda, si no surgen para ella nuevas bases para el radical trabajo de partido, libre de llevar la llama de la dialéctica sobre todas las soldaduras que tienen junto estructuras artificiales de privilegio y fé metafísicas en novísimas infalibilidades.
No precisa ningún sacerdote, no precisa ninguna Meca la doctrina de la Revolución comunista.

(1) Si subsistiera la mínima duda sobre nuestra interpretación de las palabras de Marx sobre el “restablecerse de la propiedad individual, y también sobre el estrecho rigor de la continuidad de la terminología marxista, bastará para disiparla la citación de un texto de otra fecha y de otro tema. Las guerras civiles en Francia: “… Apenas los obreros toman decididamente la cosa en sus manos, he aquí que se eleva toda la fraseología apologética de los portavoces de la sociedad presente con sus dos polos del capital y de la esclavitud salarial - , como si la sociedad capitalista estuviera aún en su estado más puro de virginal inocencia, con sus antagonismos no aún desarrollados, con sus engaños aún no desinflado, con su ¿meretrice? realidad aún no puesta al desnudo. ¡La Comune, exclaman ésos, quiso abolir la propiedad, base de toda civilización; Sí, señores, la Comune quería abolir aquella propiedad de clase que hace del trabajo de muchos la riqueza de pocos. Esta quería la expropiación de los expropiadores. Quería hacer de la propiedad individual una realidad, convirtiendo los medios de producción, la tierra y el capital, que ahora son esencialmente medios de dominación y explotación del trabajo, en simples instrumentos de trabajo libre y asociado, ¡Pero esto es el comunismo, el “imposible” comunismo!”.

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